DE ALGÚN MODO, TODOS PASAMOS POR AUSCHWITZ. SERGIO RUIZ MATEO

TODOS PASAMOS POR AUSCHWITZ
"Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí"
¿A dónde se los llevaron? Comunistas, socialistas, sindicalistas, judíos, gitanos, homosexuales… todos ellos fueron conducidos al infierno.

El infierno de Dante, en el siglo XIV, tenía nueve círculos, uno para cada tipo de pecado. Allí, guiado por el poeta Virgilio, encontró el escritor a los no bautizados, los lujuriosos, los glotones, los ávaros y los iracundos, los herejes y los violentos. Por último, vio a Lucifer. Era un infierno irreal, abstracto y subterráneo, pero muy presente para los europeos del medioevo.


El infierno en el siglo XX, el infierno al que fueron enviados judíos, comunistas, sindicalistas o gitanos, en cambio, fue real y estaba asentado en Polonia: se llamó Auschwitz.

Su sólo nombre evoca el mayor horror que un hombre pueda imaginar. Y no eran nueve círculos. Era una infraestructura perfectamente planificada e integrada por tres campos de exterminio y 39 subcampos dependientes. Allí la muerte se convirtió en un proceso organizado de escala industrial, cuyo producto final era el sueño aberrante de la limpieza racial e ideológica. Un millón trescientas mil personas sufrieron el episodio más infame de la historia de la humanidad: un millón cien mil, el 90 % de origen judío, no pudo contar cómo la vida se reducía al nivel de lo insignificante, de lo cotidianamente despreciable. Fueron el holocausto en el altar de una ideología cuyo paraíso totalitario era de carácter reservado.

Sólo doscientos mil regresaron, literalmente, de entre los muertos. Auschwitz y otros campos similares enviaron la humanidad, sin escalas, a la pesadilla de la barbarie pura, sin referentes en la historia del ser humano, pues nunca antes la humanidad había sido tan inhumana, nunca antes tanto salvajismo había imperado libremente. Dos mil quinientos años de racionalismo occidental fueron aplastados por el puño del nazismo.
Auschwitz se construyó en 1940 en las cercanías de Cracovia, por orden de Heinrich Himmler, líder de las SS. Al frente del mismo colocó a Rudolf Hoss, un hombre que disfrutaba cuidando rosas en el jardín que tenía justo al lado de los hornos crematorios. Inicialmente concebido como campo de trabajo donde experimentar en técnicas agrícolas, luego fue utilizado como instrumento de la denominada “Solución Final”, eufemismo que resumía la intención de Hitler de eliminar a los judíos y otras minorías de Europa. De entre sus campos principales destacó Auschwitz-Birkenau, con una extensión de 5 Km cuadrados cercados por alambres de púas y vallas electrificadas. El objetivo del campo no era el mantener los prisioneros como fuerza de trabajo, como ocurría en Auschwitz I y III, sino su exterminio. Para ello contó con cuatro crematorios con cámaras de gas, a los cuáles se conducía a los prisioneros tras una primera selección justo después de bajar del tren.

Este martes se conmemoraba  el cincuenta aniversario de la liberación del Auschwitz. Hace cincuenta años, el 27 de enero de 1945, el infierno al fin se heló. Los nazis intentaron destruirlo, pero lo llevaban en su propia naturaleza. El mal anidaba en aquella ideología perversa que planeó apropiarse de Europa e imponer la supremacía de una raza, una nación y un partido.

Cuando los soviéticos llegaron a los campos no daban crédito a sus ojos. Habían visto más campos en su camino hacia Berlín, pero ninguno con aquellas proporciones. Verdaderamente, el horror había alcanzado dimensiones pavorosas.


Hoy conocemos qué pasó en Auschwitz gracias a miles de testimonios. Sabemos los números, los espacios, la historia, los nombres…pero no hay nada que pueda acercarnos a aquel lugar infame y al dolor que se vivió entre aquellas alambradas. No habrá nunca ensayo, documental, película, novela o poema que nos aproxime o haga revivir aquella tragedia y no hay posibilidad alguna de hacer justicia con aquellos que fueron inmolados en el infierno polaco. El único modo de mantener su causa es no olvidar lo que allí sucedió, denunciar las ideas que los condujo a la muerte, recordar su sufrimiento y aspirar a un futuro sin infiernos ni hornos crematorios. Pasaron por allí comunistas, socialistas, sindicalistas, judíos, gitanos, homosexulaes…podríamos haber pasado tú y yo, podría haber pasado cualquiera. De algún modo, todos pasamos por Auschwitz.

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