DIEZ RAZONES
Los tiempos difíciles animan a la
trascendencia, a la rotundidad. Los tiempos difíciles provocan artículos que
nos quieren resumir el mundo: las 10 razones por las que hemos llegado hasta
aquí; las 10 causas del hundimiento de la economía; las 10 medidas urgentes que
se deberían tomar; los 10 fallos de la democracia española; las 10 mentiras que
todos nos creímos; los diez motivos por los que el euro es inviable o los diez
motivos por los que hay que salvar el euro. Por alguna razón, la contundencia
tiende a casar sus argumentos con un número redondo, ese 10 que contiene la
explicación del universo. Pero no. No me lo creo. La deriva de un país no es
resumible. Menos ahora, con tan poca perspectiva. Solo las mentes conspirativas
encuentran 10 razones en las que están incluidos el análisis y la solución.
Pero suele ocurrir que los tiempos difíciles son el hábitat natural de dichas
mentes dado que hay un público que desesperadamente desea que alguien les pase
a limpio en 10 puntos aquello que no consigue entender.
Lo comprendo. Yo también quiero
encontrar ese artículo que sea como un Santo Grial, una guía, porque confieso
que no entiendo este presente en el que nos ha tocado vivir. Y he debido de ser
muy torpe, porque tampoco me esperaba este fatal desenlace. Hay quien atribuye
la situación exclusivamente a los mercados y a la codicia financiera, otros
incluyen el sistema autonómico; unos, a que vivíamos por encima de nuestras
posibilidades y otros a que la clase dirigente vivía por encima de nuestras
posibilidades; unos, hablan de responsabilidad colectiva, otros, señalan
nombres y apellidos de los responsables. Sea como sea, los expertos suelen
ordenar sus explicaciones en 10 apartados. Todo es ponerse.
Esta semana he encontrado varias razones
para el desconsuelo, pero no estoy de humor como para cuadrarlas en 10 puntos:
son suficientemente poderosas, no es necesario andarse con amaneramientos
columnistiles. Tampoco pretendo ser original al citarlas, ni voy a fingir que
he visto aquello en lo que los demás no habían reparado. Al contrario, me
dispongo a recordar titulares que la actualidad nos ha arrojado y que a usted,
probablemente, también le han quitado el sueño. O casi. Porque lo persistente
de esta penosa situación de la que nuestros dirigentes no saben salir ha
acabado robándonos horas de sueño hasta a aquellos que tenemos un espíritu
animoso.
En la prensa, que hay que leer en estos
días previa ingestión de un lexatín, convivían noticias que se daban de tortas.
Por un lado, los pingües beneficios del negocio de la enseñanza privada, cuyos
colegios concertados (mayoritariamente religiosos) están generosamente
subvencionados por el Estado, o por decirlo de otra manera, subvencionados,
entre otros, por aquellos que sufren los recortes en la escuela pública. Sin
salir de la sección de “Sociedad” (la sección del momento), nos encontrábamos
también con que se acabó la gratuidad en la vacuna del neumococo. De nada ha
servido que los pediatras adviertan que saldrá más caro afrontar las
infecciones que su ausencia provocará en bebés no vacunados. Que los padres se
paguen sus “mamandurrias”, como diría esa creadora de lenguaje que es Esperanza
Aguirre. Y, por último, de los niños y bebés retrocedíamos esta semana al
embrión, asunto que ha llevado al ministro de justicia a meterse en un jardín
más frondoso de lo que imaginaba. Dicen que, dada la falta de popularidad que
acusa estos días el Gobierno, el ministro trataba de recuperar el apoyo de su
bancada. Para ello, anunciaba una insólita revisión de la ley del aborto, que
criminalizaría incluso a las mujeres que hubieran de abortar por una seria
malformación del feto. No sé si esperaba el exalcalde desayunarse con un
artículo como el que escribió el doctor Esparza, neurocirujano infantil, Nadie
tiene derecho a obligar al sufrimiento, pero las razones de Esparza eran tan
demoledoras contra las de Gallardón que es posible que este último, aun siendo
un viejo zorro de la política, no aguantara un debate público con un
profesional que ha convivido durante años con niños abocados a una vida
desgraciada.
Lo que tengo claro es que no se debe
permitir que el lenguaje se pervierta de tan cínica manera: ¿por qué dejar que
se llame “humanidad” a lo que sin duda es exactamente lo contrario? Y, menos
aún, en momentos como estos en los que el Gobierno está arrebatando derechos a
los más débiles. Y esta vez no me refiero a funcionarios, ni a mineros, ni a
los sufridores de futuros ERE. Permítanme que solo me centre en estas tres
noticias, recortes en la educación pública y ganancias en la privada, retirada
de atención médica a bebés, criminalización de mujeres que no quieren traer al
mundo a una criatura sufriente. Me centro en estos tres titulares que afectan a
los niños. Tres noticias que contienen la política de quien nos gobierna. No
necesito analizarlas, solo las repito, para que no caigan en el olvido.
En tiempos difíciles el mundo se llena
de mentes preclaras que entienden la naturaleza de todo lo que ocurre.
Enhorabuena. Yo jamás pensé que el mundo se me volvería tan incomprensible.
Como una niña con asignaturas suspensas, me volveré a presentar en septiembre.
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