Manuel Azaña es síntesis y protagonista del drama de España.
Un país con ganas de volar cuyos pies, anclados al barro, no le permitieron
alejarse del suelo más que unos metros, los justos para saborear un instante
las esperanzas de libertad y progreso. Manuel Azaña representa a esa generación
de intelectuales liberales que desearon que nuestro país cambiara radicalmente
para emparejarse a sus vecinos europeos. Heredero de los ideales
regeneracionistas, identificó los males estructurales que aprisionaban a los
españoles en un presente mísero y un futuro sin progreso, y batalló con ellos
de forma radical y sin cuartel. Lamentablemente perdió la batalla, porque
aunque algunos lo nieguen, hubo muchos más radicales que él, en todos los
frentes, y en esa guerra España se disolvió en el abismo, destinada a sufrir 40
años de dictadura que nos marcaron a hierro y fuego.
Manuel Azaña nació en Alcalá de Henares en 1880. Desde
pequeño se inicio en la lectura desenfrenada de libros. Estudió derecho y
obtuvo su doctorado, tras lo cual aprobó oposiciones en la administración de
justicia. Su vida intelectual giró en torno al Ateneo de Madrid, del cual fue
presidente. Publicó numerosos artículos y libros, destacando la Velada de
Benicarló, donde analiza la situación política de España durante los años 30.
Su carrera política, iniciada en el partido Reformista de Melquíades Álvarez,
le llevó a crear, tras la dictadura de Primo de rivera, el grupo Acción
Republicana. Lo sguiente es más o menos conocido: advenimiento de la II República
en 1931, presidencia del consejo de ministros y finalmente Presidente de la
República durante los años de la guerra. Durante sus años de gobierno Azaña
trabajó por modernizar el país, eliminar el poder de la iglesia y del ejército,
universalizar la educación, reformar el campo, otorgar más derechos a los
trabajadores, democratizar la vida política...
Cuando finalmente murió en Montauban durante el otoño de
1940, el Mariscal Petain, aquel que había sido un héroe de la I G.M y que en
aquel momento era un títere de Hitler, negó que cubrieran su féretro con la
bandera tricolor. Antes que la rojigualda, el embajador de México prefirió que
lo cubrieran con la bandera azteca cuyas palabras repetimos hoy como un
recordatorio de aquellos ideales que hicieron a hombres como Azaña morir lejos
de su patria: “Lo cubrirá con orgullo la bandera de México- Para nosotros será
un privilegio, para los republicanos una esperanza, y para ustedes, una
dolorosa lección”.
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