Me pregunto dónde está el sentido de la
profesionalidad y la solidaridad en un colectivo que dice defender la enseñanza
pública, al tiempo que olvida que, en esa defensa, es vital que empecemos por
defendernos a nosotros mismos.
No habrá una enseñanza pública de
calidad mientras los profesores sigamos jugando a ese juego que otros inventaron,
sin que nadie pactase las reglas con nosotros: el juego de convertirnos en
animadores y guarderos de adolescentes, el de confundir la profesionalidad con
el voluntarismo. No habrá una enseñanza pública de calidad mientras los
profesores no volvamos a recobrar la imagen exacta de lo que somos: expertos en
Filosofía, en Matemáticas, en Historia, en Inglés, en Literatura, en Biología…
No habrá una enseñanza pública de calidad mientras los profesores no recordemos
aquello que antes estaba claro para todo el mundo: “para enseñar, hay que saber
de aquello que se enseña”, y no nos extirpemos el complejo pseudoprogresista
que los pedagogos ignorantes nos inocularon como veneno… Y, por supuesto, no
habrá una enseñanza pública de calidad mientras los docentes (es decir, los
verdaderos artífices de la enseñanza) no dejemos de comportarnos como peleles.
Mar Moreno se tiene que estar partiendo de risa: “Miradlos, les recortamos el
sueldo y se llevan a los niños a Isla Mágica, discuten entre ellos y se acusan unos
a otros de reaccionarios o de votantes de este o del otro, y organizan
insufribles actos de graduación para que los alumnos y sus familias se vean a
sí mismos como los personajes de una película norteamericana”.
Ante el sueldo recortado, con el prestigio
absolutamente perdido, con la conciencia sobre nuestro oficio completamente
confundida por décadas de pedagogía y voluntarismo mal entendidos… ante todo
eso, muchos compañeros cierran el pico. Pero no dejan de dedicar sorprendentes
energías en ponerse camisetas verdes, decir que están defendiendo la enseñanza
pública... Y no es que me parezca bien o mal que hagan eso, no es que lo vea
útil o inútil, necesario o innecesario. Lo que me parece mal es que eso es todo
lo que hacen pero no dicen ni una palabra en lo que se refiere a defendernos a
nosotros mismos. Cuelgan tijeritas en las fachadas de los centros, adoptan
poses que quizás les hagan sentir jóvenes, por cuanto se parecen a sus
juveniles tiempos de rebeldes universitarios, pero siguen alimentando el
voluntarismo y el complejo, disfrazándolo de progresía, y acusándonos a los
demás de reaccionarios.
Pero no solo ellos, todos acabamos
impulsando la misma rueda. Atendemos a padres que se presentan en el instituto
a la hora que les viene en gana sin pedir cita previa, trabajamos gratis cuando
nos dicen que hay que aplicar o corregir pruebas de diagnóstico, seguimos
haciendo de administrativos, de conserjes, de guardias jurados, de
bibliotecarios, de aficionados a la psicología, seguimos organizando ligas de
fútbol para los alumnos en nuestro tiempo libre, seguimos…
¿De verdad hay alguien que crea posible
defender la enseñanza pública cuando los profesores –repito, los artífices
verdaderos de la misma- nos dejamos avasallar de esta forma? ¿De verdad alguien
cree posible una enseñanza pública de calidad en la que los profesores acatamos
el papel de peleles e incluso nos hacemos cómplices del mismo? Peleles, sí,
peleles de la Administración, las familias, los adolescentes indisciplinados,
etc. ¿Qué clase de calidad puede haber en un sistema cuyos profesionales lo
mismo valemos para un roto que para un descosido, pero no podemos hacer nuestro
verdadero trabajo, y hemos perdido por completo la visión de lo que somos?
Transmisores de conocimientos, por si alguien lo olvidó.
