DESPUÉS
DE LA DIADA
LA celebración de la Diada nos ha traído
un ejercicio de deslealtad constitucional como nunca se había visto. Los
dirigentes de CiU se han quitado las caretas y se han plantado en su exigencia
de independentismo. No han tenido empacho en proclamar cómo hasta ahora todo ha
sido un disimulo, una apariencia. Pujol ha dicho que ya estaba harto de hacer
de puta y de Ramometa, de parecer una cosa y ser la otra. Ya lo decía
Tarradellas: la independencia hay que tenerla siempre en la cabeza, pero nunca
se debe hablar de ella. Pues ya se ha roto ese tabú. Ha quedado claro que todas
las competencias de autogobierno que les ha concedido la Constitución han sido
utilizadas para ir contra ella, para salirse de la misma. El máximo
representante del Estado en Cataluña, Artur Mas, es su principal dinamitero.
Asombra el silencio de los partidos de
ámbito nacional y del Gobierno. Sólo hablan los nacionalistas. Nadie dice nada
de las ventajas de seguir unidos, de poner en su contexto las afirmaciones
desaforadas, de ofrecer balances económicos realistas, de dibujar un futuro
mejor si estamos unidos. Sólo hay una voz que invita a la separación, y nadie
tiene nada que contestar, nada que oponer. Rajoy califica lo que pasa como
algarabía. Su vicepresidenta hace una llamada a la unidad. ¿Eso es todo?
¿Remediamos con una tirita el terrible desgarrón que se está produciendo? Ya no
cabe el engaño. No hay que esconderse debajo de los argumentos de que son
pocos, de que sus análisis no son certeros, de que son unos exaltados a los que
se les pasará la calentura. Si hay algo que nos enseña la historia es que no
siempre sacan adelante su proyecto los que más personas aglutinan o los que
llevan más razón, sino los mejor organizados, los audaces, los insistentes. Los
independentistas están organizados, militan, han hecho de su idea la razón de
su vida. Nosotros nos hemos desentendido del asunto, pensando que para eso
estaba el Gobierno. Pero el gobierno, los gobiernos, han estado mudos. Nuestros
gobiernos han dejado tan arruinada la arquitectura institucional de España como
su economía. Ya tienen otro fracaso más a añadir.
Ha producido especial desagrado en que
hayan erigido en el enemigo catalán, en el expoliador, no a los que han tenido
la responsabilidad de gobernar y de hacer leyes, sino a los españoles en
general. Se ha notado desdén, pero sobre todo desprecio. ¿Cómo es posible que
ellos, tan magníficos, compartan nacionalidad con unos sujetos como nosotros?
Mucho ojo porque esta senda es muy peligrosa. Los afectos tienen dos
direcciones, y lo que peor lleva el ser humano, peor que el sacrificio y la
miseria, es el desprecio. Repito: ¡cuidado! Fuera de Cataluña y de Euskadi no
hay que hurgar mucho para que aflore el anticatalanismo y el antivasquismo.
Está la gente muy, muy harta.
Algo hay que decir del dinero. Si
hubieran tenido más ingresos, ¿estarían ahora mejor? Pues yo creo que si más
hubieran tenido, más se hubieran entrampado. No tienen para pagar porque se lo
han gastado antes. Igual que en el resto de España. ¿O es que son ellos los
únicos que tienen sacrificios y recortes? ¿Aquí nadie lo pasa mal? ¿No se están
enfrentando a los terribles problemas económicos desde unos niveles de renta
inferiores a los que tienen ellos? Y sin embargo no le echan la culpa de lo que
pasa a los catalanes.
Como esto va en serio, los pondría ante
su propio destino. Haría como en el Reino Unido: ¿secesión de Escocia?
Referéndum en 2014. Aquí igual. Esto traería ventajas, entre otras dejar ya los
eufemismos y hablar con franqueza. Desaparecidos los sentimientos, solo queda
hablar de negocios. Dice un refrán que cuentas claras, amigos viejos. A lo
mejor por ahí ganábamos. Y mientras tanto ni hablar de rescate. Sólo faltaba
que con él le financiemos el coste del escaso trayecto que les queda para
llegar a la independencia.
PUBLICADO EN MÁLAGA HOY
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