A MANOS DE MELITÓN MANZANAS
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Tan sólo dos años después de la caída del muro de Berlín, el escritor alemán Georg Dreyman acude a los archivos de la Stasi, la poderosa policía secreta de la antigua RDA, a comprobar quién era el policía encargado de espiarle, qué escribió sobre él, qué sabía de su vida... La conocida escena pertenece a la película La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) y representa la ruptura con el pasado que España no hizo en su transición. Los expresos políticos españoles no sólo desconocen qué fue de sus informes policiales sino que los que ordenaron su elaboración, los utilizaron para condenarlos, los encarcelaron y hasta les torturaron siguieron en sus puestos o incluso fueron condecorados por el nuevo régimen democrático.
El próximo 21 de enero se presenta la asociación de expresos del franquismo La Comuna. Militantes de la Liga Comunista Revolucionaria, el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), el PCE o la prehistórica ETA VI Asamblea que reclaman la nulidad de sus juicios y sentencias como un hecho que va más allá de un simple reconocimiento moral a su lucha por la democracia. "Los tres presidentes que tuvo el TOP (Tribunal espacial de Orden Público o represión en vigor desde 1963 a 1977) se reintegraron en el Tribunal Supremo y los 11 jueces acabaron haciendo sus carreras en la Audiencia Nacional y en las Audiencias Provinciales", ejemplifica José María Galante, militante de la Liga Comunista Revolucionaria que fue detenido cuatro veces entre 1968 y 1973.
Como asociación tienen un símbolo. No es otro que la desaparecida cárcel de Carabanchel, por donde pasaron miles de presos políticos y ahora mismo no hay una simple placa que los recuerde. "Hace tres años apareció por ahí Rubalcaba diciendo que corría mucha prisa construir sobre la cárcel. Y hoy sigue siendo un solar. Tenían mucha prisa por hacer desaparecer los muros", explica Galante, conocido por todos como Chato.
"Lo mejor es que en la puerta del edificio una pancarta dice: Bienvenidos", recuerda sobre la sede de la Stasi de La vida de los otros Luis Roncero, de 69 años, exmilitante del FRAP y que pasó cuatro años detenido en la cárcel de Carabanchel. Miles de militantes antifranquistas como Roncero, condenados por los tribunales ilegales e ilegítimos durante los años sesenta y setenta, nunca han confiado en la Justicia española para reclamar responsabilidades por las tropelías franquistas. "Estamos encandilados con la querella de Argentina porque es la única vía donde puede haber justicia. Aquí ya sabemos que no la va a haber. Y ya se ha visto en casos como el de Grimau o Humberto Baena que se da por causa juzgada", opina Galante.
Las torturas sufridas por esta generación de entonces jóvenes que heredaron de sus padres derrotados en la Guerra Civil la dignidad, el coraje y la persistencia han quedado impunes. "Yo caí en Santander y me libré de las palizas porque me pusieron contra un muro y me pegaron un tiro en la espalda que me atravesó los pulmones. Como le gustaba decir a Franco, no hay mal que por bien no venga", ironiza el exmilitante de ETA de 68 años, Enrique Guesalaga.
"En mi pueblo, en Eibar, donde todo el mundo hablaba en euskera, te castigaban si lo hablabas y antes de cada partido de pelota en el frontón te hacían cantar el Cara al sol. Esa es nuestra generación", explica Guesalaga, condenado en el proceso de Burgos a 50 años de prisión por un delito de terrorismo. Con la Ley de Amnistía de 1977 salió en libertad. "La gran trampa de la Transición", califica a esta norma su compañero Josu Ibargutxi, de 62 años. "Por 800 presos que había entonces en las cárceles, consiguieron aprobar una ley de punto final", añade Ibargutxi.
Detenido en coma
Una selección de expresos reunidos en un bar irlandés junto a la antigua sede del TOP, ahora Tribunal Supremo, en Madrid, describen a Público cómo fueron sus detenciones. "Yo caí detenido como activista en abril de 1968, antes incluso del mayo francés, por acudir a desactivar un artefacto que la organización había decidido poner en la delegación de uno de los aparatos de propaganda franquista más importante de entonces, que era el periódico El correo español. Fui a desactivarlo para evitar que hiriera a alguna persona que pudiera pasar y me explotó en el morro. Me quedé malherido y en coma. Por eso evité las torturas de la comisaría", describe Ibargutxi.
