CARTA EPISCOPAL. UNA ECONOMÍA AL SERVICIO DE LAS PERSONAS.

ANTE LA CRISIS CONVERSIÓN Y SOLIDARIDAD

Esta Carta quiere ser una llamada a renovar nuestra vida cristiana para celebrar gozosamente la Pascua de Resurrección del Señor. Una celebración que anualmente es precedida de la Cuaresma, como tiempo de preparación en el que percibimos una insistente llamada a la conversión.

1. La Iglesia rememora cada año el acontecimiento de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, fundamento de la auténtica liberación y salvación humana. Y se prepara para vivir en profundidad este acontecimiento a través de un “tiempo fuerte” de infancia espiritual, conversión y cambio, que es la Cuaresma.
En los últimos treinta años hemos venido publicando periódicamente una carta pastoral de Cuaresma y Pascua. En esta ocasión volvemos a hacerlo, para reflexionar sobre la aguda crisis que estamos padeciendo. Nos mueve a ello la gravedad del momento, el sufrimiento de muchas personas, especialmente las más desprotegidas, nuestra responsabilidad de colaborar al bien común y nuestro deseo de que esta crisis sirva para convertirnos individual y comunitariamente, y así ser auténtica sal de la tierra y luz del mundo.

Nuestra vida cristiana, inmersa y comprometida con la realidad de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, no puede menos que estar concernida por la actual situación. Crisis es la palabra que envuelve tantos y tan variados problemas característicos de la situación económica y social de estos últimos años. La Crisis se hace presente en nuestra vida cotidiana como una niebla baja y persistente que lo invade y envuelve prácticamente todo. Se hace presente en noticias y comentarios informativos, en las reflexiones editoriales y en las tertulias y debates, que llegan hasta nuestros hogares por radio, prensa o televisión.

La Crisis en sus diversas dimensiones y con todas sus consecuencias llena desde hace tiempo la preocupación y las agendas de los gobernantes, los partidos políticos, las organizaciones sindicales, empresariales y profesionales. La Crisis afecta de una manera u otra a la industria, al comercio, a los servicios y al sector público. La gente de a pie la siente como una amenaza que pende sobre la estabilidad de puestos de trabajo, así como en los recortes salariales, los expedientes de regulación de empleo o el paro. La vemos y padecemos en la regulación de las pensiones y el recorte o desaparición de ayudas sociales. Muchos empresarios, grandes y pequeños, la sufren en las restricciones crediticias y en la disminución, a veces muy grave, de su carga de trabajo. Todos percibimos sus consecuencias al solicitar créditos e hipotecas, al tratar de adquirir una vivienda, al buscar un primer empleo...

Los hechos son realmente graves e interpelantes. No podemos esconder la cabeza frente a lo que está ocurriendo, ni, mucho menos, mirar para otro lado frente al sufrimiento de tantas personas. Precisamente por estar llamados a anunciar la Buena Nueva, y ser sal y luz, debemos reflexionar sobre la situación presente, tratar de entenderla y enjuiciarla en sus justos términos, iniciar una profunda conversión para cambiar lo que sea necesario y, sobre todo, ejercitar la solidaridad con todas las personas que sufren las consecuencias de la crisis.

La crisis que padecemos no puede ser interpretada como si en los años anteriores no hubieran existido situaciones graves de pobreza y exclusión social entre nosotros. Estas situaciones son de hecho estructurales y no coyunturales, van desde la total exclusión social a la parcial, y manifiestan las carencias de fondo de nuestro modelo económico y social. Un dato muy preocupante es que, en la década anterior a la crisis, el deterioro en la calidad de los empleos hizo que el nivel de pobreza entre la población asalariada fuera el mayor de las últimas décadas. Este grave hecho pone en cuestión la arraigada imagen del empleo como garantía automática de mejora del bienestar y suscita cuestiones de hondo calado a las que nos referiremos más adelante.

2. No pretendemos realizar ningún análisis científico ni aportar soluciones técnicas o políticas. No es nuestra misión. Nuestro deseo es comprender los hechos de manera adecuada, leerlos a la luz de la fe, con especial hincapié en las dimensiones ética y cultural de la crisis, y sacar las debidas consecuencias de conversión y compromiso. Estamos convencidos de que así contribuiremos a descubrir la llamada del Espíritu, que nos habla y nos mueve a la conversión a través de los hechos de la historia, para testimoniar la Buena Noticia en la grave situación presente. Esta tarea irrenunciable y permanente de la comunidad cristiana cobra especial relieve en este tiempo de gracia de Cuaresma, preparándonos de ese modo para vivir de verdad la Pascua.

Con este fin, hemos dividido esta carta en cuatro apartados: el primero enuncia las claves que la inspiran; el segundo trata de comprender de manera somera la crisis, sus efectos y sus principales causas y raíces; el tercero busca leer y discernir las cuestiones puestas de manifiesto en el apartado segundo a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, proponiendo los cambios necesarios para que la vida económica esté realmente al servicio de toda la persona y de todas las personas; el cuarto apartado es una llamada a dar una respuesta apropiada a la crisis en sus distintas dimensiones y se dirige a todos, pero en primer lugar a nuestras propias iglesias diocesanas. Finalmente, se recogen los puntos más significativos de la carta.

Como lo hacemos siempre, dirigimos esta carta pastoral en primer lugar al conjunto de nuestras diócesis: a cada creyente, a cada parroquia, movimiento, comunidad, familia religiosa e institución, sin olvidar las propias estructuras de nuestras diócesis. Igualmente, por nuestra responsabilidad para con el bien común y nuestro deseo de colaborar al mismo, queremos ofrecer esta carta a todas las personas de buena voluntad y al conjunto de instituciones, tanto de iniciativa social como pública, que forman nuestro entramado social.

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