LA TIJERA
QUE MÁS DESTROZA: LA IGNORANCIA
La vida
puede sentirse, pero es inmaterial. Vivimos rodeados de relojes para “saber la
hora” en que vivimos, para “no llegar tarde”. La vida no necesita relojes. Nadie nos ha enseñado a vivir libres
de la “amenaza del tiempo”.
Confundimos vida con años. Sin embargo, porque no se ve se olvida o se
ignora, el alma. Como sólo vemos el
cuerpo, sólo el cuerpo nos preocupa: su alimento, su belleza o deterioro. Nos
preocupan las arrugas, consecuencia de la edad
y la edad misma. Y sin embargo la
energía, el impulso vital y la vitalidad
son algo mucho más profundo. Es interior. Cuando aquí se mete la tijera, los
recortes llegan al alma.
El alma de
una persona de 75 años, el alma de alguien que tiene 24, la de una niña de 9 y
la que tiene un feto de 3 meses y también la del enfermo de 45, es “Igual de
joven”. Es joven hoy, y lo será mañana, porque el alma es eterna. Es una chispa
de la Energía infinita, de la suprema
Belleza, del Bien total, del Amor, de
Dios (– o como usted lo llame-). Somos humanos y divinos. Cuerpo y alma. El
alma no tiene edad. Estamos en camino
hacia otro nivel. Somos parte de
la conciencia universal. Nunca vamos a
dejar de existir, de tener un alma joven. Lo afirman los grandes filósofos, los
psiquiatras, las diversas
religiones, pero también la Física
Quántica. ¿Están todos equivocados?
El alma, el
pensamiento y también la materia, participan en el proceso de evolución, según
Teilhard de Chardin. Disponemos de un
“tiempo ilimitado”, inmensurable: la eternidad. Ahí radica la fuente de la
alegría, de la esperanza, que no se agota en un momento, ni en una vida. Es nueva cada día. Nuestro
tiempo, nuestro trabajo y nuestro desarrollo es “ahora”. Siempre es ahora.
Todos estamos llamados a colaborar unos con otros y ayudar a los más débiles.
El momento presente tiene un valor de esa categoría: infinito. Nuestra vida
cabe en un minuto, y en 100 años no se agota. Pasado y futuro se viven en el
presente inagotable. Descubrir eso es
descubrir el verdadero valor del ser humano. La regeneración social debe nacer
ahí, en esa toma de conciencia del ser humano.
Después de
ser conscientes se podrá obrar en consecuencia. Se pueden hacer leyes que apoyen la vida, favorezcan el desarrollo
integral, la paz, la bondad, la empatía, el progreso de la inteligencia, la
salud y las emociones que nos conducen al bienestar, la paz y la felicidad.
También
puede ignorarse todo eso, claro. Negar el espíritu que somos y obrar en
consecuencia. Es la mayor ceguera. Volcarse únicamente en la materia tanto a
nivel personal, como político y social, es perder la dimensión esencial,
trascendental. Es recortar el horizonte humano.
Las instituciones políticas y sociales pueden “recortar derechos
fundamentales”, legítimas aspiraciones humanas. La ignorancia ontológica
conduce a razones “ideológicas”,
“sectarias”, “materialistas”, o
simplemente “inhumanas”. Pueden alegar razones económicas para
justificar todo. Ahora bien, la ignorancia no equivale a irresponsabilidad,
dicen los juristas.
Eliminar a
un ser humano, en el vientre materno, en
la calle, o al moribundo en un hospital, es una actuación injusta. Hay muchos
responsables, por no respetar la
integridad y la dignidad del ser humano.
Son decisiones prepotentes, propias del nazismo, del materialismo. Quitarán la
vida a un ser humano, pero seguirá viviendo.
El ser humano al que se le
recortan sus derechos es “eterno”. Se
puede hacer pagar la crisis a los más
débiles: niños, enfermos, pobres o ancianos. De hecho se hace. Los sindicatos
pueden guardar silencio, porque los débiles no tienen voto. La sociedad también puede callar y no
comprometerse. Pero la sangre de los inocentes gritará contra el atajo de cobardes, de “miserables”
por delito de silencio. Su dignidad no
se pierde, es eterna. Quien tenga conciencia y valor, se unirá a ellos, será su
voz. Tiene que haber justicia, si todo no se acaba en cuatro días, si la vida
es para siempre. Las esperanzas, las
tristezas y angustias de los hombres, sobre todo de los pobres e inocentes
humillados, que sufren, no pueden quedar frustradas siempre y para siempre.
Está escrito en el ser espiritual de cada uno. No hay desahucios de esperanza,
tampoco de dignidad. Debe tenerse muy en cuenta si queremos salir de la crisis
y progresar, o repetir ciclo hasta aprobar. La casualidad no existe. No estamos
aquí por accidente.
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