OIGO
PATRIA
“Oigo,
patria, tu aflicción…” (Bernardo López
García)
La Transición fue un buen modelo, pero la pugna de intereses la dejó incompleta. Se cerró en falso; con cesiones mutuas e importantes, pero sin señalar ni límites ni techos. Tal vez lo daban por supuestos si se acataba la constitución; o en la urgencia política y social, no merecía la pena hacer hincapié en lo que pudiera desunir o separar. Pronto se pudo comprobar, que esa debilidad inicial fue un grave error de los Padres de la Patria. Teníamos una Constitución pero se había pasado por alto la enseñanza de 1934. Ignorar la historia, es condenar al pueblo a repetirla. Hoy es una evidencia meridiana. Posiblemente haya que repetirla, o ir hacia una segunda Transición.
Las veleidades del “café para todos” nos
han conducido materialmente al desastre. Entendiendo por tal, la ruina moral y
económica, una casta política que solo representa a su partido, pero no al
pueblo, un paro insoportable, 2 millones de jóvenes, sin trabajo y sin
estudiar, y lo que es peor, sin esperanza de que las cosas cambien pronto, y
con 1 millón de familias en el umbral de la pobreza y la exclusión. En términos
empresariales: una quiebra.
Sin principios, con dirigentes mediocres
endiosados, apegados a la palabrería y el talante, sin importarles el bien
común y el futuro de todos, rodeados de camarillas de ineptos aplaudidores
paniaguados, permitieron que la historia se cambiara y reescribiera a capricho
y en honor de los terruños y sus reyezuelos. Era el tiempo de las vacas gordas,
y no había que dar cuenta a nadie de los chanchullos y egoísmos. Si algo
transcendía a la opinión pública, ahí estaba el judicial para echar una mano. En
democracia, se diluyeron los tres poderes, y el gobierno y los políticos
pusieron los tres a su servicio. La marca España se puso en almoneda. También
la bandera. Y también la lengua.
Sin saber ni sentir lo que es la “Patria”,
discutiendo y haciendo discutible la “nación”, se quedaron en el aire con el
“estado” hueco, después de haber traspasado sus competencias a las autonomías. Se
debería de haber abierto el debate, autonómico, bien cuando Ibarreche presentó
el Estatuto Vasco, o haberse puesto las
cosas en su sitio, y claras para todos, hace años, cuando la deriva comenzaba a
tomar cuerpo con el Estatuto de Cataluña, que a todas luces no encajaba en la
Constitución. Pero entonces, el PSOE
jugaba no ser menos que Mas. Habían
pactado con Mas en Cataluña, y Zapatero había comprometido su crédito,
“aprobando lo que viniera del Parlamento catalán”. A sabiendas de la
inconstitucionalidad del Estatut, se pusieron a dar leña al mono, cuando fue
impugnado ante el Constitucional.
El Rey, posiblemente mal aconsejado, se
mantuvo al margen de la polémica, no abrió la boca y lo refrendó con su firma.
Tuvo varias ocasiones para no refrendar con su firma algunas leyes. Pero lo
hizo.
La gestión de los políticos, que han
regido los destinos de Cataluña, los anteriores y los actuales, ha sido
nefasta, interesada, victimista, incluso con episodios muy oscuros
económicamente. Desde el gobierno central se ha dado alas, se ha mirado para
otro lado y se ha gobernado, gracias al dinero y las concesiones, con apoyos recíprocos, pero
interesados, de unos en Madrid y de otros en Barcelona.
La Diada, de este año, -manipulada y
amplificada por los medios, como todos los años- ha sido un punto de inflexión.
Los políticos catalanes, ante la crisis, los recortes, y la negación a hacer
recortes institucionales, en lugar de responsabilizarse, provocaron la siempre
fácil deriva del victimismo para crecerse contra España y contra el Gobierno de
la nación. Los dirigentes catalanes ahora sí, reclaman más dinero
“sin condiciones”, una autonomía fiscal o pacto fiscal y en definitiva un
“estado”. Eso sí, se les conceda o no,
seguirán por esos derroteros. ¡Más claro agua! ¿No es una buena ocasión para el
diálogo? Secesión, ¿por qué no? Estado Federal, ¿por qué no? Lo que no se puede
es estar dentro y fuera, siempre amargados y aprovechándose de la debilidad y
del erario público.
