¿INCULTURA O MALDAD?
Unas
recientes declaraciones del Obispo de Córdoba sobre lo que llama “ideología de
género” vuelven a poner sobre la mesa las ganas de confundir y la deriva
totalitaria de buena parte de la jerarquía católica, empeñada, como en viejos
tiempo, en ver enemigos de Dios y de la Iglesia en donde simplemente hay
diferencias sobre la naturaleza de los seres humanos que todos deberíamos
contemplar con generosidad y respeto.
El Obispo
parte de tener una idea bastante errónea sobre el uso que se hace
mayoritariamente del concepto de género y tergiversa algunas cuestiones
esenciales. Por ejemplo, cuando utiliza una frase de Simone de Beauvoir (“Mujer
no se nace, sino que se hace”) para decir que eso significa afirmar “que el
sexo es aquello que uno decide ser”, algo que me parece evidente que Beauvoir
nunca quiso decir.
Ser
feminista o defender la utilización del concepto de género no significa
confundir a éste último con sexo (como hace el Obispo) sino todo lo contrario.
Precisamente, lo que se trata de poner de relieve cuando se habla de género es
que hay diferencias (la mayoría de ellas) entre mujeres y hombres que NO son
las consustanciales o intrínsecas al hecho de ser cada uno de ellos de sexo o condición
biológica diferente.
Al reconocer
esas diferencias se percibe claramente que, no siendo biológicas, tienen su
origen en razones distintas a las que podrían derivarse de la mera diferencia
sexual. O lo que es lo mismo, que proceden de factores culturales, ideológicos,
políticos, de estereotipos, costumbres, prejuicios… que constituyen, en todo
caso, una discriminación. Discriminación que debe rechazarse precisamente
porque es impuesta, porque no responde a ninguna razón digamos natural y que,
por tanto, supone perjuicios y daños para las mujeres, generalmente para ellas,
aunque igualmente podrían darse al revés (otra cosas es que haya
discriminaciones que no están justificadas ni siquiera cuando tengan un origen
natural o vinculado a la mera diferencia sexual).
Por tanto, o
es puro desconocimiento o es una maldad hacer creer que quienes defendemos el
tener en cuenta estas diferencias o discriminaciones estamos poniendo en
cuestión ningún tipo de orden natural. Y, por otro lado, es evidente que se puede
defender el concepto o la perspectiva de análisis de género a la que acabo de
hacer referencia (y que simplemente se orienta a tratar de descubrir
discriminaciones de esa naturaleza cuando se lleva a cabo cualquier otro tipo
de análisis de las personas o de la sociedad), si se desea o cree conveniente,
con la idea de Dios, porque no hay incompatibilidad ninguna entre ello. Su
utilización por muchos católicos y católicas que no ponen en cuestión sus
creencias cuando lo hacen así lo prueba.
El Obispo
identifica maliciosamente el feminismo y la lucha contra las diferencias de
género con los planteamientos personales o políticos que tienen que ver con el
reconocimiento de la propia identidad sexual. Podríamos hablar también de ello
y sobre la postura que al respecto mantiene la Iglesia pero es que se trata de
un asunto que no tiene nada que ver con el punto de partida ni con los
planteamientos fundamentales del feminismo o del análisis de género. Se
encuentran en planos distintos y el Obispo los mezcla, bien por ignorancia,
bien por maldad, pero en cualquier caso confundiendo a quien lo oye. Defender o
legalizar el matrimonio entre personas del mismo, o que cualquier persona pueda
vivir libremente la condición sexual de la que se sienta portador puede ser todo
lo discutible que se quiera pero no tiene nada que ver con el género (en el
sentido al que acabo de aludir). Hay que ser muy inculto o muy mala persona
para confundirlo y confundir así a la gente.
Para poder
llegar más lejos en su crítica, el Obispo (como en general hace la jerarquía
católica) generaliza y denomina “ideología de género” a la suma de todas estas malas
interpretaciones del pensamiento feminista y de los análisis de género. Hablar
de una ideología de género es una simpleza inaceptable. O, mejor dicho, una
falsedad, porque no es cierto que haya una ideología de género. Cualquiera que
haya leído un poco, que se haya informado algo antes de hablar de estas cosas,
sabe que hay perspectivas de análisis muy diferentes que toman como referencia
las diferencias de genero.
También me
parece una interpretación maliciosa afirmar que quienes defendemos el
considerar las diferencias de género como algo que hay que combatir somos
“enemigos de la familia”.
