NORMANDÍA Y VIETNAM. SERGIO RUIZ MATEO

DE NORMANDÍA A VIETNAM
            Si la semana pasada dedicábamos el homenaje al hombre desconocido de Tiananmen, en el día de hoy os hablaremos de otras dos  imágenes que marcan igualmente la historia del reporterismo gráfico. Cercanas en cuanto a significados y vínculos entre ellas, estas imágenes pertenecen a años muy alejados en el tiempo, aunque en ambos casos la fecha corresponde al mes de junio.

            El 6 de junio de 1944 se inició la mayor operación combinada de la historia. Desde aquel día, más de 250000 soldados aliados y 50000 vehículos a los que se sumarían luego unos 3 mill más  de hombres hasta el final de la guerra, desembarcaron en las playas de normandía para inicar la reconquista del territorio europeo. En nuestra primera imagen de hoy aparece una barcaza abierta que se proyecta hacia un horizonte donde las dunas y los acantilados normandos se asemejan a murallas inexpugnables. En primer término los soldados, pobres chicos criados en los suburbios de cualquier ciudad británica o norteamericana, contemplan el desfile de barcos y lanzaderas que se aproximan a la playa. Es difícil imaginar sus pensamientos en aquella ocasión. Todos estaban llamados a la gloria; muchos de ellos, también fueron llamados a la muerte.


            Eishenhower y Montgomery lideraron un ejército que aplastó a la Wermacht en apenas dos meses, llegando a la soñada París en agosto de ese mismo verano. Terminada la guerra y descubierto a la ciudadanía el horror nazi, el mundo se hizo bipolar, y los que antes fueron aliados ahora levantan un muro que separa a los hombres en dos concepciones opuestas y antagónicas de la política, la economía y la cultura, que desembocaron en la Guerra Fría. Dos concepciones del ser humano y el mundo que bien pudieron destruir la civilización humana.

            Uno de los episodios más tristes de esa guerra fría fue el conflicto de Vietnam, contexto de nuestra segunda imagen de hoy, obtenida por el reportero NicK Ut el 8 de junio de 1972. En un pequeño pueblo cerca de Saigón, la aviación surcoreana, apoyada por el ejército y el mando estadounidense, bombardeó las fuerzas del Vietcom con gas napalm, capaz de calcinar cualquier ser vivo alcanzando los 1200 grados de temperatura. A pesar de que los norteamericanos aseguraron que sus informes le indicaron lo contrario, numerosa población civil se refugiaba en el templo de la aldea.

            En la fotografía Nick Ut consigue captar un fondo irreal de desolación. El blanco y negro de la imagen no permite discernir figuras en ese marasmo oscuro de cenizas, tinieblas y destrucción. Sin embargo, de aquella masa inquietante parte una carretera que se aproxima al espectador. Es el hilo conductor entre el caos bárbaro y nuestras seguras convicciones. Allí, cuatro soldados surcoreanos caminan en un plano intermedio, indiferentes al dolor, con el desencanto profesional del ya ha contemplado cosas peores. Pero nuestra atención se centra en la figura de Kim Phuc, una niña de 9 años que es la referencia de la composición y la desafortunada protagonista de la fotografía.


            Emerge del caos desnuda, con el rostro mudado de dolor y terror y con los brazos alzados a media altura, casi un remedo de crucificado. Su visión es un golpe a la conciencia, una denuncia dirigida a lo más profundo del alma humana, ¿puede haber algo más violento que la violencia ejercida contra los inocentes? Huye de la aldea dejando atrás su familia y su infancia. En esa desnudez que es la inocencia pura, junto a otros niños cuyo rostro son la expresión del espanto, Khim Phuc gritaba que aquella cosa desparramada sobre su brazo y espalda la quemaba viva, y se lo gritaba a través del objetivo a aquellos occidentales que sentados plácidamente con el periódico y la taza de café matutino, pensaban que sus chicos iban a Vietnam a salvar la libertad. Aquellos chicos que arrojaban napalm, eran también aquellos chicos que desde una barcaza en Normandía, sacrificaron sus vidas por libertar Europa.

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