Cuando recuperó sus facultades, Josu fue sometido a los temidos interrogatorios. "Como no cantaba todo lo que querían, me amenazaban con hacerme pasar por las manos de Melitón Manzanas, el temido torturador franquista, que en agosto la organización decidió ejecutar", recuerda. El Gobierno de José María Aznar condecoró en 2001 a Manzanas con la Medalla de Oro al Mérito Civil.
El grado de las palizas dependía del momento de la detención. Valentín García, de 68 años, fue detenido el 29 de enero de 1969, en pleno estado de excepción por la muerte días antes del estudiante antifranquista Enrique Ruano. "Estuve 15 días detenido e incomunicado. Me ataban a la silla y me desnudaban por el efecto psicológico. Me pegaron noche y día, aunque ni me acuerdo de qué horas eran", recuerda.
Los expresos del tardofranquismo se reconocen a sí mismos como una organización huérfana de padres políticos. El PSOE apenas contó con presos en la Transición y el PCE "se olvidó de los suyos", como destaca Galante. "La frase que define ese olvido es la de Santiago Carrillo cuando dice que el PCE ya ha enterrado a sus muertos", explica (Marcelino Camacho aseguró en 1977 que el PCE había "enterrado sus muertos y sus rencores"). "¡Con todos los que todavía tienen desaparecidos en cunetas!", exclama Guesalaga.
Tres décadas después de la Ley de Amnistía, los expresos se preguntan por qué no la han debatido hasta ahora. "Cuando salimos, pensábamos en el futuro. Éramos gente joven, nuestra generación no es la que vivió la guerra y teníamos muchos proyectos por hacer. El objetivo era derrocar a la dictadura. Queríamos romper con el sistema y transformarlo. Buscábamos la emancipación social. La Transición fue una trampa que hizo perdurar el sistema", analiza Acacio Puig, de 63 años, exmilitante de la Liga Comunista Revolucionaria.
Puig pide un té y sonríe a Chato al recordar sus tiempos entre rejas. "Tomábamos siempre té. Era como un ritual", recuerda de sus días en Carabanchel. Acacio cayó en 1973 en un piso de Vallecas donde su organización tenía un almacén de propaganda electoral. Tras pasar por los calabozos de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol, tuvo un juicio militar. "Me metieron 13 años por asociación ilícita, propaganda ilegal y añadieron terrorismo porque les interesaba por haber sido un juicio militar", concluye.
Si hay algún personaje de los calabozos que todos recuerdan es Saturnino Yagüe, jefe de la Brigada Político Social, excombatiente de la División Azul que falleció en 1978 después de haber recibido una medalla al mérito policial, entre otras condecoraciones. "Fue el que refinó las torturas. Hasta entonces eran muy borricos y este refina los métodos", añade Puig.
Perfil del funcionario
"El perfil del jefe de las prisiones cambia. Ya no son gente acostumbrada a sacar a fusilar cada día a un puñado de presos. A partir de los setenta saben que no se puede hacer eso. Por ejemplo, el jefe de la prisión en Segovia nos permitía tener equipos de música. Bueno, y además, con tal de que no hiciéramos ruido, nos dejaba en paz hasta tal punto de que preparamos dos fugas consecutivas", apunta Chato. "Nuestra gran reclamación era el estatuto del preso político. Nunca lo conseguimos, pero éramos tratados como presos políticos", matiza Ibargutxi.
Con un proceso de anulación de una sentencia, los expresos aspirarían a tirar de la manta de miembros de la brigada político social, guardias civiles o incluso de jefes de prisiones. Acacio apunta a alguno de esos funcionarios de prisiones como represores: "Javier Cabezudo Hernández, director de Carabanchel, José Manuel de la Fuente, de Soria, Antonio Rodríguez Alonso, del Puerto de Santamaría, o Prudencio de la Fuente, de Burgos".
Todos coinciden en señalar que las peores experiencias que se vivieron en las cárceles fueron sufridas por los jóvenes. "Éramos unos 15 presos políticos de menos de 20 años. Nos juntaron con el resto de presos comunes que nos hicieron la vida imposible dirigidos por los funcionarios. No podíamos mantener ni la comida por la mafias que se formaban. Cómo sería que, cuando me trasladaron al módulo de adultos, creía que eso era la libertad", recuerda Ramiro, ex del reformatorio de Carabanchel
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