EL ROBIN HOOD DE LA TELEVISIÓN
Los guardias jurados del Palau de la Música, que fueron incapaces de evitar que Fèlix Millet se llevase el dinero, han salido raudos a la calle para intentar impedir que Jordi Évole, que fue premiado con el Ondas y mañana recibe el Ciutat de Barcelona, el Robin Hood de la tele, entreviste a uno de sus personajes a las puertas de tan venerable edificio. Pobre gente. Se ha organizado un tumulto tal que no han tenido más remedio que meterse dentro y dejar que el equipo de Salvados haga su trabajo como quiera y donde quiera.
La razón es que no había razón, es decir, no había motivo para prohibir grabar en la vía pública. Lo que en realidad ha ocurrido es que por poco se monta un motín en plena calle. «No afluixis!», le grita un perroflauta a Évole, al que, de vez en cuando, siguen llamando«¡Follonero!». «Quinspebrots tens, nen, segueix així», le comenta una señora, con abrigo de pieles, que acaba de salir del Palau. «¡No cambies, Évole!», vocifera un jubilado, orgulloso de acariciarle la chepa. «Con dos cojones, tío, el tema de los banqueros de puta madre», le dice Lola, una estudiante de teleco.
No hay guardia que pare esto. Évole (Cornellà de Llobregat, 1974) ha salido a la calle hoy con Marc González, su cámara preferido. «El mejor cámara de la zona euro, aunque ya empieza a ser una zona jodida». Con David Cabrera, uno de sus realizadores. «El otro es Jordi Call, ponlo, ponlo, que lo único que vale de Salvados es el equipo». La jirafa y la pesada grabadora es cosa de David Mata, «un sonorista fantástico». Y, controlando el tráfico, es decir, parando coches y motos con enorme educación para que no interrumpan la grabación, está Marta Mas, cargada con las mochilas de todos, los móviles de todos, las cintas de todos. «Marta, como Leire Lariscoitia, son las madres, nuestro OpenCor, capaces de conseguir a cualquier hora todo aquello que necesitas, por ejemplo, comer un bocadillo a la tres de la mañana», explica Évole, que añade: «Mi mayor problema se produce cuando llega el fin de semana. Me siento un inútil sin ellas, no sé ni buscar un restaurante».
El Follonero refinado
La grabación se interrumpe continuamente. Ocurrió lo mismo la víspera ante la Jefatura Superior de Policía. Ocurrirá lo mismo al día siguiente en la Ciutat de la Justícia. Todos los transeúntes quieren decirle algo. Muchos se fotografían con él, pero lo que más quieren es decirle que le apoyan, que es uno de los suyos. «El Follonero, al que voy arrinconando poco a poco pero al que nunca acabaré de agradecer lo que hizo por mi, surge del público. Sin él no hubiese llegado hasta aquí». Évole es un refinamiento del Follonero. «Una cosa tengo clara: cuando el telespectador no me vea como uno de los suyos, cuando no me sienta cercano, me destrozará». Évole está convencido de que «cuanto más te ven, cuanto más te quieren, más libre eres. Más presión, pero más libertad para trabajar».
Marta es la más joven del grupo. «Estar a su lado es como estar en el lado bueno de la vida. Cada día es como un curso en la universidad. Tiene una capacidad de improvisación tremenda, aunque aquí todo está milimetrado. Hasta que llega él, claro». Évole dice que Salvados es el equipo.
En eso, es idéntico a Pep Guardiola, el líder que consigue que todas las inteligencias y jóvenes trabajen con y para el equipo. «Jordi dice que todo es el equipo porque cree ciegamente en el equipo», explica Ramón Lara, su amigo de toda la vida, abogado («siempre va bien tener un abogado muy cerca», se carcajea Évole). «Lo que Jordi nunca te contará», añade Ramón a solas, «es que él, como nosotros, vive del afecto, de la complicidad. Este es un trabajo muy chungo, donde Jordi tiene que tomar decisiones continuamente. No es fácil criticar a los bancos, meterse con la justicia, hablar de la Corona, de Urdangarín, de la Iglesia... Podemos, nos atrevemos y nos respalda la audiencia. Eso nos hace fuertes pero, cuando te metes en esos fregados, lo has de tener muy claro y, sobre todo, has de sentirte arropado por los tuyos».
