ENTREVISTA A LORENZO SILVA

ENTREVISTA A LORENZO SILVA

Lorenzo Manuel Silva Amador nació en el barrio madrileño de Carabanchel. Estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y ejerció como abogado de empresa desde 1992 hasta 2002.
Ha escrito numerosos relatos, artículos y ensayos literarios, así como varias novelas, que le han valido reconocimiento internacional. Una de ellas, El alquimista impaciente, obtuvo el Premio Nadal del año 2000. Esta es la segunda en la que aparecen los que quizá sean sus personajes más conocidos: la pareja de la Guardia Civil formada por el sargento Bevilacqua y la cabo (en la última novela) Virginia Chamorro. Otra de sus obras, La flaqueza del bolchevique, fue finalista del Premio Nadal 1997 y ha sido adaptada al cine por el director Manuel Martín Cuenca.

Buenas tardes señor Silva, son ya algunos los años dedicados al trabajo de escritor ¿desde el principio tenías clara la vocación?

Bastante clara, desde el momento en que empecé a escribir en serio, allá por los 13-14 años. Sobre todo, tenía muy claro que leer buenos libros era una de las cosas que más feliz me hacían, y que si existía una mínima posibilidad, por mínima que fuera, de darle ese placer a otro con mi esfuerzo, debía echar el resto. Y echándolo llevo 31 años.

¿Cuáles son los referentes literarios de Lorenzo Silva, que seguro tendrá? ¿Qué libro recomendaría a los lectores de Utopía?

Muchos, más de los que podría enumerar aquí. Pero siempre vuelvo a Chandler, a Proust y sobre todo a Kafka. (Y a Cervantes y a Homero, pero esto es una obviedad). Recomiendo las Obras Completas de Kafka, leídas por cualquier página, que las abran al azar. Después de un rato de lectura, saldrán más sabios y mejores personas.

¿Qué supuso para usted el premio Nadal con el alquimista impaciente?

El acceso al gran público. Algo que sinceramente tenía completamente descartado que me sucediese. Y más con unas novelas en las que los protagonistas eran guardias civiles, que a algunos les resultan demasiado problemáticos como personajes.

Muchos nos hemos sentido identificados en alguna vez con lo que usted cuenta en la flaqueza del bolchevique ¿Es tan difícil romper las reglas marcadas por la sociedad?

Difícil no, más bien imposible. Uno puede crear espacios privados o semiprivados, con las complicidades adecuadas, para escapar a ellas. Para mí la escritura, por ejemplo, es uno de esos espacios. Pero afuera sigue el inexorable transcurso de lo colectivo, a veces más piadoso, a veces más despótico. Y cuando viene un revolucionario y cree haber cambiado algo, el orden se reajusta, como decía Kafka, para hacerse más implacable.

Usted es abogado, ¿cómo compaginó su trabajo con el de escritor en los primeros momentos?

Como pude. Dormía poco, escribía en cualquier parte, en cualquier momento hurtado a la obligación. Pero no tuvo mérito. Eran ratos que robaba para hacer lo que amo.

Relacionado con tu labor a lo largo de estos años, ¿qué momento recuerdas con mayor alegría? Por el contrario, ¿qué es lo que menos te ha gustado?

Con alegría, el encuentro con cualquiera de las personas que me han hecho sentir la felicidad que les habían dado mis libros. Lo que menos me gusta es tropezarme con quien no sabe criticar a otro sin despreciarlo y/o agredir. Sé que normalmente son personas que tienen un problema y procuro olvidarlas, pero no es agradable. Yo nunca he sentido la necesidad de escupirle a nadie a la cara mi desprecio, por eso no logro entenderlos.

Desde hace varios años dirige la sección de Cartas al Director de la revista XL Semanal que muchos leemos, ¿qué ha aprendido de las cartas de los lectores?

Mucho. Un ángulo alternativo o, mejor dicho, muchos ángulos alternativos para leer la realidad. Es lo que trato de aportar con mi trabajo. La mirada de los que no son ideólogos, ni periodistas, ni profesionales del relato de la actualidad en cualquiera de sus formas. Porque a veces esa mirada es la más certera, o es más certera que la de quien mira a partir de unos cálculos e intereses “profesionales” que no siempre le ayudan a ver.

