CUBA Y EL BLOQUEO
Imaginemos que estamos en el 2039. Recordaremos que 25 años antes se cerró una de las puertas que el
siglo XX había dejado abiertas. Y es que
es muy probable que, en ese mañana, hagamos un alto en la fecha del 17 de
diciembre de 2014. Leeremos en internet, o lo que quiera que exista, que aquel
día terminó el último resquicio de la guerra fría. El presidente Obama y Raúl
Castro acordaron entonces que 53 años de enemistad habían sido demasiados
además de infructuosos, iniciando así los contactos necesarios para restablecer
relaciones diplomáticas.
La noticia de
este 17 de diciembre parece poner fin a una historia que arranca en 1959 con el
sueño de unos jóvenes revolucionarios que quisieron transformar su isla a lomos
de carros de combate. Como modernos profetas, enérgicos y exultantes, de barbas
enhiestas y gestos decididos, entraron en La Habana para derrocar al tirano. Es
la vieja historia tantas veces repetida y luego ajada por el tiempo, la de los
románticos rebeldes que derriban las viejas marionetas del poder.
La dueña de
los hilos, la criadora de sátrapas, sin
embargo, trabaja para que los sueños se conviertan en pesadillas. Así empezó la
maldición del Embargo, cuando en 1960 Eisenhower impuso el aislamiento
comercial a Cuba rematada un año después con el intento de invasión en Bahía
Cochinos. El otro imperio, el soviético, no tardó en prestar ayuda, marcando el
momento más tenso de toda la Guerra Fría cuando Kruschev colocó 42 misiles
ofensivos en las mismas narices del Tío Sam. Kennedy resolvió el problema
renunciando a la invasión, pero
endureciendo a cambio el embargo.
Las difícil situación
económica y el aislamiento, acentuado
años después con la caída del comunismo en Europa, convirtieron al profeta en
dictador, los sueños de progreso en pérdida de libertades, el ansía de igualdad
social en carrera de balsas atravesando el mar Caribe. Cuba es hoy símbolo de
muchas batallas, ganadas algunas y la muchas pérdidas; para algunos reducto
idealizado, para otros laberinto del comunismo que muestra su peor cara, la
verdadera; para la mayoría, sinónimo de belleza, playas paradisíacas, pueblo
apasionado que se expresa con el son de su música. O acaso ese sea otro tópico
de Cuba, como el Che, Fidel y el ron.
No es extraño
que la decadencia española concluyera con la pérdida de Cuba. Fue la más
querida de las provincias de ultramar, nuestro último paraíso. Cuba fue el
principio y el fin de nuestros problemas, símbolo de lo que fuimos, lo que
quisimos ser y no fuimos. Parte de nuestra identidad quedó atrapada en el
malecón de La Habana. Hoy Cuba se abre al mundo, el Imperio la fuerza y su
gente la empuja. España mira. Tal vez sea la hora de recuperar el paraíso.