RESPUESTAS
ALTERNATIVAS A LA CRISIS
Para poder
dar respuestas eficaces a las crisis entiendo que es fundamental partir de un
diagnóstico lo más acertado posible de sus causas, no solo de las más
inmediatas sino de las estructurales, es decir, de las que tienen relación con
los procesos socioeconómicos más profundos, con las variables enraizadas en lo
más hondo de las relaciones económicas y que, precisamente por eso, suelen
quedar más ocultas al análisis que se necesita para poner en marcha las
soluciones políticas.
En mi
opinión, y como he tratado de demostrar en otros trabajos[1], lo que viene
siendo habitual en el tipo de análisis dominante sobre la crisis es que se pase
por alto una serie de circunstancias que a mi juicio son precisamente las
determinantes de lo que ha ocurrido y, por tanto, fundamentales para poder
acertar con el tratamiento que realmente permita superar sus efectos más
negativos para la inmensa mayoría de la población.
Por ello, me
gustaría dedicar mi intervención a señalar diez aspectos que me parecen
esenciales en relación con los problemas que viene sufriendo la economía
española en el contexto de la crisis internacional en el que nos desenvolvemos.
1. La actual
crisis no es la crisis, como generalmente nos referimos a la crisis. En
realidad es una crisis más, de otras muchas, y eso me parece que es muy
importante que lo tengamos en cuenta.
El hecho de
que desde los años setenta hasta aquí haya habido alrededor de 130 crisis,
perturbaciones graves o situaciones de stress financiero refleja que esta en la
que estamos forma parte de una etapa en la que la inestabilidad financiera es
casi un estado habitual. Algo particularmente relevante si se compara con lo
sucedido en los treinta años anteriores en los que prácticamente no hubo crisis
financieras de ningún tipo.
El hecho de
que fases temporales tan extensas tengas propiedades y manifestaciones
financieras tan diferentes obliga a considerar las circunstancias en que cada
una de ellas se desarrolló porque éstas no pueden ser ajenas al hecho de que o
no se produzcan crisis financieras o que se multipliquen como auténticas
pandemias.
Como acaba
de poner de relieve Alan M. Taylor en un trabajo reciente[2], las diferencias
entre el periodo comprendido entre 1945 y mediados de los años setenta y entre
éstos años y la actualidad son muy significativas y si las ponemos de relieve
podremos deducir, por tanto, cuáles son las circunstancias que están asociadas
a la multiplicación de las crisis financieras o incluso a su propia existencia.
En el primer
periodo hubo una gran disciplina del sector bancario, control de los
movimientos de capital, estricta regulación doméstica, bajo crecimiento del
crédito, muy poca innovación financiera y, asociado a todo ello, mayor ahorro,
alta inversión y tasas de crecimiento de la actividad económica más elevadas.
Justo lo contrario de lo que ha ocurrido desde los años setenta a la
actualidad, cuando se ha relajado la disciplina en grado extremo, cuando hay
plena libertad de movimientos de capital, una innovación financiera constante
orientada a la especulación y, como consecuencia de ello, una derivación
permanente del ahorro hacia la esfera de las finanzas puramente especulativas
que desfavorecen el crecimiento de la actividad productiva.
Por tanto,
sabemos que esta crisis no es una excepción ni un hecho aislado sino una
manifestación más de los males que produce un determinado régimen financiero
bajo la desregulación y liberalización. Y, en consecuencia, sabemos, pues, que
es esto mismo lo que se debería evitar si queremos que las crisis dejen de
producirse.
2. Si bien
esta crisis es un episodio más de la pandemia que sufrimos desde los años
setenta, sí es cierto, sin embargo, que es especialmente destacable y singular
por su magnitud y extensión, rasgos que no creo que sea necesario documentar
ahora pues son bien sabidos los efectos tan dramáticos que ha tenido sobre el
conjunto de la economía mundial.