Preparar las fechorías
Todos en el equipo piensan que son sustituibles. Todos piensan que el único imprescindible es Évole. Cuando entras en el edificio de Mediapark y merodeas por las entrañas del programa, tienes la sensación de estar en los bosques de Sherwood. Cuando no está Robin Hood, esas gentes preparan con mimo las fechorías, los asaltos a los entrevistados para que, al final, caigan en la red de ese salteador de respuestas. Ya ni les cuento la que se organiza cuando llega Évole. Chicos y chicas descienden a la tierra, bajan de los árboles, celebran su presencia y empiezan a mostrarle imágenes, cortes, música, diseños, títulos, folios con preguntas, confirmaciones de que tal o cual personaje les ha dado el OK para grabarle. Y Robin Évole lo archiva todo en su disco duro. Y cuando lo arrinconas, lanza balones fuera. Igualito que Guardiola.
«Todo es mérito de ellos. No puedo fallarles. Antes que a nuestra audiencia, me debo a mi gente, que se desvive para que el programa salga redondo», indica el reportero de La Sexta, ahora en manos de Antena 3. Este es un programa «muy currado, y espero que la gente sea consciente». Un dato: para 47 minutos de reportaje, graban una media de 30 horas. A cada minuto de tele le corresponde casi una hora de grabación. Hay mucho curro, sí. «Yo no hago otra cosa que lo que he visto en mi casa, donde mis padres curraban todo el día, toda la vida. Mi padre era representante de muebles y periodista vocacional; mi madre, charcutera y ama de casa».
El policía de Jefatura deja la puerta que vigila y le pide a Évole que se retire un poco, que va a llegar un coche oficial. Évole le guiña el ojo y el oficial hace lo mismo. «Es evidente», cuenta David Cabrera, «que Jordi es muy inteligente y sagaz, pero esto sale bien y le gusta a la gente porque nos pasamos el día picando piedra». La sensación de que Évole no para hasta lograr lo que quiere, sin que le importen las horas que deba emplear en acorralar al personaje, es algo que flota en los bosques de Sherwood.
«Si quiere es zalamero, si quiere es un cabrón, si quiere parece blando. Te busca y, si es necesario, te agota, con el fin de conseguir la respuesta que busca», narran Enric Bach, Juanlu de Paolis y David Picó, guionistas del programa. «Todos nos matamos por una respuesta y, en el fondo, muchos de los personajes quieren decir eso, necesitan decirlo. Es cuestión de tiempo, de llevarlos adonde ellos quieren llegar. El periodismo es pura pasión. Y punto», explica Évole.
La llamada de Cayetano
Pasión, para Évole, significa respuestas. «Hay que ir a saco a por la respuesta que buscas. Y cuando el personaje la dice se para el tiempo y todo el equipo se mira porque sabe que eso es lo que queríamos». Y, encima, todo el mundo está feliz. Por ejemplo, Cayetano de Alba llamó a Évole tras su follón y le reconoció que no tenía nada que criticarle. Había dicho lo que había dicho. «Nunca se sintió manipulado, porque no lo fue», dice Lara.
Matías Vallés, uno de los pilares del periodismo mallorquín, premio Ortega y Gasset por su trabajo sobre las escalas de los aviones de la CIA en el aeropuerto palmesano de Son Sant Joan y que intervino en uno de los últimos Salvados, asegura: «He visto devoción por Évole. Sus nuevos fanáticos ya le conocen por Évole, aunque algunos transeúntes le vitorean aún como Follonero». «La mayor virtud de ese comando de guerrilla que es Salvados -defiende Vallés- es que todos nosotros hacemos las preguntas que hacen o harían otros periodistas; Jordi hace las preguntas que haría el público, y eso es bestial, una enorme cualidad».
Cuando Évole recibió el premio Ondas, dio las gracias a sus dos padres. Al suyo, a Gonzalo Évole, y a Andreu Buenafuente. «Lo que ocurre con Jordi es de justicia universal, por no decir divina», explica Buenafuente, recién traspasado a Antena 3. El gran showman cuenta que la prueba de que apostar por el talento siempre tiene premio es Évole, de quien elogia la capacidad de aprendizaje. «Su virtud fue no saber nada y querer aprenderlo todo. Y pasar por todos los curros del oficio, eso se nota. Va por otra autopista, alejado de esas estrellas sin carrera, que las hay». Buenafuente sentencia que el mensaje que arroja el éxito de su amigo y alumno aventajado es esperanzador: «Si te lo propones, si curras, lo conseguirás. Llegarás hasta donde te lleve tu talento».
