EL PELIGRO ATEO. JUAN BONILLA

LAICOS Y ATEOS
PUBLICADO EN DIARIO SUR.

Supón que un líder mundial cualquiera llega a España, y no más bajarse del avión dice: El catolicismo es la principal enfermedad de este país. La que se hubiera montado. Pues bien, llega el Papa a España, lo primero que dice es que estamos enfermos de ateísmo, y que el ateísmo consiste en negar la existencia de Dios para sentirse Dios uno mismo, y nada, en España mayormente se le aplaude la pedrada, a pesar de ser un claro atentado contra la lógica, pues ¿cómo quien no puede dar crédito a una entidad -Dios- va a hacerlo sólo por ocupar él mismo el sitio de la entidad a la que no le da crédito? Eso no es un ateo: eso es un tonto de remate.

Seamos serios. Tomémonos en serio la visita del Pontífice, más allá de los números gloriosos que asumen el espectáculo como un evento turístico, más allá de las delicuescentes cancioncillas de las juventudes alegres. Además de las lecciones de moral que ha pretendido darnos, ¿qué se ha obtenido de todo esto? Según su diagnóstico hay una especie de guerra terrible en España contra la religión: si eso fuera cierto, hubiera sido difícil que el propio Pontífice viniera a España sufragados sus gastos en buena medida por el Estado. Pero se entiende que uno tiene que exagerar para darse un poco de nota.

Lo que más enoja sin embargo es el uso indiscriminado de la palabra laico como un insulto casi: los laicos, son los otros, los antipapas. No dejéis que los laicos os atemoricen, dice el Papa, y se lo dice a una audiencia de laicos, porque laico es todo aquel que no pertenece a una orden religiosa, y allí había muchos más civiles que sacerdotes y monjas. Ahora se ha puesto de moda eso de llamar laico a todo lo que huela a ateo, como si no se pudiera ser laico y creyente.

Pero este es el nivel: el de trucar el significado de las palabras para que las palabras se hinchen y estallen. Con ateo pasa un poco igual: puede que haya ateos que se sientan enemigos fidedignos de cualquier manifestación religiosa, pero eso no significa que el ateísmo consista en perseguir cualquier manifestación religiosa, antes bien, significa no concederle a la religión papel alguno en la vida personal de quien se siente bien o a gusto o sin remedio en un mundo sin Dios, o considera que Dios no es más que un invento del hombre y no puede prestarle crédito alguno a una ficción antigua. ¿Dónde está el peligro en todo eso? ¿Por qué la vida de alguien así ha de ser monstruosa o incompleta? Oyendo al Papa, se diría que el gran enemigo hoy de la paz social y la concordia mundial es precisamente el ciudadano que pasa su vida sin necesidad de Dios, y no esos fanáticos religiosos que tirotean a niños en un parque, estrellan aviones contra torres, exterminan a toda una población bosnia con un crucifijo en el pecho o se ponen un cinturón de dinamita para acelerar su entrada en el Paraíso.

Y la verdad, por muchas ínfulas que tenga lo que dice el Papa -literalmente porque las ínfulas son los adornos de la mitra episcopal-, intelectualmente es de una pobreza que acongoja. Porque por lo que apuesta el agnóstico o el ateo es por la erradicación de las creencias religiosas en la vida pública: no la prohíbe ni impone nada, sólo exige que quede en la esfera privada de quienes alientan su vida con esas creencias, pero no afecten a quienes tienen la desgracia de no iluminarse con esa estructura de fe. Se es injusto con los ateos: para ser ateo hace falta un camino de preguntas, voluntad de hallar respuestas, hace falta la derrota de no encontrar ninguna que nos satisfaga, y al fin la satisfacción de que quizá no nos haga falta una entidad superior para explicarlo todo porque nada merece explicación. Para ser creyentes, en cambio, basta con seguir la tradición, creer lo que nos contaron nuestros padres y tenerle miedo, mucho miedo, a la nada que vendrá



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