LOS INCENDIOS DE VALENCIA
Anteayer, mientras celebrábamos la
victoria de la selección nacional de fútbol, un piloto de helicóptero murió
mientras intentaba apagar un incendio en los montes de Cortes de Pallás, en
Valencia. Poco después se estrelló otro helicóptero y sus dos ocupantes
sufrieron heridas muy graves. No quiero quitarle importancia a lo que han hecho
los jugadores de la selección y el gran Vicente del Bosque: su fútbol es bello,
valiente y modesto, porque no se basa en las figuras individuales sino en el
esfuerzo compartido de todos los jugadores, desde el primero hasta el último (y
a mí me conmueve, por ejemplo, el caso de Arbeloa, el jugador menos brillante
pero también el más sacrificado).
Pero ahora pienso en esos pilotos
accidentados, y en todos los bomberos y guardas forestales que estaban luchando
contra un incendio mientras medio país festejaba una victoria futbolística como
si estuviéramos participando en una despedida de soltero, y se me ocurre que
somos injustos con esos empleados públicos a los que nadie agradece nunca lo
que hacen. Nadie les recortará el sueldo a los futbolistas ni a los ejecutivos
de la Federación Española de Fútbol, pero en cambio sí que se les recorta el
sueldo a esos trabajadores anónimos que intentan defender el bien común -y los
bosques son uno de nuestros mayores bienes- en las condiciones más difíciles y
más adversas. Sólo una pregunta: ¿cuánto ganaba el piloto de helicóptero
muerto? ¿Y cuánto gana un directivo de cualquier empresa pública que nadie sabe
para qué sirve? ¿Y cuánto gana un ejecutivo de cualquier televisión autonómica
sin apenas audiencia? Ahí lo dejo.
El piloto de helicóptero muerto en el
incendio era andaluz y estaba destinado en Aragón, aunque podía haber estado
destinado en Galicia o en Cataluña o en el País Vasco. Probablemente le gustaba
el fútbol y hubiera preferido estar celebrando la victoria de la selección,
pero le tocaba estar haciendo su trabajo y murió haciendo su trabajo. No
sabemos si se hubiera puesto la bandera española o la valenciana o la
aragonesa, o si no le gustaban las banderas porque consideraba que cada uno de
nosotros es un individuo aislado que sólo tiene que responder de sus actos ante
su propia conciencia. Pero todo eso da igual. Lo importante es que ese hombre,
igual que sus compañeros, no se escaqueó ni intentó escurrir el bulto para que
alguien más tuviera que hacer su trabajo. Estuvo en su sitio, donde le tocaba,
haciendo lo que tenía que hacer, aunque es muy probable que hubiera preferido
hacer otra cosa. No sé si hará falta decirlo, pero son las personas como este
piloto, con su trabajo y su entrega silenciosa, las que salvan a los países que
están al borde de la quiebra, aunque nadie repare nunca en ellas.
PUBLICADO EN MÁLAGA HOY
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