¿EN
QUÉ PIENSAN LOS POLICÍAS CUANDO NOS PEGAN?
Cuando tuve que empezar a correr delante de los
grises, algo que ya no me puedo permitir, esa es la verdad, ni aunque quisiera,
esa era la pregunta que me hacía: ¿en qué pensarán cuando nos pegan?
Siempre he comprendido que quienes llevan generación
tras generación gozando de todo tipo de privilegios los defiendan con ahínco y
recurran a mil estrategias con tal de evitar que se los quiten los de abajo,
aquellos a los que temen y desprecian.
Es comprensible que gasten dinero y tiempo en
establecer todo tipo de barreras y defensas y que no duden en cometer,
directamente o por encargo, cualquier tropelía si se ven en peligro.
También comprendo que haya personas nacidas de lo
más bajo pero que a cambio de un puñado más o menos suculento de prebendas se
conviertan en arqueros de quienes en realidad no tienen nada que ver con ellos,
de quienes seguramente los desprecian igualmente, e incluso quizá más, porque
saben que se venden y que han sido simplemente comprados. Entiendo
perfectamente que haya tanto periodista, abogado, economista, político, y tanta
persona de origen humilde erigida en portavoz de los intereses de los de
arriba. Es patético (basta ver cualquier días las televisiones), pero me
resulta humanamente comprensible: viven para tener y los de arriba son
generosos cuando se trata de fortalecer las barreras y de evitar los peligros,
sobre todo, porque al fin y al cabo le pagan con su propio dinero, ni siquiera
tienen que renunciar al suyo, ni a su poder, que en última instancia nunca van
a compartir, como tampoco los espacios más sagrados en donde los advenedizos
nunca van a entrar, por mucho que sea su servilismo y su docilidad.
Todo eso lo comprendo, pero supongo que reconocerán
ustedes conmigo que es mucho más difícil de comprender la conversión de
quienes, para colmo, siguen sin tener donde caerse muertos, los que no levantan
cabeza en toda su vida y saben que no van a levantarla ni ellos ni sus hijos,
ni los hijos de sus hijos, ni los hijos de los que vengan detrás.
Por eso me he preguntado siempre de dónde saca la
rabia un policía cuando, como el 14N en Tarragona, apalea a un menor, o cuando
corre desaforado contra quienes podrían ser sus hijos o contra los que, en todo
caso, tienen sus mismos problemas y reclaman los mismos derechos que ellos
quisieran disfrutar, en una manifestación que simplemente reclama justicia y
que se ejerzan derechos sociales reconocidos por las leyes. ¿De dónde saldrá la
indignación para apalear a los manifestante si ellos tienen los mismos sueldos
de miseria, si sus hijos corren igual peligro que el de quienes se manifiestan:
no poder ir a buenos colegios públicos, o que sus padres o ellos mismos pierdan
las pensiones o la atención sanitaria o los cuidados?
¿En qué piensan seres humanos exactamente igual que
nosotros, o incluso con más problemas y miserias económicas, con menos derechos
laborales posiblemente que la mayoría de la población, cuando muelen a palos a
quienes reclaman que la sociedad en la que ellos también viven, como sus
esposas, sus madres y padres, sus hijas e hijos, sea más justa y trate mejor a
las personas que son exactamente como son ellos, los policías, gente de origen
humilde, de rentas bajas, trabajadores como puedan serlo los demás, a los que,
sin embargo, se enfrentan a palos?
¿En qué pensarán los policías cuando nos apalean
para no darse cuenta de que los que corren delante de ellos en las calles
simplemente quieren una sociedad en donde las gentes más desfavorecidas, como
lo son sin duda la mayoría de los policías, vivan mejor y con más derechos y
bienestar? ¿En qué pensarán para no darse cuenta de que los porrazos que pegan
se los están dando también a ellos mismos, a sus familiares, a sus hijos, y que
con esas porras durísimas no solo están rompiendo la cabeza de unas cuantas
personas sino el futuro y la felicidad, ¡también!, de los seres a los que más
quieren, por los que seguramente serían capaces de dar su vida con la mayor
generosidad? ¿Y en qué estarán pensando esos policías que se infiltran, como
hemos visto en tantas imágenes, para provocar ellos mismos la violencia y los
altercados que justifiquen la carga contra jóvenes de su misma clase que están
a su alrededor sin ánimo alguno de ser violentos?
¿En qué pensarán los policías para no darse cuenta
de que los han colocado en el bando equivocado, que se están enfrentando en
realidad a quienes son como ellos, que lo que hacen es el trabajo sucio de
defender a porrazo limpio a los privilegiados que los obligan a malvivir y que
condenan al paro, al sufrimiento y al malestar innecesario a sus seres más
queridos?
Post Scriptum.
Después de haber escrito este texto, tuve noticia de
una muy numerosa manifestación de policías en Madrid para luchar por sus
derechos, recortados como los de tantos otros trabajadores. La contemplé con
especial simpatía, y solo espero que llegue un día en que ni un solo policía
levante su porra contra los que reclamamos justicia, democracia real y un
futuro digno para nuestros hijos y que, de la mano de una gran mayoría social,
ayuden también a conquistarlos.
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