Septiembre siempre irrumpe desabridamente con la metáfora
persistente de 'la vuelta al cole'. Es una de esas ideas arraigadas
poderosamente en el imaginario colectivo al provenir de la infancia: el final
del verano inevitablemente asociado a volver a empezar, curso nuevo, profesor
nuevo, aula nueva, libros nuevos, cartera nueva. Claro que, si hay algo que no
se parece a eso, es el comienzo del curso político aunque el periodismo se
aferre a la metáfora tentadora de la 'la vuelta al cole'. Nada es nuevo, o casi
nada. Ni temario nuevo ni rostros nuevos ni paisaje nuevo.
El curso es otra vez
el mismo curso como en el día de la marmota: el desafío soberanista, la
corrupción sistémica de la administración clientelar de la autonomía, las
trampas institucionales del Gobierno para cambiar las reglas del juego a la
carta, la política en los juzgados y en la puerta de la cárcel, la diplomacia
de las pateras, Alaya, las estratagemas ventajistas de los alcaldes en su año
electoral, el blablablá de la solución definitiva para el mercado eléctrico.
Hay asignaturas repetidas desde 1714. La única novedad es Podemos y ya muy
relativa tras varios meses de tralla con el efecto previsible de su
efervescencia demoscópica: mientras más se le demoniza desde 'la casta', más
atractivo cobra para su clientela harta de 'la casta'.
En realidad todo esto queda muy lejos de la sensación
estimulante de pasar a otro 'curso'. Más que el aire fresco del 'beguin to
beguin', es la cansina percepción del 'déjà vu'. La misma literatura de la
renovación (PSOE), la misma literatura de la regeneración (PP), la misma
literatura de la depuración (IU, Podemos), la misma literatura del derecho a
decidir (CiU, ERC). las mismas literaturas de eslóganes necrosados. Ya está
aquí el político que acusa a su rival de «estar de vacaciones» (pues claro,
coño, para eso está agosto) de la que él llegó dos días antes; el mamoneo de
pedirse y rechazar comisiones de investigación de cara a la galería; los
balances triunfalistas porque en definitiva la mentira tiene un grado superior
que es, como adivinó Disraeli, la estadística; la promesa de nuevas medidas de
transparencia. El guión se repite como en la alegoría mitológica de Sísifo. Así
que la esperanza es lo primero que se pierde en el curso político. Y a pesar de
todo hay que resistirse al pesimismo, sí, pero por militancia, no por la
literatura boba del optimismo por decreto como reclama el presidente
denunciando impúdicamente que «hablar de desgracias está de moda», como si la
desgracia de jóvenes emigrantes, parados de larga duración, emprendedores
arruinados, pensionistas con el agua al cuello o enfermos fuera del sistema
sólo fuera un trendig topic de aguafiestas pijos. Claro que eso también está en
el guión. Ahora lo que toca es proclamar «España es una gran nación», y quien
dice España dice Andalucía, o Málaga. Así que no alarguemos más el momento:
¡España es una gran nación! Y vamos allá.
PUBLICADO EN DIARIO SUR
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