MÁS
DESIGUALDADES
Las
intenciones de reforma de la educación del actual gobierno se recogen en un
documento de PowerPoint titulado Anteproyecto de Ley Orgánica para la mejora de
la ley de la calidad educativa. Se observa en él una clara voluntad
segregadora. Desde el principio se afirma que todo el mundo tiene talentos
–obvio, por lo demás-, pero enseguida se añade que de distinto tipo. Está
claro, unos tienen talento para el éxito escolar –que son los que irían a los
itinerarios académicos en secundaria- y otros lo tienen para el trabajo manual
–los destinados a la formación profesional o a los programas de cualificación
profesional-.
El documento señala que hay países de éxito que
separan en una red académica y en otra profesional a su alumnado a los 14 años
de edad. Sin embargo, omite que igualmente hay países de éxito –entre ellos
Finlandia, líder en los informes PISA- que mantienen el tronco común hasta los
16 años. Por otro lado, los países que segregan a edades tempranas tienen
resultados menos igualitarios, es decir, hay mayor conexión entre el estatus
socioeconómico de la familia y los resultados escolares. Esto es algo muy claro
en Suiza, cuyos cantones tienen distintas estructuras educativas. En las
investigaciones que comparan las evaluaciones internacionales en primaria
–PIRLS- y en secundaria –PISA- se observa un claro incremento de las
desigualdades en los países que segregan tempranamente (sería el caso de
Alemania, cuyo modelo educativo suscita la admiración de Wert). Ni que decir
tiene que el alumnado que vaya a los itinerarios profesionales a partir del
tercer curso de la ESO será víctima del efecto Pigmalión: el profesorado
depositará en él bajas expectativas que se traducirán en malos resultados (la
profecía que se cumple a sí misma).
El informe que la OCDE publicó a comienzos de año
titulado Equity and Quality in Education: Supporting Disadvantaged Students and
Schools es toda una enmienda a la totalidad a esta propuesta gubernamental. Por
mucho que choque a la mentalidad de nuestra derecha, la equidad y los buenos
resultados académicos van de la mano y esto es lo que sucede en los países que
sistemáticamente ocupan las primeras posiciones en los informes PISA. Adelantar
la edad de segregación de los alumnos para decidir quién va a la formación
profesional y quién al bachillerato es un colosal error que solo cabe
interpretar en clave de sectarismo ideológico en favor de la división social.
De los 39 países incluidos en el informe sobre equidad, 14 de ellos (Australia,
Canadá, Chile, Dinamarca, Finlandia, Francia, Islandia, Nueva Zelanda, Noruega,
Polonia, Suecia, Reino Unido, Estados Unidos y la propia España) mantienen a su
alumnado en un mismo tronco de escolarización hasta los 16 años para, a partir
de esa edad, decidirse por la rama académica –equivalente al bachillerato- o
por la profesional. Es más, el informe cita el caso de Polonia, país que, entre
otras cosas, extendió el tronco común hasta los 15 años, lo que de un modo
unánime se considera una de las razones clave que explica su espectacular reciente
éxito educativo. Lo que propone Wert es legislar contra la evidencia empírica
de que disponemos.
Tampoco se entiende la preocupación por aumentar el
porcentaje de alumnos de secundaria superior que opta por el bachiller en lugar
de por la formación profesional. En torno a algo más de la mitad de los
estudiantes de los países considerados en el estudio de la OCDE elige la rama
general de la secundaria superior. Francia y España están levemente por encima
de esta media. También lo están, y en mucha mayor medida, países como Nueva
Zelanda, Portugal, Israel, Reino Unido, Japón o Canadá.
Resulta cuando menos escandaloso que el anteproyecto
condene al fracaso escolar, es decir, a la no obtención del título de la ESO, a
quienes cursen los programas de cualificación profesional. No se olvide que la
ESO permite obtener el mínimo de competencias para desenvolverse cabalmente
como ciudadano y como trabajador, que no conseguir la ESO prácticamente
equivale a una condena a la marginación social.
