PONGAMOS
QUE SOBREVIVO EN MADRID
Existe un Madrid impecable, moderno y
cosmopolita, que se refleja en las campañas de publicidad de la Comunidad, se
empaqueta y se abrillanta para atraer los Juegos Olímpicos o macroproyectos
como el Eurovegas. Se trata de esa misma localidad que recibe piropos de amigos
de Esperanza Aguirre, como el escritor Mario Vargas Llosa, que la califica como
una auténtica "ciudadela de la democracia".
Sin embargo, "allá donde se cruzan
los caminos" existe otro Madrid al que Ana Botella y la presidenta parecen
no querer mirar, uno que afecta de lleno al madrileño de a pie; una ciudad en
la que la policía secreta detiene a manteros a punta de pistola y que tiene un
aire con niveles de contaminación ilegales, lo que sirve de excusa para subir
el coste de los aparcamientos. Mientras, el precio de los transportes públicos,
como el metro, no deja de subir, y sus horarios de funcionamiento no cesan de
recortarse, pero la población se ve obligada a desplazarse diariamente en ellos
hasta su puesto de trabajo.
Existe otro Madrid el que los
trabajadores de servicios públicos se han visto obligados a organizar mareas
verdes y blancas para detener los brutales recortes de presupuesto en Educación
y Sanidad. Una ciudad en la que ir una tarde a una piscina pública cuesta más
de cuatro euros o recorrer diez paradas de metro más de dos euros. Mientras la
labor asistencial del Estado se debilita, las situaciones de miseria se hacen
cada vez más visibles. Según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, sólo en
la capital, 1'4 millones de personas están en riesgo de exclusión y casi un
millón está por debajo del umbral de pobreza. Sin embargo, hurgar en la basura
puede acarrear una multa de 750 euros.
La lucha de cada día por lo público
Al mismo tiempo que los servicios sociales
sufren recortes en Madrid, los trabajadores públicos organizan acciones para
defenderlos. Las manifestaciones más multitudinarias han sido aquellas que
reivindican una sanidad y educación de calidad y para todos, pero no son las
únicas. En muchos puntos de la capital se suceden pequeñas protestas que, sin
embargo, no llegan a tener la suficiente trascendencia mediática. La semana
pasada, medio centenar de trabajadores se encerraba en la Oficina de Empleo de
Goya para oponerse a la bajada salarial y a los recortes de plantilla en el
área asistencial. Ellos no son médicos ni profesores, pero sí son todo lo
demás: asistentes a mayores y personas con discapacidad, en peligro de pobreza
o exclusión, trabajadores en barriadas desfavorecidas, agentes forestales o
asesores y formadores de desempleados, entre otros.
"La gente no se está dando cuenta
de todo lo que nos están quitando y, cuando ocurra, todo esto va a ser muy
difícil de recuperar", lamentaba Eva López, secretaria del sector de
Administración Autonómica de UGT, una de las encerradas. "Cuando estos
recortes se materialicen va a ser imposible que se pueda dar el mismo servicio
a la población, eso lo vamos a sufrir todos", adelanta. Las protestas se
suceden sin descanso. Al día siguiente, trabajadores del Hospital Infantil La
Paz colocaban pancartas a sus puertas con la frase: "Ni un sólo despido,
todos somos necesarios".
Una veintena de trabajadores despliega
unas pancartas a las puertas del Hospital La Paz - E.M.
Máster en supervivencia
Aún con la resaca de la victoria de la
Eurocopa, en la céntrica iglesia de San Ginés se celebra una boda. En un
momento determinado, suben al altar varios de los invitados para leer una serie
de deseos dedicados tanto a los novios como al país. Cuando llega el turno de
una chica joven, ésta lee: "Por España, que en estos tiempos de Eurocopa y
crisis sepamos unirnos todos y remar en la misma dirección".
Sin embargo, a pocos metros de la
iglesia, Alejandro, de 50 años y licenciado en Economía, se enfrenta solo a una
realidad social sin perspectivas, como tantas otras personas que intentan
ganarse la vida en las calles de Madrid. Hasta hace cuatro meses era el
director de una pequeña discográfica, pero hoy su 'oficina' está pegada a un
árbol en la calle Arenal, junto a la emblemática Puerta del Sol. De
conversación inteligente y educada, este parado vende —sobre una caja de fruta
que hace las veces de mostrador— manualidades que confecciona él mismo a partir
de ramas, azulejos y otros restos que encuentra en la calle. No ha perdido la
esperanza, por lo que se levanta temprano para enviar currículums gracias a la
conexión a internet de una biblioteca pública cercana. "Tengo que
tomármelo así, porque si no me pego un tiro", admite. "He pasado
muchos días llorando, y muriéndome de vergüenza, pero ahora me estoy
acostumbrando a esto, y cuando salga escribiré un libro con todo lo que estoy
viviendo", asegura con media sonrisa.
De vez en cuando —cuenta— algunos
peatones se ríen de él o le faltan el respeto por encontrarse pidiendo en la
calle. Por eso ha colocado este cartel junto a su improvisada tienda: "Soy
español, no tengo trabajo ni cobro ayudas. Busco trabajo. No te rías, pienso
encontrarlo, yo no me rindo. Una ayuda, por favor". Alejandro ha sentido
la solidaridad de otros en su misma situación. De pronto, un joven de piel
oscura se acerca y le entrega una bolsa con dos naranjas y algunas cerezas. Se
saludan amistosamente durante unos segundos, y el recién llegado se va.
