CAPERUCITA Y EL LOBO
Hace ya tres días que empecé a hacer un inventario mental: Entre el viernes y el sábado me he bebido cuatro botellas de agua. Ahora me quedan tres plátanos, cinco tortas, (de un paquete de siete) cinco manzanas y media (porque una tiene un golpe y un agujerito y pienso que solo podré aprovechar la mitad) y un paquete de galletas.
Mi situación es un poco engorrosa; estoy cagado (perdónenme la expresión, pero es la que mejor refleja la realidad) porque además de encontrarme sin ánimo, no tengo otra opción que hacérmelo todo encima. Pero qué quieren que yo les diga. Es como si la vida me hubiese gastado una broma. Claro, una pesada y con mala leche.
Me lo tengo merecido; el detonante de esta situación fue que se me ocurrió enamorarme, y eso, para un chico como yo, es tan descabellado como tirarse de la cúspide del Empire State. Me dirán que tampoco es hora de dramatizar y que es mejor que siga contándoles: estoy postrado sobre una cama en un cuartito pequeño de una residencia de estudiantes. Todo esto podría ser un dato pueril si no estuviéramos en periodo de vacaciones y todo el edificio estuviera vacío. Solamente Silvia sabe que yo estoy aquí.
Me ha entrado de nuevo el hambre y de un golpe me he comido dos plátanos y medio paquete de galletas.
A Silvia la conocí en las clases de la universidad. Al principio compartimos alguna que otra juerga, también un sinfín de apuntes, y después cambiamos de lugar la mesa de estudio para directamente empollar juntos en la cama. Los viernes, para dejar claro que aquello era solo la ocupación de entre semana, me marchaba a mi pueblo. Y de verdad, la cosa funcionó durante algunos meses. Siempre, claro, yo me esforzaba en que ella encontrase los suficientes indicios para pensar que nuestra relación no estaba basada en ningún compromiso o bobadas por el estilo.
Bueno, me acuerdo que le decía siempre a mis amigos: “Chicos, claro que hay momentos difíciles en los que se te pone romántica y empieza a babear y preguntarte si la quieres. Pero, tíos, entonces funciona lo de dejarla un par de veces plantada y presentarle a alguna ex novia”. Lo tenía todo controlado, pero Silvia no solo me resultaba una mujer demasiado explosiva en la cama, sino que sus cambios de humor y sus ataques convulsivos de celos empezaron a complicarme la vida. “Todos los hombres sois iguales”, acostumbraba a gritarme cuando me dejaba sus uñas marcadas en la cara. Después se agravó aún más la situación cuando empezamos los dos con las pastillitas para poder rendir más en los exámenes. Entonces las compulsiones y los ataques de nervios se volvieron el amor de cada día.
Hay que joderse. ¿Es que nadie se acuerda de mí y se le ocurre la idea de buscarme? Es tarde. Apenas entra ya un hilito de claridad por el tragaluz. Desde hace unas horas siento una punzada en el tobillo izquierdo. Me parece que la mancha blanca que se ve dentro de la herida es pus. No puedo verla bien. Llevo así ya tres días postrado en la cama, apenas puedo moverme porque estoy sujeto por unos grilletes a los barrotes.
Aún me queda un poco de restos de tortas, medio plátano y cuatro galletas. Y solo tres litros de agua.
Cuando me puso los grilletes en las piernas y con unas esposas los enganchó en la cama, pensé que se iba a poner el disfraz de caperucita e iba a azotarme. Mientras yo me quitaba la camiseta y me ponía el antifaz que había encima de la mesita de noche, escuché el chasquido del látigo y cómo se cerraba la puerta.
—Caperucita, entra, soy la abuelita —aullé como un lobo hambriento.
—No abras los ojos, abuelita, te he traído comida y mucha agua —me decía entre susurros en los momentos que yo aprovechaba y le metía la mano bajo el vestido.
—Pero no eres mi abuelita, eres un lobo feroz —me decía al resistirse.
—No, soy tu príncipe.
—Eres un príncipe, entonces, dime que me quieres.
—No, soy un lobo y te voy a devorar, me voy a comer hasta el último de tus huesos —creo que le dije.
Y ella me contestó:
—En este cuento, si no hay príncipes, entonces va a ser el de la caperucita que secuestra al lobo.
Acaba de llegar Silvia. Me ha dicho que me ve muy delgado. Y yo le he contestado que se deje de bromitas y me quite los grilletes. Ahora ella quiere que juguemos al cuento de Hansel y Gretel.
1 comentario:
Enhorabuena por el cuento.
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