En realidad,
esta mayor dimensión es la consecuencia de que se exacerban día a día dos
grandes circunstancias que están en la base de la crisis y a las que a menudo
no se concede el lugar principal que tienen. La primera es el extraordinario
incremento de la desigualdad que, desde cualquier punto de vista que se
considere, alcanza hoy día los niveles más altos desde la Gran Depresión[3]. La
segunda es el desorbitado aumento de la deuda asociada a la expansión de la
actividad especulativa y a la innovación financiera constantemente alimentada
por la banca[4].
La
desigualdad es el motor que alimenta y da fuerza a los flujos de capital
especulativo que desestabilizan constantemente los mercados y que, al mismo
tiempo, debilitan la actividad productiva. Por eso, como ha señalado, es la
variable clave sobre la que habría que actuar para poder cambiar de rumbo a la
economía internacional y, más concretamente, para poder erradicar la dinámica
de crisis recurrentes en la que se inserta la que estamos viviendo.
Por su lado,
el incremento de la deuda se ha convertido ya en una bomba de relojería que no
solo ha dado a esta crisis la dimensión tan extraordinaria que ha alcanzado,
sino que amenaza con detonar en otros ámbitos (deuda soberana, crisis
alimentaria, quiebras bancarias de momento disimuladas con artimañas contables,
creación constante de burbujas…) produciendo nuevos episodios de crisis.
Y en este
sentido no se puede olvidar que el origen de este incremento constante de la
deuda no es otro que el privilegio de creación de dinero que tiene la banca
privada gracias al sistema de reservas fraccionarias, de modo que sin limitar o
ponerle fin será inevitable que sigamos sufriendo nuevos episodios de crisis, o
que la salida de la actual sea prácticamente imposible si entendemos por salir
de ella el alejar con seguridad un nuevo ramalazo de perturbaciones
financieras.
3. Como ya
he anticipado, las circunstancias que actuaron como detonador directo de la
actual crisis (la difusión de hipotecas sub prime y la posterior quiebra del
sistema bancario que suscribió y difundió sus derivados) es el resultado de la
desregulación, de la falta de disciplina y de vigilancia por parte de los
supervisores, de la complicidad de ciertos poderes públicos con los intereses
de la banca privada internacional, o del fundamentalismo con que se ha
gestionado la política financiera[5]. Por tanto, resultará también imposible
salir de la crisis y evitar otras próximas, sucesivas e incluso
lógicamente de mayor envergadura, si no
se establece un nuevo tipo de regulación financiera, mucho más severa,
disciplinada, represiva y autónoma respecto a los intereses privados, tanto de
los bancos, grandes fondos de inversión y empresas multinacionales como de las
agencias de calificación y, en general, de los grandes polos de poder económico
que en los últimos treinta y cinco años se han erigido en las referencias que
establecen lo que se puede hacer o no en los mercados financieros.
La falta de
pasos decisivos en este campo, dadas las servidumbres indisimuladas de los
gobiernos respecto a los grandes poderes financieros, impiden que se recobre el
sistema financiero mundial, de modo que existiendo una abundancia impresionante
de capital financiero no hay financiación, sin embargo, para las empresas y la
actividad productiva, porque los recursos se derivan constantemente hacia la
especulación, lo que materialmente impide la recuperación y la salida de la
crisis.
Las reformas
financieras que se han propuesto han sido tímidas y apenas si se han llevado a
la práctica porque se han dilatado tanto los plazos y las exigencias que, en la
práctica, no han tenido efecto alguno de cara a resolver los problemas de
financiación que aún siguen padeciendo las economías.
4. Las
políticas que los gobiernos han tomado frente a la crisis han sido
insuficientes, inicialmente, y en algún caso, como especialmente en Europa,
totalmente contrarias a lo que puede permitir que se recupere el ingreso, la
actividad y el empleo.
