LAS COSAS MÁS HERMOSAS
La noche del domingo estuvimos
15.481.000 de espectadores sentados ante los plasmas y los venerables
televisores de tubo que sobreviven como dinosaurios aún no alcanzados por la
glaciación de la alta definición, o estuvieron brincando en las plazas, calles
y bares de toda España en las que se habían instalado pantallas gigantes,
disfrutando de un acontecimiento deportivo histórico. Ayer por la mañana la
crisis seguía su curso, el paro no había disminuido y el euro continuaba
tambaleándose.
¿Y qué? Oímos a Bach o a Ella Fitzgerald, leemos a Cervantes o a
Proust, vemos películas de Renoir o de Ford, contemplamos cuadros de Velázquez
o de Matisse… Y las cosas, en lo exterior, no cambian. Hacemos el amor, oímos
la respiración y sentimos la indefensa tibieza del niño que se nos ha dormido
entre los brazos, besamos la frente de nuestros padres ancianos, vemos crecer a
nuestros hijos… Y las cosas, en lo exterior, no cambian. Las cosas más hermosas
de la vida, las que más nos hacen disfrutar o más nos emocionan, no son capaces
de enmendar crisis, dar trabajo o estabilizar el euro. Sólo nos hacen un poco o
mucho más felices. Y basta.
La tarde del domingo del partido dos
cadenas emitieron en paralelo dos obras maestras de Frank Capra que tratan de
la felicidad, Horizontes perdidos y ¡Qué bello es vivir! La primera se estrenó
en 1937 y la segunda en 1946, dos años antes y uno después de la Segunda Guerra
Mundial. Entre una y otra murieron 54 millones de militares y civiles en el
frente o bajo los bombardeos y fueron exterminados seis millones de judíos. Ni
la primera, con su llamada al ideal de paz y sabiduría de Shangri-La que
fascinó a millones de espectadores -entre ellos a Roosevelt, que bautizó en
1942 con este nombre la nueva residencia presidencial hoy conocida como Camp
David-, logró impedir la guerra; ni la segunda, con su conmovedor y sincero
canto a la importancia de cada vida, aunque sea la de un fracasado habitante
del pueblecito de Bedford Falls, logró devolver a sus familias ni uno solo de
los más de 60 millones de muertos. Pero ambas, además de obras maestras del
cine, representaron tan perfectamente una aspiración a la paz y la felicidad
que tantos años después siguen emocionando.
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