JOSÉ SARAMAGO
El
18 de junio de hace ahora cuatro años se marchó para siempre una de las figuras
más grandes de la literatura portuguesa y universal. José Saramago se marchó
serenamente caminando , tras escribir hasta en sus últimos días, para fundirse
con el silencio que él consideraba expresión de la divinidad. Único premio
nobel en lengua lusa, ya que la academia sueca se empeña en maltratar las
lenguas ibéricas, Saramago fue escritor, periodista, novelista y poeta, a lo
que une un activismo político que le granjeó simpatías y antipatías desde todas
las orillas posibles.
Pudo
haberse llamado José de Sousa, pero el destino, la picardía o la mala fe de un
funcionario con retranca, hizo que sobre su nombre floreciera el Saramago, en
portugués jaramago, la humilde flor del campo que tiñe de un vivo amarillo los
campos de cualquier aldea mediterránea. Ese era el apodo de su padre, campesino
de una pequeño caserío cercano al Tajo, y el mote, el apodo o el epiteto
familiar que acompaña a todo hombre que nace en un pueblo, terminó por
desplazar para siempre al apellido.
Y
es que ante todo José de Sousa, Saramago, era hijo de campesinos. Eso le marcó
de por vida. Aunque con poca edad marchó
a Lisboa, siempre sería nuestro personaje heredero del linaje del jornal,
depositario de aquellos que hacen de su esfuerzo la única garantía del pan para
el día. Esta conciencia de clase le llevó a ingresar posteriormente en las
filas del Partido Comunista, lo que le supuso, junto a sus polémicos escritos,
el despido de algunas publicaciones.
Compaginó
su literatura con varios oficios y ya en 1969 se dedicó únicamente a su pasión
por escribir. La voz de Saramago era única, inclasificable. Sus preocupaciones
siempre fueron lo inefable que se intuye en lo cotidiano, la observación
benevolente del alma humana, los olvidados, los tristes y sin voz, las sombras
grises que miran al trasluz de nuestras propias ventanas. Es el punto de
partida que le lleva a la reflexión social y política, puesto que su literatura
es fundamentalmente humanista. Era dueño de un discurso fluido que reniega de
la puntuación y juega con las diferentes narradores para confundir a un lector
que en su presencia siempre debe estar alerta. La lectura de Saramago es un
ejercicio de inteligencia al que se llega por el camino de la poesía, y es que
el escritor luso construye el templo de lo abstracto con sencillos ladrillos de
barro. Hace uso de la parábola, con un realismo mágico alternativo al del otro
lado del Atlántico, y a cuyo sentido profundo somete una forma libre y heterodoxa.
“Todos los nombres”, “Ensayo sobre la ceguera”, “La balsa de Piedra” o “El evangelio según Jesucristo” son novelas
al tiempo que ensayos filosóficos y poemas épicos sobre la condición humana.
Su
alma poética le lleva a ser iberista, siendo uno de los últimos intelectuales
que abogaba por una comunión práctica de todos los pueblos peninsulares. Quizás
fuera ésta una unión más espiritual que política. A nosotros, sin embargo, que sí nos
pronunciamos republicanos, nos gustaría que la nuestra fuera una república
presidida por poetas, capaces de bregar con lo cotidiano pero que vean en ello
lo que permanece. José Saramago, que es como ese vidente que conduce a los
ciegos en una de sus novelas, bien podría haber sido el presidente de una
República Ibérica. Prefirió sin embargo disfrutar del amor y la literatura en
su retiro de Lanzarote, y no le culpamos por ello.
Decía
también que Dios era el silencio del universo y el hombre el grito que lo hace
posible. Bonita manera de decir que Dios fue creado por el hombre, invirtiendo
unos términos largamente aceptados y certificando con ello su fe inquebrantable
en nosotros. Concluimos que si ante nuestro grito Dios prefiere callar, sólo
queda gritar mas fuerte y arremangarse, como hacen los hijos poetas de los
campesinos...
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