La política
de salvar a la banca considerando que los bancos afectados eran demasiado
grandes para caer ha provocado un gasto ingente de recursos, una mayor
concentración financiera y a la postre, como acabo de señalar, que ni siquiera
se haya resuelto el problema bancario que dio lugar a la crisis. En su lugar,
la inmensa mayoría de los bancos siguen siendo bancos verdaderamente zombies,
cuya verdadera situación solo se disimula gracias a estratagemas y mentiras
contables consentidas por los gobiernos en beneficio en su único beneficio.
Los primeros
planes de estímulo permitieron evitar una verdadera debacle pero finalizaron
antes de tiempo, consumieron menos recursos de los necesarios y los aplicaron a
actividades que simplemente lograron mantener cierto nivel de empleo pero sin
ser capaces de modificar la lógica o el modelo productivo, de combatir la
desigualdad o de proporcionar las bases para un nuevo uso más equilibrado y
sostenible de los recursos.
Para colmo,
el contumaz fundamentalismo con que se están aplicando en Europa las llamadas
políticas de austeridad (realmente, solo encaminadas a que Alemania pueda
asegurar la mayor cantidad posible de retornos en la deuda que los bancos de la
periferia tienen con los suyos) está provocando una nueva recesión en el seno
de la Unión Monetaria, algo inevitable cuando a todos los países de la eurozona
se les impone una estrategia deflacionista que mengua los ingresos de todos
ello y, por tanto, su capacidad de contribuir al sostenimiento cooperativo de
los demás mercados, que es la base que puede hacer exitosa una zona monetaria
auténtica.
Sin un
cambio radical de orientación, sin poner en marcha un autentico plan de
estímulo de las economías, basado no solo en la acumulación de mayor cantidad
de recursos sino en el cambio del modelo productivo imperante en la UE y en el
seno de sus naciones integrantes, será igualmente imposible modificar la tónica
nuevamente recesiva en la que nos encontramos y encaminarnos a una salida
efectiva de la crisis.
5. A los
problemas de caída de la actividad y desempleo que produjeron en casi todo el
mundo la falta de financiación a empresas y consumidores y la caída
subsiguiente de la demanda, se siguió en la mayoría de los países otro
igualmente grave provocado por el incremento vertiginoso de la deuda soberana
de los estados, como consecuencia, al mismo tiempo, de la caída de los ingresos
públicos y del aumento del gasto público.
Pero hay que
tener en cuenta que los problemas de prima de riesgo que algunos países, como
España, están sufriendo no tienen que ver tanto con la magnitud de la deuda (la
de España sería aún llevadera incluso con el volumen que tiene en estos
momentos) sino con la presión especulativa que hizo subir artificialmente los
intereses con los que se ha financiado.
Y, sobre
todo, hay que considerar otras dos circunstancias que igualmente se están
soslayando a la hora de hacer frente a este problema de deuda.
La primera,
que el problema principal no radica en la deuda pública sino en la privada, que
es la que realmente resulta impagable, no ya en las condiciones de falta de
actividad e ingreso actuales sino en las que previsiblemente se darán en el
futuro.
Lo que en
realidad se está produciendo es una reconversión de la deuda privada en otra
pública, para que sea el conjunto de la población la que se haga cargo de la
que han generado, principalmente y en beneficio propio, las grandes empresas
financieras. En 2008, cuando comenzaba la crisis, la deuda pública representaba
un 19,1% del total (pública y privada) de la española, la de las familias un
20,6%, la de las Pymes un 3% y la de las grandes empresas un 57% (de ellas, el
95% correspondía a las de más de 250 trabajadores). Y eso teniendo en cuenta
que el 64,7% de la deuda de las familias correspondía al 10% más rico de todas
ellas.
Lo que se
trata de hacer cuando los propios mercados han puesto en jaque al Estado
español haciendo que artificialmente suba la prima de riesgo es justificar un
rescate de la economía española en su conjunto para rescatar en realidad a los
bancos que son deudores de las entidades europeas, principalmente alemanas y
francesas, convirtiendo así en pública su deuda privada.