Y el actual Presidente del Gobierno de
España, dice que son “algarabías”. No sé si está dispuesto a tragar sapos y
culebras, pero a la mayoría de los españoles –y no sólo a los votantes del PP-
se les antoja que hay que dejarse de tibiezas. Si ha dimitido Esperanza, el
valor más liberal, más transparente y con más futuro de la derecha, ha sido
porque estaba hasta el moño de cobardes ante los terroristas y ante las derivas
peligrosas. La oposición, en Madrid y en el resto de España, ha celebrado con
cava, su dimisión. ¿Por qué?
Curiosamente, desde siempre, y sobre
todo desde el histórico 23F, la institución más valorada ha sido la de las Fuerzas
y Cuerpos de Seguridad. Disciplinados, competentes, integradores de la mujer y
de los extranjeros, esforzados siempre han sabido estar. Han acudido donde se
les exigía y acatado las órdenes tanto dentro, como en las misiones
internacionales, con vocación de servicio y total entrega. Esta positiva
valoración se extiende a los territorios nacionalistas, si bien nunca la han
compartido los sectores radicales de las autonomías independentistas o
secesionistas. ¿Por qué?
Rememoro todo esto, por el mensaje que
el Rey ha tenido que mandar a la nación, apelando a la “unidad de España”. Ha dicho que nos encontramos en un momento
decisivo y que “en las actuales circunstancias, lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones,
perseguir quimeras, ahondar heridas”. ¡No le falta razón! Pero toda esta
tensión, no es de ayer. La advertencia, a quien corresponda, llega tarde. El
largo periodo de silencio de la Jefatura
del Estado, ha sido, por decirlo con suavidad, desconcertante. Se han aprobado leyes
políticas y éticas, en las que se esperaba algún pronunciamiento.
Traigo a colación lo dicho, también y
principalmente, porque en mis vacaciones encontré esa leyenda que fotografié y que
encabeza este artículo. Aunque estaba de vacaciones ya me hervía la sangre de
tanta memez política que venimos soportando durante 30 años. Dice así: “vuestra
vida no importa, lo que importa es la vida de España”. Habría que tenerlo en
cuenta, hoy en Madrid, en la Moncloa y el la “embajada catalana” en la capital.
Y sobre todo lo traigo, porque se van a
cumplir ahora nada menos que 78 años de un acontecimiento ilustrativo,
ejemplarizante. No fue la iniciativa de un gobierno de derechas. No es un
acontecimiento sacado de los libros de
historia manipulados, sino del mismísimo Diario Oficial. Puede ser ilustrativo en el momento actual. Copio
textualmente:
“En Cataluña, el Presidente de la
Generalidad, con olvido de todos los deberes que le impone su cargo, su honor y
su responsabilidad, se ha permitido proclamar el Estat Catalá. Ante esta situación, el Gobierno de la
República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra en todo el país.
Al hacerlo público, el Gobierno declara que ha esperado hasta agotar todos los
medios que la ley pone en sus manos, sin humillación ni quebranto de su
autoridad. En las horas de paz no escatimó transigencia, Declarado el estado de
guerra, aplicará sin debilidad ni crueldad, pero enérgicamente, la ley marcial”
(D.O. Ministerio de la Guerra, Domingo, 7 de octubre de 1934, tomo IV p.51). Está
firmado por Lerroux como Presidente del Consejo de Ministros, en nombre del
Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora.
Los numerosos portadores de banderas
republicanas y los agitadores de esteladas, incluidos los miembros de Esquerra
Republicana de Cataluña, seguro que conocen estos hechos. Son historia. Esto ni
se enseña oficialmente, ni los amantes de la memoria histórica osan
descubrirlos. Tal vez ellos juegan con la ignorancia de la mayoría del pueblo.
Seguro que nunca en sus reivindicaciones advierten del riesgo de jugar con
fuego. ¡Mejor una rosa que una verdad!
El 11 de septiembre, la Diada, la fiesta
de Cataluña, no se remonta, claro está, a 1934. Se remonta por decisión
Parlamentaria a la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas al
mando del duque de Berwick durante la guerra de Sucesión en 1714. Este general
consiguió la decisiva victoria de Almansa, hace 300 años. Decisivo para asentar
en el trono francés a Felipe V.
En diversas ocasiones, este general
destaca la excepcional lealtad de los españoles. Creo que es una virtud que se ha mantenido a lo largo de los
siglos. Aunque El Capitán Alatriste, de
Pérez Reverte es un poco anterior, traigo para terminar, sus versos
entrañables:
"Por España; y el que quiera/defenderla
honrado muera;/ y el que traidor la abandone/no tenga quien le perdone,/ ni en
tierra santa cobijo,/ni una cruz en sus despojos,/ni las manos de un buen hijo/para
cerrarle los ojos».
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