A lo largo de estos años, has conocido a mucha gente y has escuchado muchos relatos, ¿Hay alguna carta que recuerde especialmente?

La que elegí como carta de la semana del número 1.000, hace un tiempo. Se titulaba “El joven eterno” y la escribía un nonagenario, que lamentablemente ya murió. Estaba tan llena de vida, lucidez e inocencia que era toda una lección. Pero recuerdo muchas más.

Es muy habitual escuchar discursos contra la indiferencia de la juventud. Sin embargo en XL Semanal he leído muchas cartas de adolescentes que salen de los cánones que establecen los medios de comunicación sobre la juventud.

Publico, y es deliberado, muchas cartas de adolescentes. Porque ellos no suelen tener voz en los medios, sus miradas son por definición de esas “alternativas” a las que me refería antes. Además, se les ha reducido a la condición de icono publicitario o de “target” comercial de bienes de consumo, una doble degradación de la que hay que sacarlos. Y para eso, nada mejor que mostrarlos como entes pensantes, observantes, escuchantes… y escribientes. Sus cartas son de las que más esperanza me proporcionan.

Hay algo que nos ocurre cada vez más a muchos, el habituarme a escuchar siempre el mismo discurso de los políticos. ¿No te parece siempre el mismo diálogo el de la clase política?

Lo peor no es que sea siempre el mismo. Es que cada vez tiene menos contenido real. Y cada vez parece que se sienten menos obligados a dárselo. Recitan tres o cuatro mantras, cada vez más inertes, sin esmerarse apenas. Eso es lo que más preocupa.

¿Cómo se explica Lorenzo Silva las altas audiencias que presentan programas de corazón y cotilleo?

Somos morbosos y nos arrastra lo fácil. Para saber disfrutar de otras cosas hay que estar instruido. Y ese es el talón de Aquiles de esta sociedad: su deficiente instrucción.

¿Por qué cree Lorenzo Silva que el estudio de la guerra civil sigue provocando tanta polémica? ¿Dónde se posiciona al respecto Lorenzo Silva?

Porque no se cerró bien, en ningún sentido. La transición fue una buena labor desde el punto de vista político y de gestión de una sociedad conflictiva, pero chapucera en términos históricos. A quienes llegaron al poder a lomos de Hitler y Mussolini, y después habilitaron sus propios campos de concentración para neutralizar a los disidentes (que para no pocos de ellos fueron también de exterminio), no se les exigió que se avergonzaran de ello.

Y a cambio, a las izquierdas se les consintió, más o menos a regañadientes, construir una historia idílica de sus antecesores, sin sombras, errores ni crímenes. Al cabo, surgen los revisionistas de ambos lados y es inevitable que se echen todo a la cara. Yo lo tengo más o menos claro: el 18 de julio del 36 había en España un gobierno elegido democráticamente, que gobernaba como podía y que debería haber seguido gobernando, porque era el único que en ese momento podía invocar una legitimidad razonable. A su cuello se echaron primero los militares rebeldes (que no eran todos los militares) y quienes los espoleaban, y luego una caterva de torpes revolucionarios (y gentes de peor calaña) que como estaban en minoría no podían dirigir la República desde las urnas y esperaban la ocasión para hacerlo con los fusiles. Y entre todos la mataron y ella sola se murió.

Esa confrontación también lo encontramos a nivel de medios de comunicación. Soy profesor de Historia y mis alumnos se preguntan por qué cada canal de radio o tv dice la misma noticia de manera tan diferente.

Sí, es una pena, y empieza a ser una lata. Pero bueno, siempre se pueden acostumbrar a hacer lo que hacemos los mayores, a leer a unos y a otros y comparar quién es en cada caso más convincente. Es un buen ejercicio de conocimiento crítico.

Hay una cosa que nos llama la atención, a pesar de la gestión económica del gobierno frente a la crisis con cifras cercanas a los 5 millones de parados y los escándalos de corrupción que asolan a los dos principales partidos de España, el ciudadano español parece ser indiferente a todo ello, y cuando hay elecciones ambos partidos siguen repartiéndose la mayoría de los escaños en el Parlamento.