La segunda
circunstancia a tener en cuenta tiene que ver con el origen de la deuda total
española y cuya cuantía es hoy día tan preocupante (aunque preocupante, como he
señalado, más por la presión de los tipos de interés que por su volumen total,
todavía relativamente manejable y, desde luego, asumible al empezar la crisis,
cuando era el segundo menor de la Unión Europea).
Habitualmente
se señala que su origen está en supuestos excesos en sector público, en grandes
gastos sociales y en un Estado de Bienestar que se considera desmesurado, de
donde se deduce que para combatirla es preciso recortar gastos en educación,
sanidad, pensiones, dependencia, administración pública, etc.[6]
Sin embargo,
así se falsea la realidad porque no se tiene en cuenta que el verdadero origen
de la deuda pública española es otro: el hecho de que España (como los demás
países europeos de la zona euro) no haya podido disponer de un banco central
que financiara los gastos públicos sin interés o a un interés super reducido y,
en lugar de ello, haya tenido que hacerlo mediante financiación bancaria
privada a los intereses de mercado.
Una
simulación elemental permite comprobar que si España hubiera dispuesto de una
financiación al 1% procedente de un banco central desde 1989, la deuda acumulada
por los sucesivos saldos primarios acumulados desde esa fecha hasta la
actualidad representaría un 14% del PIB, y no estaríamos, por tanto
prácticamente en el 90%, como en la actualidad[7].
El grueso de
la deuda, por tanto, es el resultado de una decisión asumida en Europa
claramente en contra de los intereses de los pueblos, de cuyas consecuencias
nunca se le ha hablado y que, por tanto, puede decirse que ha sido impuesta
claramente contra su voluntad, es decir, que es una deuda odiosa o ilegítima.
Desde el año
2000, España ha pagado unos 227.000 millones en concepto de intereses y eso es
lo que ha ido acumulando una deuda cada vez mayor, porque de haber sido
financiada como deben ser financiados los gastos de los estados no habría
alcanzado nunca el volumen de ahora. Téngase en cuenta que solo en 2008, 2009 y
2010 España ha tenido que pagar 120.842 millones de euros para hacer frente a
la deuda en estas condiciones que le imponen los mercados[8].
Por tanto,
hay que concluir que España tiene derecho a revisar la naturaleza de su deuda,
a repudiar la ilegítima u odiosa, y que debe plantearse las consecuencias tan
negativas que ha tenido y que va a tener mantenerse en una zona monetaria
mal diseñada, o mejor dicho, diseñada
para favorecer el negocio de la banca privada a costa de crear innecesariamente
un problema ingente de deuda soberana en algunos de sus estados miembros.
6. Como es
bien sabido, España tiene una situación económica y financiera más difícil que
otras economías de su entorno. Esto es el resultado del problema de deuda al
que acabo de hacer referencia (más concretamente a la gran presión especulativa
de los mercados) pero, sobre todo, a otras circunstancias que es preciso tener
en cuenta para poder actuar sobre ellas, al contrario de lo que viene
ocurriendo cuando se soslayan.
En primer
lugar, que la gran influencia de la banca y los grandes grupos de poder
económico ha favorecido en los últimos decenios un tipo de especialización muy
negativa de nuestra economía, basada en el desarrollo de un modelo productivo
ineficiente, insostenible, depredador, desigualitario, desvertebrado y muy
dependiente[9].
En segundo
lugar, el entorno de la eurozona que, como ya he señalado, fue diseñado de modo
muy imperfecto, sin disponer de los instrumentos que son imprescindibles para
que una unión monetaria no cree más problemas de los que viene a resolver y
que, así, perjudica mucho a los espacios periféricos o más dependientes, como
el de España.
Por último,
el gran poder del que disponen en nuestro país la banca y los grandes grupos
oligárquicos, proveniente de los extraordinarios privilegios que adquirieron en
la dictadura fascista y la mayoría de los cuales no solo no han desaparecido
sino que incluso se han agrandado, y, por otro lado, de la gran desigualdad que
hay en nuestra sociedad no solo en términos de ingresos sino a la hora de tomar
decisiones políticas. Eso es lo que ha permitido que se haya desarrollado una
burbuja inmobiliaria tan peligrosa sin control ni vigilancia (obviando las
demandas que hacían técnicos, funcionarios cualificados o cientos de
especialistas o personalidades independientes, como las que hicieron en varias
ocasiones los inspectores del Banco de España cuando denunciaban la actitud
“pasiva” de los órganos de dirección del Banco de España con su gobernador al
frente[10]).
7. Todas
estas circunstancias son las que han provocado la particular gravedad de la
crisis española que (con independencia de otras de carácter más estructural)
tiene tres manifestaciones inmediatas y principales y que son las que con
carácter de urgencia habría que resolver y no se están resolviendo: la gran
destrucción de empleo, al haberse venido casi completamente abajo el sector de
la construcción y la disminución subsiguiente de la demanda interna, la presión
de los mercados sobre la financiación de la deuda pública, y la crisis bancaria
que impide financiar adecuadamente a las empresas y consumidores.
Lamentablemente,
las medidas que se han venido adoptando siguiendo las preferencias de los
grandes grupos oligárquicos y las imposiciones de la Unión Europea no solo no
los resuelven sino que los han venido agravando.
Las
políticas de austeridad hunden aún más la demanda interna, la inactividad del
Banco Central Europeo, dedicado a proporcionar dinero fácil a la banca privada
para que ésta haga negocio financiando a interés más elevado a los gobiernos,
fomentan y no evitan la actividad de los especuladores contra España (como
contra Grecia, Irlanda, Italia o Portugal), y las sucesivas reformas financieras,
en lugar de dirigirse a garantizar de verdad la existencia de un auténtico
sector financiero que proporcione recursos a la economía, se han limitado a
reforzar el poder de las grandes entidades y a ponerles en bandeja el mercado
(sobre todo el que venían teniendo las cajas de ahorros) para que así puedan
salir de la insolvencia generalizada en la que prácticamente todas ellas se
encuentran de facto.
En lugar de
afrontar los problemas que realmente agudizan la crisis en nuestro país para
salir definitivamente de ella, se ha aprovechado la situación de debilidad para
poner en marcha reformas y recortes cuyo único fin es el de facilitar la
entrada de negocios privados en los servicios públicos, para mejorar aún más la
capacidad negociadora de las grandes empresas y para ahorrarles impuestos a los
niveles más elevados de renta[11].
8. Cuando se
plantea la necesidad de hacer frente a todos estos problemas que afectan a la
economía española, además de afirmar que “no hay alternativas” (un juicio que
en realidad no es argumento y que hemos tratado de desmontar en el libro
anteriormente citado Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar
social en España, se suele argumentar que España no tiene capacidad de maniobra
alguna en el seno de la unión monetaria.
Es cierto
que nuestra pertenencia a la eurozona la limita en grado sumo en cuanto a
instrumentos que serían esenciales para hacer frente a una crisis como esta,
sobre todo, en política monetaria y de cambio que posibilitase la devaluación,
y que impone severas restricciones en otras políticas como la presupuestaria.
Eso es así, y de ahí, como he señalado, que debiera ser obligado poner sobre la
mesa las ventajas e inconvenientes reales que tiene para España pertenecer a
una unión monetaria diseñada mal y, digámoslo así, en su contra, en beneficio
exclusivo de los grandes grupos financieros y empresariales y particularmente
de los de Alemania. Pero dicho eso, no es del todo cierto que España carezca
por completo de autonomía y que nuestro gobierno no pueda hacer nada que no sea
lo dictado por Bruselas, como suele decirse. Por el contrario, ha dispuesto y
dispone de más capacidad de maniobra de la que ha utilizado y esa es la causa
de una parte importante de los males y sufrimientos que estamos padeciendo.
La
pertenencia a la unión monetaria no obliga a financiar a la Iglesia Católica,
por poner un ejemplo, con más recursos de los que paralelamente se recortan en
servicios sociales, o a eliminar impuestos
como el de sucesiones o patrimonio, que, incluso en su moderada
conformación anterior, permitirían ingresar cantidades que hubieran podido
evitar gran parte de esos recortes. Como tampoco ha obligado a realizar las
contrarreformas fiscales de años atrás que han mermado ingresos públicos y
fomentado la evasión, o a ser tan contemplativos con la economía sumergida.
Incluso en
el marco de la unión monetaria se podrían tomar medidas, como las fiscales que
proponen los técnicos del Ministerio de Hacienda, que permitieran multiplicar
los ingresos del Estado; o las que se vienen haciendo, por poner un ejemplo,
para liberar demanda efectiva mediante la rebaja en la deuda tributaria, para
crear nuevos tipos de contratos de trabajo que permitieran anticipar la
creación de empleo a las empresas; o la nacionalización de bancos en
condiciones menos onerosas y mucho más efectivas para relanzar la economía que
las medidas que se han tomado.
9. Por todo
ello, es muy importante desechar la idea tan intensamente asumida por una gran
parte de la población (en gran parte porque se insiste mucho en difundirla
desde los medios de comunicación ligados a los grandes intereses financieros y
empresariales, es decir, desde prácticamente todos los privados), que tiende a
hacer creer que la crisis es una especie de fatalidad, una circunstancia
inapelable frente a la que apenas si se puede hacer nada que no sea lo que
desde fuera se nos dice que hay que hacer. Como tampoco se puede admitir la
idea que alternativamente se difunde a veces desde otros puntos de vista, según
la cual todo es el resultado de un poder omnímodo de los mercados, de una
dictadura financiera frente a la que no se puede hacer nada si no es provocando
una especie de cambio universal que modifique todas y cada una de las
condiciones de nuestra existencia.
Ninguna de
esas dos versiones soporta una contrastación rigurosa con la realidad. Lo que
nos ha sucedido no es el fruto de un imponderable, de una catástrofe
inevitable, sino de que los gobiernos han dejado de hacer, que ellos mismos han
establecido las condiciones que han permitido que se produzcan los hechos que
han dado lugar a la crisis. Los gobiernos tienen en sus manos las medidas que
pueden permitir que los asuntos económicos se desenvuelvan de otro modo y,
particularmente, que pueden hacer que ni siquiera se tengan por qué dar las
crisis financieras recurrentes que están destrozando a la economía mundial en
los últimos años.
10. Teniendo
en cuenta factores como los que he tratado de analizar en esta intervención
creo se puede tener enfrente una
dimensión diferente de la crisis con la que resulta más fácil pensar en
alternativas y ponerlas en marcha.
No todos los
países tienen los mismos problemas, ni han padecido los mismos males, de modo
que sería cuestión de seguir su camino y no, como está sucediendo, el que nos
lleva en dirección contraria. Y la naciones que han llegado más lejos en
progreso y en estabilidad social, incluso las que son más competitivas, si es
que se quiere recurrir a este criterio convencional, muestran caminos por donde
se supone que deberían transitar las que tratan de emularlos, luego lo que
debería ser objeto de reflexión es que se nos impongan otros bien diferentes.
Y, como he dicho, si hemos vivido largas épocas sin crisis financieras, lo
significativo es el empeño en huir de las condiciones políticas y regulatorias
que se daban entonces, para insistir, por el contrario, en las que sabemos que
están asociadas a la perturbación financiera constante y a la crisis.
Las
propuestas de políticas y medidas alternativas son muy abundantes, e incluso
algunas de ellas han pasado ya la simple formulación teórica para aplicarse en
otros países con éxito. Por ello me parece que resulta obligado concluir que si
economías como la española se debaten en una situación tan frágil, incapaces de
salir de la crisis y de resolver los problemas de la deuda, del empleo o de la
generación de ingresos que otras economías han resuelto, incluso en el mismo
marco deteriorado del capitalismo especulativo de esta etapa neoliberal en la
que estamos, lo que ocurre no es que no existan alternativas sino que se carece
de la decisión, de la voluntad y del poder político suficientes como para
ponerlas en marcha.
No debe
olvidarse una cuestión elemental que se quiere ocultar: los problemas
económicos no tienen soluciones
técnicas, sino políticas. Y siendo así, sabiéndolo, quizá quede más claro que
el deterioro de la situación económica de España, o de Europa en general, no es
el resultado de que no existan soluciones alternativas sino de que se ha
debilitado tanto la democracia que es imposible
que se impongan las que desea la mayoría de la población y que, en su
lugar, se apliquen las políticas que solo benefician a una parte muy
minoritaria, cuyo bienestar y riqueza es ajeno a la estabilidad económica y a
la buena marcha general de los asuntos económicos.
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[1] Juan
Torres López y Lina Gálvez Muñoz, Desiguales. Mujeres y hombres en la crisis
financiera, Icaria, Barcelona 2010; Juan Torres López. La crisis de las
hipotecas basura. ¿Por qué se ha caído todo y no se ha hundido nada? Sequitur,
Madrid 2011.
[2] Alan M. Taylor, The great leveragin. NBER Working
Paper 18290, 2012, en http://www.nber.org/papers/w18290.
[3] Un
análisis reciente sobre sus consecuencias de todo tipo Joseph Stiglitz, El
precio de la desigualdad. Taurus, Madrid 2012.
[4] Vid
Vicenç Navarro y Juan Torres López, Los amos del mundo. Las armas del
terrorismo financiero. Espasa, Madrid 2012.
[5] Vid.
Joseph E. Stiglitz, Caída libre: El libre mercado y el hundimiento de la
economía mundial, Taurus, Madrid, 2010
[6] Hemos
demostrado la falsedad de estas argumentaciones en Vicenç Navarro, Juan Torres
López y Alberto Garzón, Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y
bienestar social en España. Sequitur, Madrid 2011. Versión libre en pdf en
http://www.sequitur.es/hay-alternativa/
[7] Eduardo
Garzón Espinosa. Situación de las arcas públicas si el estado español no pagara
intereses de deuda pública. En http://eduardogarzon.net/?p=328.
[8] Agustín
Turiel. Informe sobre la legitimidad de la deuda pública de la Administración
Central del Estado de España. En https://www.box.com/s/a5d5f0f2d1d4c7a90793
[9] Vid.
Albert Recio, Capitalismo Español: La inevitable crisis de un modelo
insostenible. Revista de Economía crítica, nº 9, 2010; Emmanuel Rodríguez López
e Isidro López Hernández. Del auge al colapso. El modelo
financiero-inmobiliario de la economía española (1995-2010). Revista de
Economía crítica, nº 12, 2011; Albert Puig Gómez, El modelo productivo español
en el período expansivo de 1997-2007: insostenibilidad y ausencia de políticas
de cambio. Revista de Economía crítica, nº 12, 2011.
[10] Juan
Torres López. Las responsabilidades del Banco de España. En
http://www.attacmadrid.org/?p=4148.
[11] Sobre
estas medidas en la etapa de gobierno del Partido Popular, vid. Vicenç Navarro,
Juan Torres López y Alberto Garzón. Lo que España necesita. Una réplica con
propuestas alternativas a la política de recortes del PP. Deusto, Madrid 2012
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