Uno de los temas estelares de la propuesta de
reforma es la realización de exámenes de reválida para pasar de nivel: de
primaria a la ESO, de la ESO al bachiller y al final del bachiller. En
primaria, en el área de la OCDE, solo una región de Bélgica tiene una prueba de
este tipo. En el anteproyecto ministerial los niños y niñas que no aprueben el
examen de primaria repetirán curso. El informe de la OCDE es taxativo con
respecto a la repetición de curso: es un gasto simplemente inútil y no sirve
para mejorar el rendimiento. A modo de ejemplo, Corea universalizó en los años
cincuenta del siglo pasado el acceso a la primaria, pero restringió el acceso a
la secundaria por medio de exámenes. Buena parte de los profesores consideraba
que tales pruebas ponían mucho énfasis en la memorización, de modo que
finalmente fueron abolidos en 1974. Hoy Corea, junto con Finlandia, encabeza la
lista de los estudios PISA. Pese a todo, y esto es un aviso para los navegantes
en favor de la cultura del esfuerzo por el esfuerzo (“el sudor de tu frente”),
los niños coreanos dedican la mayor parte de su energía a memorizar
incansablemente como si se tratara de formar a funcionarios confucianos. Chris
Duffy, quien ha sido docente en Boston y en Corea, se lamentaba de la ansiedad
y la angustia que padecen buena parte de los adolescentes (de hecho una
encuesta reveló que nada más y nada menos que una quinta parte de los
estudiantes de secundaria había pensado seriamente en quitarse la vida).
A estas tres reválidas anunciadas hay que añadir la
realización de evaluaciones externas. Creo que poco cabe objetar a la difusión
de exámenes estandarizados que permitan a las familias conocer los resultados
de las escuelas de su entorno o de su preferencia. Los economistas de Fedea
están fascinados con las pruebas de conocimientos llamados indispensables que
realiza la Comunidad de Madrid. Las comparan con las que se hacen en Reino
Unido y cuyos resultados publica la BBC. Sin embargo, estas no tienen nada que
ver con nuestros carpetovetónicos tests. Allí se informa sobre el gasto por
estudiante, el porcentaje de estudiantes con becas de comedor o el salario de
los profesores. Es decir, es posible saber el valor añadido que aporta cada
escuela.
El peligro de que la formación se focalice en los
tests es evidente. Jonathan King, un reconocido biólogo molecular del MIT,
envió a sus dos hijos a la misma escuela. Su hijo mayor aprendió desde la
experiencia. Junto con sus compañeros de clase iba a una charca y tomaba
muestras. De hecho, los niños y niñas descubrían criaturas que este biólogo
desconocía. Con su segundo hijo las cosas fueron radicalmente diferentes ya que
ha sido preparado para pasar tests. La experiencia, el mancharse las manos, han
desaparecido.
Es de loar la preocupación de la propuesta
ministerial por la introducción de las nuevas tecnologías y por la mejora del
aprendizaje del inglés. Por desgracia, no parece ir más de allá de un brindis
al sol. Ambos aspectos requerirían un aumento del presupuesto y sobre todo
cuestionar algo mucho más profundo y que es el modo en que se enseña, el cual
está más volcado en la repetición de contenidos que en el desarrollo del
pensamiento autónomo o de la creatividad.
Por fortuna, la propuesta ministerial no da la
matraca con el cheque escolar. En el informe citado se comenta el caso de los
cheques escolares en Suecia, que se han traducido en una escasa mejora de los
resultados (nula para los alumnos de bajo estatus) y en una creciente
segregación social entre las escuelas.
Sabido es, y con esto concluyo, que la participación
de padres y alumnos en el control y gestión de los centros es más bien una
burla creada al amparo de la LODE de Maravall. El anteproyecto lo termina de
rematar al limitar al asesoramiento las funciones del consejo escolar, lo que
contradice el artículo 27 de la Constitución.
En definitiva, estamos ante una propuesta que nos
aleja, aún más, de los retos de la sociedad de la información y del
conocimiento. Y lo peor es el apoyo con que esta propuesta pueda contar entre
significativos sectores del profesorado, especialmente el de secundaria.
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