CARIÑO
TENEMOS QUE HABLAR
Nos lo ha dicho Cataluña, desde el mismo
Gobierno, a todos los españoles, sobre todos a esos sureños que tanto hartazgo
causamos al oportunista -o sea, político- Artur Mas: “Cariño, tenemos que
hablar”, esa frase que suele preceder al proceso de divorcio por desamor. Los
amores -y los desamores- tienen mucho de conveniencia: “Por el interés te
quiero, Andrés”, dice otro adagio, muy malvado pero no por ello menos cierto.
El interés no sólo se alimenta de pesetas. Sin dudar del amor romántico, tan
maleable y frágil, no podemos tampoco dudar de que en toda relación existen
intereses compatibles, recíprocos y contrapuestos. De todo ello, del ambiente y
las circunstancias, del tiempo y la cercanía, y de mucho más, nacen y se nutren
las relaciones. Cataluña es todavía parte de España, y lleva siglos siéndolo,
pero una mayoría de los catalanes dice hoy querer la independencia de España.
Un servidor, vaya de entrada, es partidario del referéndum de
autodeterminación. Cuando tu pareja te dice “cariño, tenemos que hablar”, la
suerte está echada. Prepararse para negociar es obligatorio.
Esta semana, un país atribulado,
vapuleado, medio en ruinas y achacoso ha recibido la bofetada del desamor;
suele pasar que esta acometida te impacte cuando estás pasándolo realmente mal:
“Ya no te quiero; en verdad, nunca te quise salvo cuando no tenía más remedio
que estar contigo o me vino bien. Siento ser tan dura, cari, pero mejor hablar
claro”. Un clásico. Muchas interpretaciones se han dado al paso de Rubicón
catalán: su propio Gobierno ha violado el tabú de ser independentista pero sin
decirlo. Hay españolistas acerados -no los obviemos, esa gente que toca la
fibra fácil pero no ayuda nada- que dicen que ellos también están hasta las
ingles del victimismo egoísta catalán, que se vayan de una puta vez, que en la
Constitución reza que el Ejército puede y debe actuar, etc. Muchos, con razón,
se huelen la tostada del arribismo oportunista de CiU y la burguesía catalana,
profesores de escuelas de negocios a puñados, hasta hace nada tan callados y
sibilinos. Hay quienes se colocan las gafas emocionales, otros las
historicistas, otros las económicas. En el cóctel que ha tomado Cataluña para
armarse de desapego definitivamente son los factores económicos el ingrediente
principal. Cuando la pobreza entra por la puerta el amor sale por la ventana,
que cantaba El Último de la Fila.
Los catalanes nacionalistas -en
adelante, independentistas- se sienten fiscalmente expoliados: aportan a la
causa común presupuestaria mucho más de lo que reciben en inversiones. Sin esa
aportación no hubieran tenido que pedir el rescate estatal, sería un territorio
superavitario, un país medio riquito en Europa, aunque es evidente que la
gestión autonómica ha sido todo menos eficiente y eficaz: con su aportación solidaria
ya contaban, era un dato conocido. El privilegio fiscal vasco y navarro,
consistente en que ellos se lo guisan y ellos se lo comen sin solidaridad
redistributiva ni gaitas, les hace sentirse aun más ultrajados. Como en toda
visión con fuerte componente emocional, se ve sólo lo que a uno le duele y
quiere ver: igual que ese amigo y amiga que, en su separación, no paran de
repetir sus certezas e ignorar o negar las del contrario. Por ejemplo, nadie en
la Cataluña independentista pone sobre la mesa la balanza comercial dentro de
España: su ganancia está todavía en el mercado doméstico, como pasaba con
Franco cuando el dictador propició sus privilegios industriales y comerciales
(de esto tampoco se habla, se tacha de rancio). Pero Cataluña, es cierto, tiene
un PIB poderoso, una recaudación de impuestos saludable, y su deuda y déficit
creciente se achacan a que de cada euro que sale de Cataluña, 45 céntimos no
vuelven. No neguemos sus razones, conozcámoslas y preparémonos para negociar.
Eso sí, cuando amaine.
PUBLICADO MÁLAGA HOY
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