"Es normal, nos ayudamos en todo lo que podemos", afirma, y señala a
un asiático que, a apenas veinte metros, vende figuras fabricadas con plantas:
"Él no habla ni una sola palabra de español, pero por gestos conseguimos
comunicarnos y estar pendientes el uno del otro".
Uno de los problemas que más preocupan a
Alejandro es la acción de la policía secreta, que ya se ha acercado en varias
ocasiones para advertirle que lo que hace es ilegal. "Me dicen que lo que
hago es venta encubierta, pero no es verdad, yo ofrezco mis manualidades y pido
la voluntad", refuta. Los agentes le ordenan quitar las cajas de cartón
que usa como mostrador y taller, algo a lo que él se niega. "Aún no me han
dado ayudas del Estado, estoy a la espera, y necesito llevar dinero a casa de
alguna manera", comenta, resignado, antes de repetir que necesita
encontrar trabajo, "además de por el tema económico, lo necesito ya por el
psicológico, tengo que hacer algo".
Refugiados a la deriva
Las quejas sobre la actuación policial
se vienen haciendo también desde los movimientos sociales madrileños, como el
15-M, que ha denunciado en varias ocasiones que las autoridades recurren a una
"estrategia del miedo" para enfrentarse a las protestas civiles. Los
cubanos acampados frente al Ministerio de Exteriores, que llevan casi tres
meses instalados con sus pertenencias en la plaza para reclamar al Gobierno
español que cumpla con sus compromisos, también están indignados con la manera
de proceder de la policía. Carlos Rodríguez, que se presenta como ex teniente
del ejército, explica que llegaron hace algo más de un año a raíz de un acuerdo
adoptado por el gobierno del PSOE, en calidad de refugiados políticos, en el
que se les aseguraba una ayuda de 2.000 euros por persona al mes durante dos
años. Al poco tiempo, denuncia, el ejecutivo cortó esa asistencia. "Nunca
vimos más de 1.500 euros por familia, y ahora estamos en la calle",
asegura. Estos cubanos también culpan al PP por mantenerlos desamparados.
"El señor Margallo ha declarado que no tendría relaciones con Cuba hasta
que no pudiera hablar con la disidencia de la Isla. Pues bien, aquí tiene a la
flor y nata de esa disidencia y no se ha dignado a salir por la puerta si
quiera para saludarnos", ironiza.
Rodríguez cuenta que los primeros días de
acampada fueron los peores. "Llegó mucha policía y nos bloquearon, no
dejaban ni si quiera que se acercara la prensa", explica. "De vez en
cuando vuelven para decirnos que no podemos estar aquí y, en una ocasión en la
que algunos compañeros se ataron para que no nos pudieran desalojar, la Policía
los maltrató y les llegó a causar heridas", denuncia. Sin embargo, estos
cubanos pronto sacan su lado optimista y aseguran que, aunque el Gobierno no
esté haciendo nada bueno por ellos, la gente sí se acerca para ofrecerles
ayuda. Ahora, dos del grupo se encuentran en huelga de hambre para intentar
llamar la atención sobre la situación que atraviesan, y, aunque creen que será
difícil, no abandonan la esperanza.
En el centro de la plaza se amontonan
los sacos con ropa y, entre ellos, más de una decena de cubanos de todas las
edades se encuentran sentados en grupos y charlando, resignados. Aunque
Rodríguez y su compañero Javier Fernández se encuentran en huelga de hambre,
ellos no son los únicos del grupo que están atravesando dificultades.
"Dormimos todos en los soportales que hay aquí al lado, en los que ponemos
colchones. Es una situación dura, sobre todo para algunos de nosotros. Hay una
señora con 70 años que sufre además de reuma y tiene problemas de
hipertensión", comenta Rodríguez.
Un alcalde en huelga por la energía
renovable
Hasta el Paseo de la Castellana, el
alcalde de un pequeño pueblo de Alburquerque, Ángel Vadillo, ha llevado la
reivindicación de una región entera por "una alternativa de empleo basada
en un nuevo modelo energético". El
edil lleva en huelga de hambre desde el 10 de junio frente al Ministerio de
Industria, en lo que considera como "el último recurso" para
conseguir que Aburquerque no se quede sin los cinco proyectos de termosolares
que el Gobierno de Rajoy ha echado por tierra, que según explica supondría la
pérdida de miles puestos de trabajo y "un paso atrás en política
medioambiental".
Vadillo, siempre armado con su botella
de agua con azúcar, aguanta con ánimo en su cuarta semana de huelga de hambre
gracias a la compañía de vecinos y amigos de Alburquerque, pese a que admite
que las autoridades tienen los oídos cerrados. Asegura que el ministro de
Industria, José Manuel Soria, igual que antes los presidentes Felipe González o
José María Aznar, está "al servicio del lobby" de las compañías
eléctricas, pero seguirá con la huelga porque considera que "la
verdad" está de su parte. "El ministro me ha creado un problema a mí,
pero yo también se lo puedo crear a él. Si a mí me pasa algo se va a saber la
verdad sobre las renovables".
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