LA IRRESPONSABILIDAD SOCIÓPATA DEL CAPITAL: RSC VS ISC. J. AGUSTÍN FRANCO MARTÍNEZ

LA IRRESPONSABILIDAD SOCIÓPATA DEL CAPITAL
Breve reflexión sobre el fraude intelectual y la composición tóxica del discurso universitario sobre la Responsabilidad Social Corporativa. Había una vez un Gran Patroncito orgulloso de su función social, así que ordenó a su séquito de profesores universitarios que le diseñaran un traje a medida. Cada año lucía su hermoso atuendo subido en una caravana y sosteniendo entre sus manos la memoria anual de RSC de su empresa, el complemento indispensable de su nueva imagen ante el pueblo. Un día, mientras todo el mundo vitoreaba al capitalista, un niño gritó riéndose: “¡Está desnudo, lleva al aire toda la irresponsabilidad sociópata del capital!”

El timo de las estampitas de la RSC

El timo de las estampitas de Reyes, Sotas y Caballos se acabó. El juego de los trileros de tribuna universitaria toca a su fin. La RSC ni es Responsable ni Social ni Corporativa, antes bien, es sólo un vano intento de camuflar o disimular su verdadera vocación de ISC (Irresponsabilidad Sociópata del Capital).

La propaganda de la RSC sólo comenzaría a ser creíble si al menos se dieran dos condiciones indispensables: adopción de compromisos de RSC con carácter obligatorio por ley y auditoría externa imparcial de tales compromisos. Ambos requisitos de improbable cumplimiento dada la verdadera naturaleza que se esconde tras el ropaje terminológico de la RSC, esto es, la ISC.

La RSC es un placebo que no cura el ansia de explotación del empresario. La RSC es un eufemismo que ya no cubre la impudicia asesina de la propiedad privada. La RSC es una máscara intelectualoide que ya no engaña ni al más crédulo incauto. La RSC es un truco de magia para desviar la atención de lo esencial. La RSC es una toxina contra la dignidad humana.

Los mismos defensores de la RSC niegan tozudamente el callejón sin salida al que se enfrentan cuando defienden el criterio de voluntariedad de las empresas para aplicar iniciativas socialmente responsables, y a la vez, la transparencia sin más auditoría que la “penalización del mercado por malas prácticas”.

Cómo hablar de buenas prácticas más allá de lo legalmente establecido si la primera responsabilidad de toda empresa que es cumplir la ley, pagando sus impuestos y respetando los derechos humanos en materia laboral, se incumple sistemáticamente, por activa y por pasiva, por la propia lógica del proceso de acumulación capitalista.

Así, oiremos el falaz dilema moral al que se enfrenta el asesor fiscal de una empresa cuando afirma que no estaría haciendo bien su trabajo si no consiguiera que su empresa pagase menos impuestos. O aquel otro encargado de la internacionalización de una empresa que se autojustifica éticamente cuando trata de deslocalizar y externalizar parte de la empresa para reducir costes.

Los propios activistas que denuncian las malas prácticas de las empresas reconocen que la mayoría de ellas no está interesada en adoptar auténticos compromisos de RSC, sino más bien en adoptarlos superficialmente para mejorar, o al menos no comprometer, la imagen de la empresa. Es decir, se trata sólo de una estrategia de marketing para conseguir el objetivo insolidario y sociópata de siempre, maximizar los beneficios privados mediante la dominación y la explotación, perpetuando así la lucha de clases sine die.

La magia de la R

El discurso de la RSC es profundamente irresponsable. Irresponsable a tres niveles básicos: intelectual, social y económico.

Es una irresponsabilidad científica, por su falta a la verdad. Cualquier investigación que analice la RSC sin referirse a las dos cuestiones controvertidas que indicábamos anteriormente (obligatoriedad y auditoría) es una falacia, un truco de magia.

El truco de la R consiste en hacer pasar por “responsable” lo que sólo es una ansiosa búsqueda de “rentabilidad”. ¿Cómo se logra este truco? Mediante las Memorias Anuales de RSC, que no son más que el billete falso que luce relumbrón el primero sobre un fajo de recortes de periódico. Bonitas memorias que esconden los datos reales. Por ejemplo, sería el caso de las memorias de bancos y cajas sobre su Obra Social, cuyo importe anual es públicamente desconocido, a la vez que su porcentaje sobre los beneficios de la empresa es cada vez menor, a la par que aumentan sus inversiones en empresas y proyectos armamentísticos, más rentables que los proyectos sociales.

Es una irresponsabilidad social por el engaño y manipulación que supone vender a la ciudadanía gato por liebre, por disfrazar con piel de cordero al lobo. Un Anti-Rey Midas que convirtiese en mierda todo cuanto de solidario y de ético hay en el ser humano.

