EL JUEZ SUPREMO A JUICIOEn la facultad de Derecho nos enseñaban, con algo de sorna y mirada altanera, los extremos a los que llegaba la justicia estadounidense en su afán por compensar hipotéticas responsabilidades civiles: no se me olvida la abuelita que consiguió una indemnización de un famoso fabricante de microondas, pobrecita ella, por no haberle advertido en el libro de instrucciones que no podía utilizar este electrodoméstico para secar a su gatito del alma (se podrán ustedes imaginar las circunstancias tan patéticas en las que terminó sus días el pequeño felino).
Esta casuística un tanto esperpéntica está engordando de tal modo que hasta existe ya un sujeto, Randy Cassingham, que ha montado los «Stella Award», que premian los más sobresalientes: el ganador de 2006 demandó a Nike y a Michael Jordan por considerar que tener un parecido físico con el baloncestista –en la cara, porque en estatura no había comparación- le estaba perjudicando mucho en su vida privada.
El caso más reciente, firme candidato para ganar en la edición de este año, y que supera la trama absurda del El proceso de Kafka, ha surgido con la demanda que el senador –sí, sí, senador- Chambers ha puesto contra Dios –sí, sí, Dios- por todas las «nefastas catástrofes» naturales de los últimos tiempos. Y no vayan a creerse que se ha quedado en una broma: la Corte del distrito de Douglas, en Nebraska, la admitió a trámite el pasado 14 de septiembre.
El senador ha pensado en todo y ha citado a los representantes de distintas religiones por si el «Juez Supremo» no se digna a hacer acto de presencia. Puede que Dios envíe al mismísimo san Pedro; o quizás a santa Rita, que por algo es la «abogada de lo imposible»; eso sí, asesorado en todo momento por san Josemaría Escrivá de Balaguer, por si el senador pide indemnizaciones cuantiosas.
Chambers dice que el demandado no ha mostrado ninguna compasión o arrepentimiento. Tiene razón, no ha mostrado nada, ni siquiera su presencia. Chambers pide que se le requiera para que se abstenga, hasta que sea el juicio, de seguir causando daños. El problema es cómo se notifica esta medida cautelar, por correo certificado o mandando a la policía judicial.
Sea como sea, es normal que el pleito haya suscitado una «divina» expectación entre feligreses y ateos. Hasta el propio diablo se está pensando no enviar, como es preceptivo, a su abogado: se rumorea que será él mismo, con el rabo debajo de la toga, quien se persone en el juicio oral.
JAIME AGUILERA
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