LINCOLN, EL CORRUPTO
El conocimiento
de la historia a veces es cruel y produce frustraciones. A los que teníamos una
idea noble, benefactora, casi idílica de la abolición de la esclavitud en EEUU,
llega el director Steven Spielberg y en una acertada película lo destruye sin
tan siquiera ofrecer una alternativa aceptable. Las cosas fueron así y punto.
Enjuagues, compra de votos, amenazas y ofertas inconfesables hicieron posible
la aprobación de la decimotercera enmienda. Así de crudo. La película trata de
plantear el eterno dilema de si el fin justifica los medios, cuestión que, como
siempre, tiene su respuesta en la razonable, ponderada y equilibrada regla de
la proporcionalidad. Es cuestión de comparar el bien que se consigue con el
daño producido y obrar en consecuencia. Pero la pélicula desliza de forma más
sutil, pero igualmente llamativa, la distinta imagen que se trata de proyectar
de las dos patas del banco de la corrupción. El corruptor Lincoln, con su
imagen espigada, huesuda, afable y reflexiva nos traslada una personalidad
encomiable, de hombre justo, benéfico y casi heroico que comete el pecadillo de
dedicarse a corromper a cuantos le rodean. Mientras que a los corrompidos se
nos presentan como hombres interesados, medrosos, ambiciosos, cobardes y traidores.
Es decir el mal sin rastro de bien alguno. Es esta antitética imagen, la del
juicio benigno y casi absolutorio sobre uno, frente la condena y el oprobio
sobre los otros es lo que más me llamó la atención de esta celebrada película.
Y es esta
diversa valoración de los dos elementos de la construcción de un mismo delito
la que, de alguna forma, se ha instalado en nuestra sociedad a la hora de
juzgar los desgraciadamente numeroso casos de corrupción que se detectan en la
vida política y social española. No es cuestión de aminorar la condena social
que normalmente lleva aparejada el descubrimiento de un corrompido, sino que a
veces llama la atención la benevolencia e incluso comprensión que se le
dispensa a los que logran sus propósitos a base de corromper. Normalmente estos
últimos son empresas que gozan de prestigio social y solvencia económica que no
pierden un ápice de su respetabilidad si son sorprendidos en estas delictivas
prácticas. Es como si la sociedad considerara que es justificable e incluso
lógico que las empresas intenten conseguir beneficios y favores buscando el
lado oscuro de algunos administradores públicos. Pero, no hay que olvidarlo,
Lincoln era tan corrupto como los que corrompió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario