Desde la misma llegada del socialismo al poder, por primera vez en Rusia con la revolución de 1917, se convirtió en una dictadura que, amparándose en la necesidad, negó la libertad. Dicha necesidad era la de instaurar el socialismo “a la fuerza”, pues el agrícola pueblo ruso necesitaba ser guiado hacia el modo de producción socialista. No se trata aquí de atacar a los países que se dicen socialistas, pues por esa época el mundo industrializado de Europa occidental conseguía sus índices de desarrollo a costa de la explotación de una mayoría, en jornadas laborales extenuantes sin garantías laborales ni legales.
Antes de la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, en el mundo existían dos corpus ideológicos en perpetuo enfrentamiento: el capitalismo y el socialismo. En esencia, el socialismo es intrínsecamente atractivo, por cuanto preconiza la mejora de las condiciones de vida de los hombres, denuncia las injusticias cometidas por unos pocos y estimula la tan manida “lucha de clases” entre el rico opresor y el pobre oprimido. En ese mundo dividido por el muro berlinés encontrábamos dos bloques que respondían el uno, al nombre de “capitalista” y el otro, al de “socialista”. Paradójicamente, los países con mayores índices de desarrollo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial fueron los que se integraron en el bloque occidental, mientras que aquellos que lo hicieron en el otro bloque (la mayoría, porque les tocó en suerte al haber quedado bajo dominio soviético durante la guerra contra Hitler) mantenían los niveles de bajo desarrollo que tenían en 1939.
No obstante, el ideal de un mundo mejor, buscado por Marx como por Moro o Campanella, ha sido una constante en el pensamiento del ser humano. Precisamente en los países capitalistas se desarrolló un pensamiento socialista más real y preciso, que aunaba los beneficios de los sistemas democráticos con una mayor igualdad entre los hombres.
La desgracia es que nuestro egoísmo natural impide una mayor reducción de las diferencias entre los que más tienen y los que no tienen nada. En mi utopía, si todos pusiéramos más de nuestra parte, dichas diferencias se reducirían a mayor velocidad. Para conseguir reducir diferencias y alcanzar mayores grados de desarrollo son condiciones sine qua non un sistema educativo eficaz, un conjunto de leyes actualizado y preciso, un sistema penal serio y severo, una mayor concienciación de la población ante sus necesidades y sus problemas, y un sistema político sin corrupción ni favoritismos. Empecemos por esto último.
¿Dónde están esos políticos comprometidos que lideraron una transición desde la dictadura a la democracia que aún hoy es un modelo a seguir? Sin violencias, sin apenas muertos, que llevaron al país a tener un sistema de libertades tanto tiempo anhelado…
Nos encontramos ante un periodo nuevo que está asistiendo a una profunda crisis de los grandes –ismos contemporáneos como el socialismo, el capitalismo, el liberalismo. Algunos de ellos no sobrevivirán o serán completamente reformulados, pues su contenido se encuentra vacío, caso del socialismo.
Otros en cambio, como el nacionalismo, siguen en pleno apogeo a pesar de que han traído los conflictos más catastróficos que el hombre ha conocido. La izquierda y la derecha ya no existen, pues los barones de la alta política son el mismo perro con distinto collar. El Congreso de los Diputados, edificio que debía ser el orgullo de nuestra democracia, es un lugar vacío donde los políticos sólo coinciden en su totalidad una o dos veces al año. Es una vergüenza observar por la televisión esos discursos rococós de nuestros políticos, para al final no decir nada o decir lo mismo de siempre, ante una mayoría de escaños vacíos.
Los mismos políticos que nos han llevado a una de las mayores crisis de la sociedad contemporánea por su ansia corrupta (¿quién decide cuando un suelo es urbanizable o no?) son los que proponen y disponen las medidas destinadas a sacar a una mayoría del temido paro. La especulación no es culpa exclusiva de los políticos: lo es también de esos bancos que han concedido hipotecas a troche y moche. A fin de cuentas, ambos (políticos y banqueros) son parte del mismo circo: a estas horas hay muchos grandes banqueros tomando un café con muchos grandes políticos, decidiendo sobre el destino de una gran mayoría.
No me malinterpreten: esto no es una teoría de la conspiración (aborrezco de ellas), sino una realidad que cualquiera puede constatar a poco que quiera mirar. Claro que para ver hay que saber cómo hacerlo, y desgraciadamente nuestro sistema educativo se encarga de fabricar analfabetos para que esos políticos y demás calaña puedan seguir actuando sin ser “vistos”.
Por cierto, el café que se están tomando el político y el banquero lo va a pagar usted, que para eso existen las dietas millonarias que se ponen ellos mismos. Ya defendía uno de estos personajes que cuando se iban a comer a restaurantes de lujo, que pagaban con estas suculentas dietas, era para cerrar acuerdos. Con el estómago lleno y un buen vino se pone uno de acuerdo más fácilmente.
Continuará…
Continuará…
1 comentario:
JMO
Los políticos tienen mucha culpa, no obstante somos los ciudadanos los que legitimamos a los políticos cada cuatro años. Por eso es tan necesaria esa educación de calidad que tu pides. Un saludo
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