Y cómo está papá Évole con su chico. Porque la culpa de todo la tiene Gonzalo, que vendía muebles pero se moría por una respuesta, por un reportaje, por publicar. Y publicó nada menos que en la chispeante revista Destino. Metió tanto el dedo en la llaga que en 1970, siendo ministro Manuel Fraga Iribarne, le abrieron un expediente administrativo por denunciar que, en Sant Vicenç del Horts (Baix Llobregat) se estaba creando un gueto de barraquismo. En casa de Évole se hacía el silencio cuando daban las noticias. Y Jordi mamó eso. Y se impregnó de ese periodismo de denuncia, real, de historias humanas. El punto de partida de la saga arranca en Cáceres, donde el abuelo Évole, republicano, ya le daba a la Olivetti.
«Claro que estoy orgulloso de Jordi, como lo estoy de Lourdes, su hermana mayor, profesora de educación especial, con un corazón y una valentía admirables. Si Jordi se hubiese dedicado al periodismo rosa, me hubiera llevado la decepción de mi vida», explica Gonzalo, que aún recuerda el día en que Jordi le llamó azorado diciéndole, con enorme alegría, que a las 12 de la mañana conectase Radio Barcelona pues iba a salir, por vez primera, en directo desde el Miniestadi en una conexión «nacio-nal» de un Barça B-Castellón. Y Gonzalo puso la radio, y el coordinador del programa dijo: «...conectamos con el Miniestadi donde está Jordi... Esteban». «Joder», recuerda Jordi, «toda la ilusión por los suelos. Y dijeron Esteban en lugar de Évole, qué desastre». Papá aún se ríe.
La mujer, el hijo
Évole no ha dormido. Diego, su hijo de 5 años, se ha pasado la noche vomitando. Ester Delgado, su esposa, fotógrafa de profesión, resta importancia al problema. «Gripe intestinal, se le irá en unos días». Jordi muestra su perplejidad por la capacidad de los niños de dejarte una noche sin dormir, ellos pasarlo fatal y, en cuanto se les pasa, tú sigues hecho una porquería y ellos amanecen como unas castañuelas. Ese día a día maravilloso de casa es, cuenta, vital para el trabajo. «Es imposible hacer bien tu trabajo si no eres feliz en casa». Y eso que a él se le ve feliz en cualquier circunstancia. «Es vital pasártelo bien en tu curro y ver que tu equipo disfruta».
«Como jefe es un agonías, escríbelo, por favor, quiero que lo lea», cuenta Marc, el cámara de la zona euro. «Muy exigente, muy duro, muy perfeccionista, pero luego es muy agradecido y, llegado el momento, se parte la cara por ti, que es lo que uno espera de su jefe ¿no?».«Pide, pide, pide y nunca puedes decirle que no», apostilla Marta Foros, jefa de producción. «Es imposible que un programa triunfe si no tiene detrás horas y horas de trabajo», explica Teo Pérez, coordinador de postproducción, la gente que, según Évole, le pone el lazo al programa. Y ponerle el lazo es seleccionar los mejores 47 minutos de esas 30 horas de grabación.
Cuidar los detalles
Teo, que no abandona la mirada de la pantalla, suelta: «Aquí viene un tío cada viernes para repasar los reportajes, que todos tengan el mismo tono de luz, de color, pues está hecho a pedazos de grabaciones a distintas horas y en distintos sitios». Le llaman, dicen, el etalonador. Cuando le dices que ellos se atormentan por detalles inapreciables para el telespectador («aquí tiene los ojos cerrados... no mira a la cámara... coño, aquel coche que cruza... qué hace aquella grúa allí... esta música no pega...»), apostilla: «Cierto. Puede que el telespectador no aprecie esas cosas, pero aquí trabajamos pensando en que el día que no le metamos esas horas, el telespectador notará que el programa guarrea, descubrirá la grúa o lo inadecuado de esa música. Y moriremos. El programa funciona por Évole, por el equipo, pero, sobre todo, porque sale redondo».
En la Ciutat de la Justícia, donde Évole ha ido a entrevistar al juez del caso Millet, aparece un tío robusto que lo reconoce y se lanza sobre él. «¡Jordi, coño, que soy el de la cafetería de Sant Carles de la Ràpita, el que cada domingo te pasaba el resultado y la crónica de la Rapitenca!, ¡venga ese abrazo!». Évole se abraza, se deja fotografiar con el móvil y se queda mirando las columnas del palacio.
