Fue al sur de Granada cuando empezamos a frecuentar lugares comunes y, aún sabiendo que el amor perjudica seriamente la salud, quedé enamorada del hombre tranquilo. Vivimos días de vino y rosas. Nos quisimos como los amantes del Círculo Polar, sabiendo como sabíamos que el amor es eterno mientras dura...
Pero ahora que he dejado de vivir mi vida sin mí, debo aprender a vivirla sin él. Por eso, en este momento en el que nos sentimos como extraños en un tren, me acompañan, a tiempo alterno, dioses y monstruos que me elevan a la gloria y me hacen descender a los infiernos en 27 horas. Amén.
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