LA NIÑA ÍNDIGO. MARTA FERNÁNDEZ


LA NIÑA ÍNDIGOLlegaron del espacio los llamados «niños índigo» procedentes del planeta Blanco. Allí sus habitantes no se comunicaban a través de la voz, sino que utilizaban todo su cuerpo para hablarse, un solo gesto o una simple mirada era suficiente. En el planeta Blanco reina la paz y la naturaleza domina sin hacer daño, el amor impregna el aire. Un día cualquiera conocí a una niña índigo…

El sol que alto se levantaba lanzaba rayos mortíferos de calor hacia el suelo, la tierra desprendía cortinas de humedad ondulada y trasparente haciendo que las pequeñas libélulas rojas no pudieran avanzar a través de aquel humectante aire. La tierra llena de arrugas de sed, aguantaba estoicamente, tierra seca y polvorosa, consumida.

El viento soplaba con muchas ganas, como queriendo levantar la alfombra de polvo y arena que allí descansaba, los elementos estaban en guerra. El viento dibujaba trazos blancos al azul cielo que nunca conseguía estar solo, las nubes hablaban de historias por toda la inmensidad de aquel cuaderno azul, en colores blancos y azules varios. Por la noche, el cielo se vuelve negro y una compañía de estrellas luz iluminan el suelo como si echaran de menos a la estrella Sol.

Pues allí la vi, sentada en una inmensa roca, desnuda y dejándose llevar por todo. La niña índigo desprendía paz, su lechosa piel se sonrojaba al ver al sol que la pretendía; mirada de azúcar y miel, melena larga como las sirenas de los más profundos océanos, su pelo danzaba a las órdenes del viento. Entonces, partículas de polvo que viajaban a través de las corrientes, se engancharon a su piel formando una fina capa de purpurina dorada, brillante al sol, era espectacular, una estrella había caído del cielo y ahí estaba en medio de la nada una niña índigo, estrella de brillantes y terciopelo descansaba plácida, desnuda al sol.

Se convirtió en roca, suelo y minerales, y en savia para espinosos matorrales. Fue viento de caricias templadas formando nubes de algodón, que acolchadas y esponjosas la recibían al descanso. Lo fue todo para no ser nada. Abandonó su piel y se dejó sentir, la estrella caída del cielo brillaba, irradiaba luz y se deshacía de amor, una mañana cualquiera.

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