UN
AÑO SIN CAPUCHAS. JESÚS NIETO
ETA acostumbraba a matar en días laborables
-siguiendo el poema de Jaime Gil de Biedma- y con esa lluvia fina del
Cantábrico, o eso me pareció siempre, decorando el acta judicial de una
defunción cabrona. Era la reivindicación de una arcadia con vacas minifundistas
de abolengo carlistón, con capuchas nazarenas, caseríos, mucha cartelería
barroca de Kaes en las balconadas más la sábana blanca -apátrida- cubriendo el
cadáver de un concejal que, quizá, era obrero de la metalurgia, futbolista y
padre amantísimo. La patria o muerte por la que procesionaban los barbados de
la Cuba de Castro, traslada a la historia terrorista, se transmutaba en el
oficio del tiro cobarde en la nuca y que al otro, al de fuera, al de la sangre
impura de los sures del Ebro, le brotaran las sangrientas entrañas en una calle
sombría de Mondragón o en la avenida amplia de Madrid. O en un hipermercado de
Barcelona, o en un cuartel de Zaragoza, o en la esquina de mi calle con
jazmines de Málaga.
ETA mataba en días laborales, atronaba el estertor
último del franquismo y se hacía un silencio tenso seguido del ulular de las
sirenas, y el locutor impertérrito en la radio, funcionario del número, refería
la subsiguiente operación jaula, y una procesión de perros y fusiles en los
arcenes de la democracia reiteraba la normalidad de la muerte sobre la que se
asentaba ya la abulia espiritual de un pueblo en claroscuro de Goya.
Luego las gabardinas en el camposanto se empapaban
del sirimiri y de la lágrima salada de la viuda y del hijo, los tricornios
montaban galas de luto, el ministro reafirmaba habiendo muerte el compromiso de
la democracia y los papeles entonaban a cuatro columnas el “NO PASARÁN”. Tanto
ha sufrido la clase media del españolito los afanes visionarios de la periferia
que, hace un año, cuando lo del anuncio, respiramos con alivio y con escozor
ante un futuro que creímos más limpio. Casi que, ido el miedo, podríamos pedir
la Paz, la palabra y una de txacolís en el Casco Viejo por poner color.
Tranquilamente hablando. El aniversario del cese del tiro, del que me enteré
tras merendar con mi padrino Raúl del Pozo en su casa, no es una celebración,
ni mucho menos; es como ese espasmo involuntario de optimismo que genera el
cuerpo cuando se ha llorado en demasía; como esa sonrisa que se escapa en el
velorio después de que el cuñado cachondo se arranque por chistes malos y haya
una coña difusa entre el nihilismo, la madera de nogal y los cubatas a precios
razonables.
Hace un año el paciente, España, tuvo la mejoría
previa a la muerte cerebral. Una paz breve antes de que el cuervo nos rebañase
las vísceras. Al final, a España ya no la mata el tiro de gracia y el GORA
nosécuántos. Ahora el viaje al infierno es lento, con deudas y con un pleno
ministerial privándome del aire y de la vida. Aconteció que la paz en España
era irse a la mierda sin muertos y con hambre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario