DEBER DE ESTUDIAR
La noticia
de la actuación de la Delegación Provincial de Educación en Sevilla aprobando
dos asignaturas a un alumno y concediéndole la graduación en Educación
Secundaria en contra de los criterios de los docentes no me sorprende ni lo más
mínimo. Lo sorprendente es que se publique aunque aparezca en páginas
interiores. E intentaré explicarme.
Desde que en
este país es imposible que las fuerzas políticas se pongan de acuerdo sobre el
sistema educativo y utilizan sus mayorías para intentar arrimar el ascua
ideológica a sus resultados educativos, no se puede esperar otra cosa. Desde
que el profesorado tiene que cumplir cientos de órdenes, decretos y normativas
miles, además de rellenar partes, hojas de evaluación y cuantas tareas
burocráticas se le vienen ocurriendo a la Administración, resulta que a esta
misma Administración le es muy fácil encontrar cualquier resquicio
burocrático-legal para aceptar las reclamaciones de los padres de los alumnos.
No se puede
negar que haya casos de negligencia, mala fe o simplemente errores del
profesorado; pero lo habitual, lo más común, y estoy harto de conocerlo de
primera mano, es que el delegado político de turno (en el caso de Andalucía
siempre del mismo turno) o su mano de inspección correspondiente convierta los
suspensos en promociones automáticas. La consigna es simple: hay que disminuir
la tasa de suspensos, hay que contentar a los padres, hay que desacreditar al
profesorado que es un funcionario y que para eso le pago yo aunque luego me
llene la boca defendiendo a la función pública. He conocido casos de materias
aprobadas por delegación con exámenes de septiembre entregados en blanco,
justificadas con los razonamientos más peregrinos y con el consiguiente estupor
del profesorado. Y es que los profesores ya están hartos de estos abusos y en
ocasiones prefieren aprobar aunque los niveles sean mínimos en particular si
estiman que los padres no están por la labor de exigirles más trabajo a sus
vástagos. El profesorado está harto de que les toreen, así de rotundo tengo que
opinar.
Hay otras
razones por las que la noticia no me es extraña. En este país ha coincidido la
cultura del pelotazo, el dinero fácil y sin esfuerzo, el que tonto el que
estudie si saliendo en Gran Hermano hasta me puedo forrar y todo ello sazonado
con reformas educativas que se han empeñado en que pedir trabajo en el aula es
antediluviano, que lo suyo es la pedagogía del juego, de la motivación y del
profe colega. Todo ello ya tiene casi 25 años de historia y los niños de
aquellas aulas, algunos ya hasta son padres. El profesorado de educación
infantil, una etapa donde no suele haber denuncias por suspensos reconvertidos,
está empezando a tener algunos problemas en sus aulas. Hay menores que son los
reyes de la casa, pero no como ustedes lo piensan, sino que no conocen control
alguno y que actúan como tiranos absolutos debido no al egoísmo propio de la
edad sino porque sus padres no estiman oportuno ponerles límite alguno. Para
educar ya está el colegio se dicen y sus tareas son otras. Llegada la
secundaria pedir que les aprueben a sus hijitos no debe parecerles nada
extraño. Lo escribía Patricia Álvarez López en estas páginas hace muy poco (Si
suspendes todo, te compro una moto).
Y aún más, y
también la conozco de primera mano, tanto que yo mismo tengo que firmar desde
hace varios años los informes obligatorios, prescriptivos y que no sirven para
nada. El estudiante universitario que pide la "compensatoria" pues
tras cumplir las obligaciones legales, que en muchos casos son presentarse y
dejar cuatro exámenes en blanco, pide su título aún sin haber aprobado una
materia. Sólo una, ciertamente. No imagino a un médico sin haber aprobado la
Anatomía, a un abogado sin conocer Procesal o Penal, a un Ingeniero en blanco
en Estructuras. ¿Qué piensan ustedes?
En mi bien
amada universidad se expiden títulos con materias compensadas aún en contra del
informe prescriptivo del Departamento pertinente, informe que razona cuando no
procede la compensatoria, informe que es papel mojado pues lo que impera es el
derecho del alumno, el derecho a aprobar. Yo siempre había creído que el
estudiante universitario tenía el deber de estudiar, en particular en unos estudios
no obligatorios y que conducen a una titulación superior que tiene un elevado
coste para las arcas públicas. Pero ya hace tiempo que las mentes
progresivamente pensantes de nuestro sistema educativo han ido transmitiendo la
idea, por cierto muy bien aceptada entre cierto sector del alumnado, de que
estudiar no es un deber de los estudiantes sino un derecho. Un derecho que
ellos aplican a su libre arbitrio; ellos o la Delegación de turno o la reforma
que toque con cada mayoría política adecuada o sus queridísimos padres.
Mientras tanto los profesores siguen emitiendo informes que van directamente a
la papelera o a otros lugares menos confortables y más húmedos. La noticia de
Sevilla es noticiable por aparecer, no por novedosa.
FUENTE:
MÁLAGA HOY
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