EL
HIMNO DE ESPAÑA
Escribo con cierta amargura este
artículo. Y esa amargura me delata al ser de los que piensan y sienten, formar
parte de un país, España, donde a todos nos unen siglos de historia en común
desde el respeto a las raíces culturales de cada rincón de nuestra geografía.
Con desencuentros que todos los pueblos del mundo han podido vivir de una u
otra manera, pero que finalmente el proyecto de todos, fue superando
abiertamente a la divergencia. Hasta nuestros días.
Algunos se empeñan en lo contrario, y
suelen hacer mucho ruido. Eso parece ocurrir en nuestros días, da la impresión
que quienes chillan más, aunque sean unos pocos, son más escuchados, y deberían
saber que quienes chillan, molestan. Los nacionalistas vascos y catalanes, utilizan
cualquier medio para hacerse notar, y el deporte no iba a ser menos. La sonora
pitada, unos cuantos segundos ensordecedores, que le dedicaron en la final de
Copa del Rey a nuestro himno las aficiones del Barça y del Atlethic, fue una
demostración de intransigencia. Piden respeto para sus símbolos cuando
desprecian al resto, y luego se quejan. No los entiendo.
Es hipócrita y curioso todo esto, por la
mañana el Presidente de la Generalitat pedía ayuda económica al Gobierno
español para aliviar la complicadísima situación financiera que padecen, fruto
de malas gestiones pasadas, y por la tarde se va al estadio a alentar la bronca
contra el mismo Estado español que tiene que acudir en su rescate. Sin pudor.
No lo entiendo, como si los demás fuéramos tontos.
Guardiola comentaba en la rueda de
prensa anterior a la final, que las divergencias políticas debían expresarse en
los Parlamentos, que para eso están. No puedo estar más de acuerdo, una vez más
con un entrenador que echaremos de menos en nuestra competición. Su equilibrio
tan necesario en este mundo tan complicado de la alta competición, donde el
histrionismo irrumpe con más asiduidad de la deseada, será echado en falta. Una
final del deporte que sea, debe ser una fiesta. Una fiesta de aficiones, un momento
mágico, y no una fea demostración reivindicativa.
Uno ha tenido la suerte de criarse en un
hogar donde el amor era el centro de la vida. Por eso, no habrá días
suficientes en esta existencia para agradecérselo a mis padres. Nunca nos
enseñaron a odiar, o a vivir en el rencor o contra nadie. A nuestros padres les
dejaron una posguerra, una situación terrible que solventaron como buenamente
pudieron, y hubo quienes en sus casas sembraron la semilla del odio y del
rencor, y otros la expulsaron de su vida para los restos. Cuando contemplo el
lamentable espectáculo de la final, me entristece saber que hay localizados un
montón de lugares y hogares donde el rencor venció. Ese rencor que se traduce
en victimismo, y que ambos nacionalismos han sabido explotar y manipular
interesadamente para sus beneficios, como si el resto de España no hubiera
sufrido tanto o más que ellos. De sufrimiento en el sur sabemos bastante, y no
se nos ocurre descargar esas frustraciones contra nadie.
Xavi y Pujol, dos deportistas ejemplares
que ya están en los libros de la historia deportiva española y mundial,
tuvieron la oportunidad de unir las tres banderas que nos unen, la ikurriña, la
senyera y la española, que es la común a todos, precisamente la misma que van a
representar a la vuelta de la esquina en la Eurocopa. Lástima de momento
perdido, se les olvidó la española. Un desliz. Hubieran dado una lección de
unidad, ¿o no la quieren?, ¿por qué?, ¿por miedo a que les digan algo?, ¿por
vergüenza?, ¿por algún tipo de sentimiento castrado? A veces me pregunto estos
“por qués”, y me cuesta encontrar respuestas.
El himno abucheado, una conquista
gloriosa de unos miles que todavía no han superado las oscuridades de la
historia. En el sur preferimos la luz.
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