En primer
lugar, habría que decir que ya está bien de tanta defensa retórica de la
familia por quienes menos han hecho por defenderla: basta comprobar que los
países europeos que han tenido más influencia de la Iglesia Católica son
aquellos en donde las políticas de ayuda a la familia, los recursos que se ponen a sus disposición y la protección que
se les presta es menor. Ya está bien de tanto cinismo.
Pero, en
segundo lugar, esa afirmación resulta igualmente maliciosa porque lo que se
trata de conseguir cuando se pone sobre la mesa y se trata de combatir la
discriminación de género (insisto, las diferencias entre mujeres y hombres
generadas por perjuicios, estereotipos, imposiciones… que generan daños y
perjuicios a las mujeres) es, precisamente, que la familia funcione más
armoniosamente, que haya un reparto más equitativo de las tareas, de los
cuidados, que quienes formen parte de ella estén en mejores condiciones para
amarse y hacerse felices. Lo que es algo contra natura y lo que impide que las
familias sean un espacio que promueva la satisfacción mutua y la plena e
integral realización personal de cada uno de sus miembros es justamente el que
haya diferencias culturales injustificadas, estereotipos que hacen cargar a una
de las partes con más tareas que a las demás, prejuicios que suponen un sacrificio
inmenso para las mujeres, cuando se les obliga a vivir sin libertad y
sojuzgadas. La aspiración igualitarista del feminismo (tal y como yo la
entiendo) no es la que se dirige a imponer un equilibro conflictivo o forzado
respecto a la condición natural más o menos distinta que podamos tener las
personas de distinto sexo, sino justamente la que quiere respetarla, evitando
que dicho equilibrio se establezca en función de criterios (“las mujeres, la
pata quebrada y en casa”) que sí que son claramente contrarios a nuestra
condición sexual natural. Y que, por cierto, durante muchos años ha promovido
la Iglesia Católica.
El Obispo de
Córdoba hace una identificación muy torticera de los planteamientos de género y
del feminismo para identificarlos, como he mencionado más arriba, con los que
tienen que ver con la percepción de la sexualidad de cada persona. Insisto en
que no voy a tratar de ese tema (que es completamente distinto) pero sí quiero
señalar el falseamiento que supone afirmar que según el feminismo “mi identidad
sexual es una esclavitud de la que la persona tiene que liberarse”. ¡Es todo lo
contrario! Lo que defiende el feminismo (o la mayoría de los feminismos) es
precisamente que los seres humanos tenemos el derecho a vivir nuestra identidad
sexual de manera libre y sin las esclavitudes que conllevan las diferencias que
se imponen a las personas (general y mayoritariamente a las mujeres) como
consecuencia de factores que, como he dicho, no tiene que ver con las
diferencias biológicas.
Con la vieja
estrategia de construir enfrente a un enemigo para aglutinar así a las huestes
propias, el Obispo de Córdoba recurre finalmente a denunciar odios donde no los
hay: “La iglesia católica es odiada por los promotores de la ideología de
género (…) que se va extendiendo implacablemente, incluso en las escuelas”. Una
apunte más en el martirologio que tan a menudo olvida las víctimas de uno mismo
pero que no tiene fundamento alguno. Yo
creo que haría mejor el Obispo en no mezclar churras con merinas. Es natural
que defienda sus principios religiosos y antropológicos, pero debería entender
que los demás tienen también derecho a defenderlos. Y, sobre todo, debería
hacer un esfuerzo por poner cada cosa en su plano respectivo, quizá
informándose un poco más, con mejor voluntad y con menos sectarismo, antes de
hablar de estas cosas. Así vería enfrente a menos enemigos y podría dialogar
más fácil y útilmente con personas con las que estoy seguro que comparte muchas
más problemáticas y soluciones de las que en apariencia hay. Lo peor que puede
hacer alguien que se considera un pastor es confundir a sus ovejas y generar
conflictos entre ellas donde quizá no existen.
Y, por
último, no puedo resistirme y dejar de señalar que ha sido una pena que el
obispado de Córdoba esté tan atento a las cuestiones sexuales de sus fieles y
que no se haya preocupado tanto en años anteriores de las barbaridades que han
cometido en la Caja de Ahorros de su propiedad los curas banqueros cordobeses
que la dirigían y que nos han costado a los españoles muchos miles de millones
de euros.
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