EL EJEMPLO JAPONÉS
Mientras que
las autoridades europeas se empeñan en actuar afirmando que no hay más
alternativa que la austeridad y el fundamentalismo que nos ha llevado a una
segunda recesión, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, ha demostrado que eso
es completamente falso, poniendo en marcha un amplio incremento del gasto
público (a pesar de que la deuda pública de Japón es de 220% del producto
interno bruto) y haciendo que el banco central lo financie.
Comenzó,
cuando era solo candidato, pidiendo al Banco Central del Japón “humildad para
ayudar al país” y ha terminado llevando a cabo una auténtica intervención para
obligarle a realizar una política monetaria que ayude a levantar la economía y
a recuperar la actividad y el empleo, en lugar de seguir condenándola a la
depresión en aras de mantener la estabilidad de los precios.
Abe ha
obligado al banco central japonés a que revise el objetivo de inflación, a que
compre masivamente deuda pública y a que inyecte mucha más liquidez en la
economía.
Se trata de
un paso importante porque de esa manera se rompen varios de los mitos
neoliberales que se vienen manteniendo para hacer que la política económica, y
en particular la monetaria, se hayan podido convertir en un mero instrumento de
ayuda a la banca privada.
Es cierto
que el Banco Central de Japón (BCJ) había venido inyectando grandes cantidades
de dinero, como ha hecho el europeo, para hacer frente a la crisis. Pero lo ha
hecho en una medida bastante escasa (en términos relativos, casi la mitad que
la Reserva Federal, por ejemplo) y de manera que solo ha favorecido a la banca
privada.
Al igual que
en Estados Unidos y en Europa, el dinero que el BCJ ha ido creando ha sido
puesto a disposición de los bancos privados, pero éstos lo han utilizado en la
mayor medida para “limpiar” sus balances de activos tóxicos y no para volver a
financiar a la economía. Y lo que ahora pretende el gobierno japonés es
obligarle a que sirva para financiar al gobierno y a las empresas.
La
injerencia, porque así hay que calificar la actuación del primer ministro
japonés en el Banco Central, rompe también la idea de que éste debe ser una
institución independiente y completamente ajena a la problemática de la
política económica y de la situación general del país, para centrarse solo en
luchar contra la inflación.
Detrás de
ese principio lo que de verdad hay es un apoyo constante de los bancos
centrales a los propietarios del capital financiero a costa de crear burbujas y
de llevar a cabo una política monetaria que solo aparentemente controlaba con
disciplina la cantidad de dinero en circulación.
Esto último
es así porque mientras que los bancos centrales mantenían tipos de interés
elevados o restringían la cantidad de dinero que ellos creaban (que más o menos
es el 5% del total), no hacían nada para evitar que creciera el dinero que
crean los bancos (el 95%), de modo que lo único que han conseguido ha sido
facilitar que se multiplique el beneficio bancario permitiendo y alentando un
incremento gigantesco de la deuda (que es el procedimiento por el que se crea
el dinero bancario) que ha terminado siendo fatal para la economía.
Lo que ha
hecho el primer ministro japonés es nada más y nada menos que poner al Banco
Central Europeo del Japón al servicio de los intereses nacionales y de la
recuperación económica que precisa su país. Lo que hacen las autoridades
europeas es permitir que una institución pública actúe simplemente como un
instrumento más de los intereses bancarios privados.
La cuestión
no es un mero capricho. Ni siquiera una simple exigencia elemental de la
democracia, que carece de sentido cuando el manejo del dinero, del que depende
al fin y al cabo el bienestar de la sociedad, le está vedado a los poderes
representativos. Se trata de poder poner orden en la economía y resolver los
problemas más acuciantes que le afectan. Si los bancos centrales independientes
hubieran sido capaces de evitar las crisis, de sacarnos de la actual, de evitar
la quiebra de cientos de miles de empresas y la destrucción de millones de
empleos, si hubieran controlado el aumento terrible de la deuda y los fraudes y
estafas bancarias que han arruinado a millones de personas, todavía se podría
pensar que su independencia es el precio que conviene pagar para que las cosas
vayan bien. Pero es que lo que ha sucedido es lo contrario. La independencia de
los bancos centrales solo ha sido la carta blanca para que estos hayan actuado
en plena complicidad con la banca privada que ha provocado la crisis y cometido
todos esos desmanes.
El cambio
del estatuto que los rige es una exigencia fundamental si de verdad queremos
empezar a salir de la situación en la que estamos. Y no solo eso. Es
fundamental que se investigue su actuación, que se depuren responsabilidades,
que se castigue su pasividad y su connivencia con quienes han provocado el daño
que estamos sufriendo.
La actuación
del gobierno japonés muestra, en definitiva, que es una gran mentira que no
haya alternativas como dicen siempre las autoridades europeas. Las hay y solo
basta tener dignidad y anteponer los intereses nacionales a los de la banca
para ponerlas en marcha.
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