Mad Max, en este foro, dijo muchas veces
cosas muy ciertas: somos profesionales, y un profesional cobra por su trabajo,
y cobra lo mejor que puede. Y, por supuesto, se niega a echar energías en
tareas que le distraen de los verdaderos objetivos de su oficio. Si alguien
cuestiona el precio de su labor, entonces ese profesional, cuanto menos, se
indigna. Y también se indigna si alguien le confunde las funciones. Por eso los
médicos no hacen de celadores. Por eso los abogados no hacen de telefonistas. Y
eso es extensivo a cualquier terreno: yo he llegado a pelearme con el chico que
tenía que instalarme un lavavajillas porque para ello debía tocar un desagüe y
decía que eso era labor de un fontanero, y él no era fontanero. Así se vive en
nuestra sociedad: todo el mundo se defiende, incluso más allá de lo razonable.
Pero nosotros no. Nosotros no nos defendemos,nosotros nos hacemos cómplices de
cosas que nos perjudican: somos cualquier cosa, incluso seríamos celadores y
fontaneros si nos lo dijesen, y encima decimos (o escuchamos decir a algunos
compañeros, sin atrevernos a rechistarles) que lo malo no es que nos recorten
el sueldo, que lo malo no es lo que nos pasa a nosotros, sino lo que le pasa al
sistema, sin comprender que el sistema no va a arreglarse, si no empieza por
respetarnos. Somos unos acomplejados, y no nos atrevemos a expresar nuestra
indignación cuando vemos que el recorte de nuestro sueldo es el que paga las
medidas populistas de los portátiles de los niños, las pizarras digitales, y
los libros de texto a todos, incluso a los hijos de los notarios. Y para
sacudir nuestros complejos, nos llenamos la boca en lúdicos actos de protesta
que algunos dicen que sirven para algo y otros que no. Yo creo que, mientras no
vayan encaminados a defendernos a nosotros mismos, para lo que sirven es para
hacerle el juego a los políticos pseudoprogresistas que han traído la enseñanza
pública a este desastre. Sí, Mar Moreno y los suyos se tienen que estar
tronchando de risa…
Desengañémonos: vivimos en una sociedad
donde todo tiene un precio, y todo se valora en función de ese precio. Nosotros
hemos acatado que tenemos que hacer las cosas por altruismo, y no por
profesionalidad. Hemos acatado que tenemos que entretener a los niños, y
ejercer de madres o padres de ellos mientras están en el instituto (y a veces
incluso fuera de él). Hemos acatado que tenemos que dejarnos insultar o
permitir que se desprecie lo que enseñamos, que, en el aula, es como
despreciarnos a nosotros. Nos dijeron que teníamos que tener vocación. ¿Y qué
es tener vocación? Para este trabajo hay que valer, claro, como para todos.
Pero ¿quién va a pensar en cuánto hay que valer -mucho- para dar clase, si
carecemos del requisito básico de la profesionalidad? Si no hay
profesionalidad, la reacción en cadena hacia el derrumbe es inevitable.
Obsérvese:
No es posible la profesionalidad si
tenemos perdida la visión de lo que es nuestro oficio. Si no hay
profesionalidad, no podremos defender nuestros derechos. Si no defendemos
nuestros derechos, nos convertiremos en peleles. Y si los profesores somos
peleles, la enseñanza pública no tendrá salvación. Quizás ya no la tenga.
Quizás ya sea demasiado tarde para todo, incluso para escribir estas líneas,
que solo me sirven de desahogo. Sí, escribo desde el corazón, o quizás más
desde el desaliento. Más aún que la manipulación de los políticos, más aún que
su cara dura, me desalienta la actitud de los que llenan el instituto de
tijeritas verdes y luego se llevan a los niños a Isla Mágica. En momentos como
los que ahora mismo estamos viviendo, ninguna actitud me parece más insolidaria
que esa. Ninguna actitud me parece más peligrosa que esa, ni más reaccionaria,
ni más ciega.
1 comentario:
Lo mismo de siempre entre el colectivo de la docencia mucha desunión y solo criticar, podría aportar alguna solución o medida.
No creo que la medida sea no llevar a los alumnas a Isla Mágica. En isla mágica también se puede educar, no solo dentro del aula.
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