OCHENTA AÑOS DEL REY
Elvis Aaron
Presley nació en una casa humilde de madera del estado de Mississippi. Poca
gente sabe que el nacimiento del que
años después sería conocido como el Rey, vino precedido por la muerte de su
hermano gemelo. Nadie puede imaginar qué posibles consecuencias tuvo aquello
para la pequeña criatura, pero queda manifiesto que fue el comienzo de una
infancia no exenta de dificultades y ciertas penurias. Su padre cambiaba a
menudo de trabajo y estuvo en prisión durante una pequeña temporada. A pesar de
ello, nos atrevemos a afirmar que los primeros años de Elvis fueron felices y
que mucha de esta felicidad se debe a la música, siempre presente en su vida.
En el colegio participó en competiciones de canto y a la edad de 11 años ya
recibió su primera guitarra como regalo de cumpleaños.
Dice
el poeta que la patria del hombre es su infancia. Mucho de lo que somos se
modela en nuestros primeros años. Elvis vivió esa etapa de su vida empapándose
de la música que predominaba en el medio este americano: música de alma negra y
tradición sureña. En 1948, con EEUU como flamante dueña del mundo, la familia
Elvis se mudó a Menphis, ciudad cuyo nombre siempre estará ya unida a la del
cantante. Arribó así a un lugar acostumbrado a expresar sus quejas a ritmo de
blues y a cifrar sus esperanzas con el lenguaje del goospel, un lugar en la
frontera del country y en cuyas estaciones de radio prevalecía el sonido
moderno del rhythm and blues, el lugar donde nacería un mito y un héroe: el
Rock & Roll y Elvis. El optimismo se respiraba en el ambiente, la sociedad
americana era una adolescente que despierta a la vida. La plenitud de su
alegría ansiaba experiencias, diversión, música e ídolos donde mirarse en un
reflejo hedonista. América estaba preparada para crear sus propios dioses y “Sun
Records” dispuesta a ganar dinero con aquel muchacho tímido de agradables facciones
y tupé brillante que cuando fue preguntado por sus influencias musicales, dijo con
desparpajo que no se parecía a nadie.
En
poco tiempo Elvis sonaba en todos los transistores y los programas de
televisión. El golpe de caderas más famoso de la historia volvía locas a las
hijas bien de la nueva sociedad de consumo y su voz inigualable franqueaba las
barreras raciales. En un país donde aún los afroamericanos eran tratados como
ciudadanos de segunda, Elvis entregó el tesoro de la música negra a un público
blanco hasta entonces reticente. Había emisoras que se negaban a poner su
música porque sonaba demasiado negra pero Sam Philips, jefe de Sun Records, lo
tenía muy claro, siempre había querido encontrar a un blanco que tuviera un
sonido negro y un sentimiento negro para hacer millones de dólares: Elvis era
el blanco con alma de negro.
De
Sun pasó a NBC y de la televisión dio el salto a Hollywood. Su pelvis había
escandalizado a la audiencia más conservadora durante ese tiempo. El
director del FBI Edgar Hoover recibió
una carta que aseguraba que Presley era un peligro para la seguridad de los
EEUU y un juez incluso le obligó a moderar su baile. Luego fue reclutado y pudo
demostrar que el Tio Sam no tenía por qué temer al chico de Tenesee. Allí, en
el servicio militar, Elvis entró en contacto con las anfetaminas y conoció a la
que sería su esposa, Priscila. La vida del cantante se definíó tras ello en el
contexto del cine, que a la larga provocaría una merma en la calidad de su
música que sin embargo no redujo su éxito ni su popularidad.
Un
divorcio, el deterioro físico y el desembarco final en Las Vegas marcan el
preludio de una muerte trágica, como corresponde a los mitos. En el olimpo pop
de la cultura del nuevo imperio, Elvis
reina como un mesías con guitarra. América se encontró con sus becerros de
vinilo y celuloide. Elvis Presley, James Dean, Marylin Monroe, Rob Hudson…
sacrificados en el altar de una nueva idolatría de masas, guardan la memoria de
un tiempo en el que la América poderosa y despreocupada guiaba al mundo al
ritmo de la música popular. El ritmo de una música enloquecida e indecente
llamada rock and roll que fue aupada a la conciencia universal por un muchacho
negro de piel blanca, cuyas caderas no paraban de agitarse. Como el fuego de un
nuevo Prometeo: larga vida al Rey.
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