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Desandando unos cuantos
millones de años de nuestra historia nos encontraríamos con un animalillo
saltando de rama en rama por las copas de los bosques africanos. Todo él estaba
adaptado a esta vida que podríamos llamar aérea pues constituía su hábitat
natural. Frutos, hojas i tallos tiernos e incluso insectos i gusanos formaban
parte de su alimentación. El ramaje daba soporte a sus actividades tanto si
jugaban como si buscaban alimento como si se abandonaban a los sueños profundos
de aquellos que no tienen conciencia. El espeso follaje los protegía del mal
tiempo y de las penetrantes miradas de los predadores que pasaban volando por
encima de sus peludas cabezas.
Ya fuera por necesidad, por
curiosidad o a causa de un desaventurado accidente aquellos animalillos
empezaron a tocar de pies en el suelo. Esto dio un vuelco a todo su mundo.
El nuevo hábitat exigió unas
transformaciones profundas a su biología. Sus extremidades tuvieron que
soportar el peso del cuerpo atrapado por la gravedad. Las plantas que crecían a
ras del suelo les escondían la presencia de posibles predadores hambrientos a
la búsqueda de comidas satisfactorias. Aquello con lo que ellos mismos podían
alimentarse era totalmente distinto a lo que encontraban antes unos cuantos
metros más arriba.
El cuerpo empezó a escapar de
la atracción gravitatoria y, con esfuerzo, fue consiguiendo mantenerse erecto
más y más tiempo, apoyándose en las patas que hasta el momento eran traseras.
Sus ojos fueron desplazándose a hacia la parte delantera del rostro lo que les
proporcionó una visión binocular con la cual podían aproximar mejor la medida
de las distancias y desde aquella pequeña atalaya detectar los peligros antes
de que no fuera demasiado tarde. La estructura ósea se adaptó a aquella nueva
forma de moverse, las caderas, la columna, la posición del cráneo, la forma de
los pies. De hecho, toda su osamenta sufrió un cambio radical. No fue cosa de
dos días. Mutación tras mutación la naturaleza iba probando nuevas formas.
Muchos errores provocaron tantos sacrificios…
Y también un nuevo descubrimiento: los restos
de animales muertos podían también servirles como alimento. A pesar de su
estado de putrefacción. Energía rápida que integrar en sus cuerpos y claro
otros cambios: los dientes, los intestinos…
Poco a poco, aquel animalito
parecido a un lémur que empezaba a andar por el suelo firme con los cuatro pies
en tierra y la cola empinada fue acercando su parecido a los chimpancés que
conocemos hoy día.
El aporte suplementario de energía
conseguido con el cambio de alimentación fue causa del crecimiento físico y
fisiológico de un órgano bien importante: el cerebro. Sus habilidades ganaron
en calidad y diversidad.
Como seres gregarios que eran,
desplazamientos y otras actividades se llevaban a cabo siempre en grupo. Y la
vida en grupo comporta toda una serie de factores que contribuyen a su
cohesión. Uno de ellos es la distribución de los diversos roles que cada uno
juega en el seno del clan. El otro, posiblemente más importante en el de la
comunicación que mantienen entre todos y cada uno de los miembros de la
pandilla.
Este aspecto también fue evolucionando y los
ronquidos, rugidos, gemidos, gritos, bufidos y silbidos dieron paso a un
lenguaje articulado que se complicaba cada vez más. Aprendieron que podían dar
nombres a las cosas y que estos nombres debían de ser los mismos para todos los
miembros del mismo grupo. El lenguaje debía ser compartido para poder ser
comprendido.
Sus extremidades superiores
acababan en unas manos que les permitían una movilidad mucho más precisa que la
de los otros animales. Podían coger cosas y transportarlas, y también manipular
los objetos.
Descubrieron que golpeando
entre sí algunas piedras, al romperse, tenían cantos vivos que podían ser
utilizados para diversos fines: cacería, despedazado, raspado de pieles.
Probaron diferentes clases de piedras i supieron como pulirlas y construir
herramientas cada vez más sofisticadas.
Cada pequeño avance era
inmediatamente mostrado a sus compañeros de tribu. Las labores que se proponían
resultaban alcanzadas más fácilmente y con mayor rapidez así que no si cada uno
iba por su cuenta y riesgo.
Golpeando piedras y bastones
descubrieron además algo la mar de agradable: el ritmo, la música que se podía
mezclar con los sonidos que surgían de lo más profundo de su cuerpo. Con
tierras de colores pintaban las paredes de las cuevas. Así, con palabras,
imágenes y los sonidos que creaban con palos, piedras, cañas huesos…explicaban
aquello que constituía su cotidianeidad: las cacerías, las danzas, la
maternidad… Cuantos alrededor del fuego. Otro de los descubrimientos
importantes que, convocándoles a su alrededor, les ayudó a construir aquel
sentido de pertenencia que ahora es tan propiamente definitorio de los humanos.
Cuando los grandes hielos
empezaron a fundirse y a retirarse hacia el Norte dejaron mucha tierra
destapada que con el tiempo se fue recubriendo de plantas de les más diversas
especies. Allí se reencontraron humanos ya bastante evolucionados y nuevas
especies de animales. El cerebro de los primeros había evolucionado suficiente
y estaban ahora equipados con unas capacidades que no poseían unos miles de
años antes. Con su capacidad de observación se atrevió a imitar los ciclos
naturales, plantar semillas y recoger los frutos de manera que ya no tuvo que
ir de un lado a otro buscando aquello con lo que se pudiera alimentar. Los
descubrimientos se sucedían y la evolución que experimentaban aquellos seres se
aceleraba como consecuencia de la adaptación al nuevo entorno que ellos mismos
iban creando. Las tareas se complicaban y multiplicaban. No había tiempo para
todo y se tuvieron que distribuir: se especializó cada cual en alguna
diferente. Y a esto lo llamaron “trabajo”.
Así, haciendo uso de aquellos
descubrimientos, accidentales unos pero cada vez más a menudo imaginados y construidos
con sus propias manos, fueron creciendo en número y se dividieron en diversos
grupos, conquistar otros espacios y diseminarse por toda la tierra.
Luego uno de ellos descubrió
algo que dio al traste con todo: podía manipular a sus compañeros para
conseguir que le hicieran sus tareas, para que llevaran a cabo su “trabajo”
mientras él se quedaba contemplándolo. Dejó de compartir el fruto de su
actividad para aprovecharse del fruto de la actividad de los demás. Había
nacido el empresario.
El hecho de compartir aquello
que hacemos es el comportamiento más básico y fundamental gracias al cual el
ser humano a llegado hasta el grado de seguridad y de bienestar físico y mental
del que podemos disfrutar hoy día. Contrariamente, la manipulación y la
explotación de unos por otros, la acumulación de bienes y riquezas, comporta la
desgracia y miseria para muchos que no tienen acceso a las oportunidades.
Hambre, sed, enfermedades, guerras son las consecuencias que siempre tienen que
ser sufridas por los más débiles.
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