No hay otro partido con una base tan amplia de electores irreductibles e inasequibles a cualquier desaliento como tienen los dos mayoritarios, por lo que es imposible que el poder se les escape. Pero harán mal, unos y otros, se lleve quien se lleve al agua el gato esta vez, en pensar que convencen. Muchos de los suyos les votan porque votan contra el otro, y cada vez más gente se queda en tierra de nadie: abstención, blanco y partidos sin posibilidades de influir. Si esa fracción del electorado se sigue ampliando, el sistema se verá comprometido. Espero que no sean tan insensatos como para dejar que pase.

¿Es indiferente la sociedad española a todo lo que pasa?

No, no creo que lo sea. Aunque sí me parece una sociedad de movilización pesada, torpe y a veces arbitraria. Se subleva contra la prohibición del tabaco o las restricciones a descargarse cosas gratis (el discurso sobre los derechos fundamentales aquí está muy impostado; la intimidad –derecho fundamental- la viola Facebook todos los días a mansalva, y cada vez tiene más clientes), pero no contra una gestión de la crisis que no reparte bien las cargas ni soluciona más problemas que los de los poderosos.

Los políticos hablan de igualdad, libertad, paz, derechos… sin embargo, cuando tienen que actuar en conflictos internacionales no suelen mojarse mucho. Los intereses económicos terminan privando sobre los de los pueblos. El Sáhara o la venta de armas son buen ejemplo de ello. ¿Por qué cree que seguimos creyendo esa demagogia?

El mundo es un sistema complicado de equilibrios de intereses, que puede irse al garete en cualquier momento, con penosas consecuencias. Los políticos están aterrados por ello, porque no sabrían explicarle a la población, por ejemplo, que en pleno invierno no hay gas para calentarnos porque Marruecos (o Argelia) ha cortado el gasoducto del Magreb. O que las empresas españolas que tanto éxito cosechan, tanto empleo dan y tan bien nos abastecen dejan de tener mano de obra barata (o semiesclava) para fabricar sus productos, que queremos y necesitamos.

El gran problema es que en términos globales vivimos en una oligarquía de los fuertes a costa de los débiles. Y ese mensaje no se puede mandar (ni lo queremos recibir), aunque no haya alternativa. Por eso son tan esperanzadores los movimientos en el mundo árabe. Los propios oprimidos parecen haberse hartado de aguantar ese doble rasero, de la democracia y la libertad repartida a conveniencia. La pregunta es, ¿serán capaces de alterar el programa que ha venido funcionando hasta aquí? ¿Su revuelta forzará a quienes mandan a urdir algo menos indigno?

¿Y qué visión general tiene Lorenzo Silva del mundo actual?

Un sistema en crisis, definitivamente. El mundo antiguo, gestionado a través de esos compartimentos estancos llamados fronteras, que permitían todo tipo de diferencias arbitrarias, ha saltado en pedazos. Ahora nos vemos todos. Nos tocamos todos. Hay que inventar algo diferente. Y tendrá que ser un sistema más justo para todos los seres humanos, sin distinción de color de la piel o de pasaporte, o bien una tiranía global extremadamente sofisticada, eficaz e inmisericorde. Los paños calientes con que hasta ahora nos arreglábamos están dejando de servir.

¿Cuál es para Lorenzo Silva la gran Utopía del mundo actual?
Que todos los pasaportes pesen lo mismo en un puesto aduanero. O mejor, que no haya puestos aduaneros. Si eso fuera así, habríamos arreglado todo lo demás.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

SE AGRADECEN ESTE TIPO DE CRÍTICAS AL SISTEMA. ENHORABUNEA POR LA ENTREVISTA. AL ENTREVISTADO ENHORABUENA POR SU LABOR EN LA REVISTA XL SEMANA. JULIÁN MARTÍN

Anónimo dijo...

Muy buen trabajo el suyo en el Semanal

Anónimo dijo...

Qué piensa el señor Silva de lo que está ocurriendo en Libia? y especialmente, de la actuación europea? Los ministros de la UE se reunieron para tratar el problema de la inmigración libia, no el problema de lo que está haciendo el señor Gadafi, sino para ver los inmigrantes que podían llegar a Europa, lamentable