Es una irresponsabilidad económica por la cantidad de recursos que se invierten en la defensa de lo indefendible, el proceso de acumulación capitalista. Ya no puede salvarse el reinado del capital aduciendo a su responsabilidad social, a su generación de crecimiento y empleo, a su defensa del emprendedor que arriesga e innova. Su truco es tan ruidoso que es visible al más ciego. Su truco es tan palpable que es audible al más sordo.

El culto y la adoración al reinado del capital es sumamente mayor aquí entre quienes se sorprendían de la reacción del pueblo norcoreano ante la muerte reciente de su dictador, “según la televisión estatal”, como pronto se apresuraron a puntualizar nuestros medios pseudo-independientes de desinformación y manipulación de masas.

La magia de la S

El discurso de la RSC es profundamente antisocial, insolidario y sociópata.

Es antisocial porque defiende la estructura de poder existente, niega la existencia de la desigualdad social y el rol de las empresas en este conflicto de clases. Más aún, la propia definición de la demanda desde la óptica empresarial es aquélla que cumple dos requisitos radicalmente antisociales: quien tenga la capacidad legal de comprar y la capacidad adquisitiva para pagar. El resto de la especie humana no forma parte del mercado.

Es insolidario porque promueve la privatización de todos los servicios públicos y, en suma, de todo el sistema público de bienestar social, como demuestra la silenciada evidencia empírica.

El truco de la S consiste en presentar como “social” lo que sólo es un interés crematístico malsano en la explotación del prójimo. Lo social interesa al lucro privado en la medida que desgrava y reduce la presión fiscal sobre sus beneficios. El truco de la S consiste en maximizar la socialización de los costes, haciéndolo con gracia y elegancia. Con gracia matemática y elegancia económica. “Ya que me engañan, al menos que lo hagan con clase”.

La gracia matemática del truco de la S consiste en conseguir que los clientes vendan duros a cuatro pesetas. La elegancia económica del truco de la S consiste en justificar el beneficio muto para las partes implicadas, sin hablar jamás de distribución, y mucho menos de redistribución.

Es sociópata no por ser indiferente a las necesidades de los más vulnerables, sino por su interés lucrativo en ellas. Para ello monopoliza los mercados de productos básicos: alimentación, salud, educación, vivienda y empleo. Y precisamente, la explotación del trabajo es la principal marca indeleble de su carácter sociópata.

Es una Anti-Sota de Copas que continuamente llamase al duelo arrojando su vino de trescientos dólares sobre la cara del oponente que se atrevió a criticar su oropel y distinguida soberbia.

La magia de la C

El discurso de la RSC nada tiene que ver con las corporaciones, sean éstas empresariales o no. El objeto, no ya desnudo sino descarnado, de su investigación es la defensa de los intereses de los propietarios individuales del capital. Se pretende ocultar esto hablando de implicar a todos los agentes en la empresa, obviando que si la propiedad de los recursos productivos fuera pública no habría necesidad de hablar de RSC, no al menos en los términos en que se hace.

El discurso de los “stakeholders” o “grupos de interés” es repelente, dañino a la mente y al sentido común. Un artilugio al servicio de la profundización de la lucha de clases. Aquí los accionistas. Allí los empleados. A este lado los proveedores. A este otro los clientes. Más allá los ecologistas. Un poco más lejos los sindicalistas. La estrategia es clara: Divide y vencerás. Fragmenta la conciencia de clase, bombardea la unidad intrínseca del ser humano y verás crecer exponencialmente tus beneficios.

Si el discurso de la RSC fuera coherente recomendaría como línea principal de actuación a cualquier empresa su transformación hacia una cooperativa. Transformación jurídica y económica, lo que implica la propiedad y gestión común de los socios de la cooperativa.

Es como un Anti-Caballo de Don Quijote que continuamente arrojase de sus lomos al bravo guerrero dispuesto a batallar con gigantes.

El truco de la C consiste en hacerla extensiva a todas las instituciones sociales, refiriéndose no sólo a las corporaciones o grandes empresas, sino abarcando también a las PYMES, a la universidad, a la sanidad, a las ONGs, etc. El truco consiste en promover y extender sibilinamente un proceso de empresarización de todas las instituciones sociales. Clientelizar todas las relaciones humanas, económicas o no.

Desvelando el truco final

En resumen, el timo de la estampita de los reyes, sotas y caballos, el discurso propagandístico de la RSC, es un insulto a la inteligencia, una ofensa a los excluidos del sistema, y un delito económico flagrante porque la proliferación de este argumentario revela su faz verdadera, su ISC.

El discurso universitario sobre la RSC es mayoritariamente nefasto. Revela las enormes carencias del modelo empresarial capitalista que se sustenta en la lucha de clases, la sacralización de la propiedad privada, el incumplimiento sistemático de la ley fiscal, la violación de los derechos humanos y la destrucción del medioambiente.

No puede hablarse con rigor de la RSC sin un estudio y exposición previa del pensamiento marxista.

La RSC es un juego de cartas marcadas. Es hora de romper la baraja y desafiar en duelo a los pistoleros del mercado, a los mercenarios del dinero, a los especuladores de la Bolsa…

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