LA
CUARTA PARED
Nací porque me dijeron que había nacido. Porque
nacer, nacer; no supe que había nacido.
Crecí entre abejas, libélulas, juncos y vinagretas.
A la edad de 7 años, me hablaron del océano y quise verlo. Me mostraron una
foto, pero algo me decía que la imagen del océano no es el océano. Como
insistí, me llevaron a ver el mar. Quise que me mojaran sus olas. El mar se me
antojó frío, brusco, engreído... Ese mar me golpeó una y otra vez y caí.
Logré levantarme.
Me llevaron a otro mar de orilla tranquila, pero era
el mismo mar. Cuando más relajada me mostré, con el sol calentando mi espalda y
mis pies estimulados por el agua, unas olas con resaca me llevaron mar adentro.
Llegué de nuevo a la orilla con un esfuerzo impropio
de mi naturaleza. El miedo a ser golpeada de nuevo, me hizo alejarme del mar.
Recordé entonces que una vez, cuando era feliz, me
hablaron del océano. Y renové mis ganas de conocerlo. Tomé el timón de mi barco
de cáscara de nuez y partí rumbo al gran azul.
Viajé sobre olas suaves, me elevé con olas
gigantescas, me detuve en un océano sin vientos... pero el océano se fue. Quise
andar con mis pies tras él. Extrañaba el agua líquida que me había mecido,
calmado, elevado, descendido, acunado...Y miré hacia dentro.
Dejé de añorar los días navegados y quise explorar
el mar más cercano. Me dijeron que se llamaba Mediterráneo. Al cabo de los
días, me dijeron que no, que se llamaba Mar Muerto. Aguardé a que cesaran las
incertidumbres.
Monté entonces en mi pequeño avión de fuertes alas y
volé con la intención de explorar el mar interior todavía sin nombre.
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