Si existe un mito en la historia europea es el Berlín de los años 20. La capital alemana bullía de cabarets, tertulias y artistas. La derrota del ultraconservador Imperio alemán supuso la derrota de los valores que defendía y Berlín se había transformado en una especie de "nueva Babilonia". Transformistas y fetichistas presidían los espectáculos de los nightclubs mientras Anita Berber se desnudaba en sus performances.
El éxito de lo anglosajón, de lo americano era arrollador. Europa se rendía ante el jazz, el boxeo y la increíble Josephine Baker. En Berlín, América simbolizaba el opuesto a los valores que habían defendido Prusia y el Kaiser. En Un diario de Berlín Cristopher Isherwood nos cuenta los peligros de aquellas mujeres del cabaret que terminaban ocasionando la ruina y la melancolía.
No solo había mujeres fatales en esta babilónica urbe, además del teatro el cine experimentó una época dorada que duraría hasta la aparición de la andrógina Marlene Dietrich en El ángel azul. Pero...el final de tanta libertad estaba cerca. Las artes plásticas fueron acomodándose a los intereses de los nuevos ricos surgidos con la especulación de posguerra y los espectáculos donde se parodiaba a la clase dirigente fueron cerrados con la victoria de los nazis o tuvieron que "reciclarse". Con el cierre de la Bauhaus, la vanguardista escuela de diseño y arquitectura, Berlín se transformaba incluso en su urbanismo, convirtiéndose en una ciudad de enormes explanadas sin vida.
Si los años 20 fueron la libertad, la locura y la decadencia, los 30 fueron la vuelta al orden. No puedo dejar de apreciar lo parecido que era este Berlín de los locos 20, salido de un imperio conservador al Madrid de los 80, tras la transición. Pero entonces... ¿a qué se parece el Madrid actual?
Pero hoy prefiero quedarme con el recuerdo de la música de Kurt Weill en la obra de Bertol Brecht de 1928 y que luego recuperarían The Doors: Show me the way to the next whisky bar...
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