GOYA Y VIETNAM
En 1814 Francisco de Goya pintó “La carga de los
mamelucos”, también conocido como 2 de mayo. Ese mismo año acabó el que habría
de ser lienzo inseparable del primero, el “3 de mayo”. La mirada de Goya, comprometida,
ilustrada, luminosa hasta en el mundo de las tinieblas, rompe el orden de la
plástica clásica para acercarse al mundo de la verdad pura más allá de la
forma, creando en ambas un manifiesto contra las guerras y la barbarie. En otra
ocasión hemos afirmado que las primaveras suelen ser prolíficas en
revoluciones. Cuando se levantó en armas en 1808, el pueblo de Madrid era
portador de todo el optimismo insensato de las revoluciones y todo el fanatismo
que un acto violento y condenado a fracasar, lleva consigo. Los alzamientos
contra los imperios pronto causan simpatía entre los imparciales, y así, el
levantamiento de Madrid se ganó de inmediato el apoyo de una Europa que vio, en
aquellos desarrapados súbditos de un reino marginal y obsoleto, una fiera
pasión por la libertad. Así lo plasmó primero Goya en su “2 de Mayo” y así lo
vieron luego los románticos.
“Los fusilamientos” son la cara de la otra moneda, la del
imperio que reprime las ansías de libertad, la opresión cruel del pueblo. El
gigante que pisa a los pequeños. Pero es una opresión que deja rastros...El
gesto violento del hombre de la camisa blanca, el hombre iluminado, grita al
mundo para que el mundo sepa y no olvide. Goya utiliza el arte como denuncia,
por primera vez en la historia, actúa, como hiciera en sus cuadernos, como un
fotoperiodista, y señala la injusticia en aquella España que sin conocer la
libertad, se alzó en armas intuyéndola.
Viene a cuento hablar de Goya en estos inicios de Mayo
porque vamos a hacerlo también de la guerra de Vietnam, de la que la semana
pasada se cumplían 40 años de su conclusión. Alguno podría acusarnos de
aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid, pero Vietnam y La guerra de la
independencia española, separadas por más de un siglo, tienen más de una cosa
en común. En ambas un imperio todopoderoso se enfrentó a una población
autóctona con un nivel de desarrollo económico inferior. España y Vietnam era
unas piezas menores dentro de tableros de juegos mucho más importantes: Las
guerras napoleónicas y la Guerra Fría. Y en ambas la pequeña, la atrasada, en
un inesperado triunfo de la justicia poética, derrotaron al Imperio. Es la
repetición del arquetipo. David vence a Goliat. España enseñó a Vietnam cómo
hay que combatir. Su estrategia fue la guerrilla y durante un tiempo se creyó
que no había superpotencia que derrotara a un pueblo si seguía los pasos del
Empecinado. La geografía, el conocimiento del medio, el apoyo decidido de la
población civil, el efecto sorpresa, la flexibilidad que otorga grupos reducidos
y la impredecibilidad de lo espontáneo otorgaron a la guerrilla
superioridad táctica frente a la estrategia más encorsetada y previsible. A
ello hay que sumar la asistencia de potencias extranjeras enemigas de los
imperios, G.B en el caso español, la URSS y China en el caso vietnamita.
Otro elemento común es la repercusión internacional. España
y Vietnam también ganaron sus respectivas guerras porque se ganaron las
conciencias del resto del mundo. Europa vio al español como un pueblo libre y
primitivo que desafiaba al tirano. Igualmente, el mundo contempló en Vietnam
los horrores de una guerra indiscriminada que se dirigía no sólo contra
guerrilleros, sino también contra niños y ancianos. La foto de la pequeña
vietnamita desnuda corriendo por una carretera y llena de napalm es el
equivalente contemporáneo del 3 de mayo de Goya. Ámbas guerras azotaron
las conciencias de las naciones. En EEUU, el conflicto vietnamita provocó una
oleada de protestas y espoleó el movimiento pacifista. La contracultura, el
movimiento hipie, el pacifismo, unidos a otros movimientos como el
feminismo y los defensores de los derechos de los negros, le ganaron por
primera vez la partida a las estructuras oficiales. En esa guerra social y
cultural la guerra de Vietnam fue un auténtico hito. Hoy ha quedado arrinconada
a subgénero del cine bélico, pero nuestro mundo contemporáneo le debe más a
Vietnam que a las múltiples corrientes intelectuales de la segunda mitad del
siglo XX que en cualquier caso, usaron Vietnam como vehículo de expresión.
Tanto la pequeña vietnamita como el hombre que va a ser
fusilado son un alegato humano contra la barbarie. Los dos gritan, una de
dolor, el otro desafiando. Son dos alaridos sordos en un mundo tumultuoso. A
veces el silencio tiene más efecto que el ruido más estrepitoso. Dos gritos que
acabaron por llamar la atención de todos y cambiaron nuestro mundo.
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