ERE que ERE.
ARTÍCULO PUBLICADO EN DIARIO SUR (MÁLAGA)
Seguro que ya alguien ha utilizado este título porque es un juego de palabras facilón, pero viene muy al cuento después de que la juez que investiga los expedientes de regulación de empleo fraudulentos que han abierto una grieta en la Junta de Andalucía, una grieta que va camino de convertirse en puerta por la que el PSOE salga de la presidencia de esa institución, haya pedido al Gobierno andaluz las actas de Gobierno desde el 2001 a nuestros días.
Hasta los columnistas que simpatizan abiertamente con el PSOE están afeando a la Junta su escasa colaboración con la juez, sus nulos reflejos, sus ansias de demostrar que la alta cúpula no sabía nada del fraude y que todo es cosa de unos mangantes, que se colaron en puestos de poder y se las arreglaron para no ser descubiertos.
O sea, que según nuestros gobernantes, la cosa no da para tanta investigación, y ellos tienen las manos muy limpias, confiando en que la gente, tan atareada en lo suyo como está, no lea la letra pequeña, esa que nos entera de que el consejero imputado sigue siendo el Presidente del Consejo Regulador de Jerez, o cómo es posible que la estructura que permitía los fraudes se mantuviera intacta a pesar de que fueron varios los mandatarios que pasaron por la jefatura de la Consejería de Empleo.
Y sobre todo, cómo es que pidiendo el PSOE con toda razón comisiones de investigación parlamentaria para que se esclareciera el caso Gürtel, se negaba en cambio a permitir comisión de investigación en el Parlamento andaluz, obviando la premisa plausible de que quien no tiene interés en que se investigue políticamente algo muy posiblemente tiene mucho que ocultar.
A la Junta no se le ocurrió mejor cosa que, para lavar su imagen, hacer una investigación propia, cuyos resultados eran bastante deprimentes, no por los resultados en sí, sino por el uso que se hizo de ellos y por la manera en la que la televisión andaluza los publicitó para decirles a aquellos que no leen la letra pequeña y se quedan con los titulares, como si estos pudieran contener la esencia de las cosas, que la Junta estaba limpia, y que los casos de corrupción eran insignificantes.
El escrutinio de la Junta alcanzaba a unos 6.000 expedientes, creo recordar, de los que sólo setenta y dos contenían irregularidades que les hacían entrar de lleno en el caso de los ERE. Y ahí teníamos al portavoz de la Junta repitiendo una y otra vez, se ve que había seguido un cursillo acelerado de prácticas mercantiles para vender su producto con absoluta nitidez y profesionalidad, que estábamos hablando de un insignificante uno por ciento de casos de irregularidad. Irregularidad es más políticamente correcto que fraude, nadie lo duda. Pero podemos perdonarlo.
Lo que es imperdonable es que se diga y se repita que un uno por ciento de lo que sea es insignificante. Un uno por ciento del océano Pacífico borra parte del mapa de Japón, así que no es tan insignificante. Un uno por ciento es lo que diferencia la cadena genética de un hombre de la de un simio, o sea, hay mucha, mucha información en un uno por ciento, lo que ese uno por ciento dice no es cuánto nos parecemos los hombres a los monos, sino más bien la cantidad de milagrosa información que cabe en un uno por ciento para que dé dos seres tan distintos. Es el mismo uno por ciento que puede diferenciar a un Gobierno maculado por la corrupción y la caradura de otro que no padeciera esas miserias.
Si los científicos que programan naves para enviarlas a Marte, se equivocaran un uno por ciento al trazar la ruta, la nave acabaría buscando aparcamiento en los anillos de Saturno, si es que en los anillos de Saturno se puede aparcar. En fin, si la diferencia en capacidad intelectual entre quienes hicieron ese estudio para limpiar la imagen de la Junta y gente honesta a la que lo que le importara fuera la verdad, fuese de un uno por ciento, a todos nos iría mucho mejor de lo que nos va, porque ya digo, un uno por ciento de cualquier cosa es un mundo: bastaría con hacer pagar a los culpables de todo esto, culpables de facto y culpables políticos, a que se comieran un plato de cualquier cosa con un uno por ciento de plomo más de lo que el cuerpo humano consiente, para que se dieran cuenta de lo catastrófico que suele ser una diferencia del uno por ciento entre las cosas como deberían ser y las cosas como son.
Y son las cosas, en este caso de los ERE, de una insolencia abrumadora. Por mucho que la Junta pretenda obstaculizar la investigación, por mucho que hayan sonado las alarmas en la Casa de Gobierno, por mucho que se diga que la oposición está magnificando el asunto para hacer daño a la autoridad incompetente, el artefacto explotará, si no ha explotado ya.
Y el resultado de la explosión nos afectará a todos: por si alguien no se había enterado hasta ahora, nos daremos cuenta de a lo que lleva convertir un partido político en una empresa en la que los intereses privados y las cuentas de resultados y los favores a los amigos, se erigen como metas donde antes se ubicaba eso que en los setenta se llamaba ideología.
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