Tras el impacto, Évole explica a los suyos que cuando era muy joven trabajó en una pequeña agencia (MJ Sport) que hacía crónicas de los partidos de la regional catalana. «Yo llamaba a tipos como éste, encantadores. Presidentes, directivos, técnicos, masajistas, utilleros, el tío de la cafetería del campo... Llamabas tras un Rapitenca-La Pobla de Mafumet, pedías el resultado y te decía: `1-3¿. Y cuando le pedías algo más, añadía de mala leche: 'Una merda, noi, una merda'. Y te colgaba. Y de eso tú tenías que hacer ¡40 líneas!».
La evolución del personaje
Ese debe de ser el aprendizaje al que se refería el maestro Buenafuente. «Yo recojo mucho cariño, que es al fin y al cabo lo que buscamos en la vida, lo que nos alimenta. Yo diría que nuestro programa es la contracrónica en la televisión. Nosotros no sacamos exclusivas, aunque alguna pillamos. Divulgamos los temas de otra manera, con los mismos protagonistas pero distintas preguntas y respuestas». Redondo. Con un buen lacito. Es Évole, no el Follonero. La evolución del personaje es vital. «Yo, como el público, lo único que le pediría es que no cambiase. Y, sobre todo, que no lo cambien», dice David López, jefe de actualidad de Vanity Fair, que interviene en el Salvados de esta noche sobre el caso Urdangarín. López aún recuerda una declaración que le hizo, no hace mucho, José Miguel Contreras, consejero delegado de La Sexta: «Olvídese, cualquiera que sale en la tele, a la larga, se vuelve gilipollas».
Una mañana con Évole frente al Palau de la Música, en los patios de la Ciutat de la Justícia o una tarde en la acera de la Jefatura de Via Laietana bastan para darte cuenta de que si Jordi Évole no se ha vuelto gilipollas ya, no se volverá nunca. Dudo que se crea el nuevo Robin Hood, pero la gente lo considera Robin Hood. «Cada día llegan decenas de correos de gente que nos cuenta sus historias y nos pide que las expliquemos en Salvados porque están convencidos de que será la única manera de que el mundo se arregle», narra Lara. «Todo este cariño me mantiene vivo, pero me da un miedo que no veas. Contamos historias, no somos los arregladores del mundo. No creo que sea bueno que la gente nos vea así», dice Évole.
Y, hablando de gente, baja un vecino de la plaza de Lluís Millet, frente al Palau de la Música. Baja para invitarle a un café en su piso. «Quiero enseñarle una cosa». Y Évole sube. Podría haberle enviado a paseo. Pero no, se va con él a su piso. Jordi piensa lo que Luis Aragonés: «No sé qué me ocurre, pero cuanto más trabajo, más suerte tengo». En cuanto puede, recuerda la frase que Paco Flores les decía a sus jugadores cuando entrenaba al Espanyol B: «Aquí, chicos, todos somos japonesitos, es decir, que nos pasamos el día currando, ¿vale?». Lo que quería el vecino es que Évole enseñase en su reportaje del asalto al Palau la placa que él mismo colgó en la plaza a la que, por un tiempo, rebautizó como «plaza de Fèlix Bitllet».
Y hablando de gente que le muestra su cariño y, sobre todo, le pide que no cambie, toda una oficina, allá arriba, en la cuarta planta del edificio que hay en la esquina Via Laietana-Tomàs Mieres, se ha asomado al balcón. Y han gritado «¡Folloneeeeeroooo!». Y Évole ha levantado el brazo saludando. El despiste ha servido para que 10 muchachos del IES de Tossa de Mar se peguen a él para hacerse una foto. Y luego posa con las chicas. Y al final se acerca la erudita maestra y le dice: «¿Y la maestra, qué, se va a quedar sin foto?». Y se pega a Évole. Y todos ríen. Antes de que desaparezcan, Évole se acerca a los chicos y saca un paquete de cromos repes de la Liga de Panini. «Le estoy completando la cole a mi hijo, ¿tenéis algún repe?». Los chicos son de Twitter, no coleccionan cromos.
Evole va ganando al Follonero, aunque él no compite. «Sin el Follonero yo no hubiese llegado hasta aquí. Partiendo de aquel personaje se me permite ser más descarado. Évole es un Follonero refinado, más educado pero igualmente atrevido, con el mismo desparpajo. Si el Follonero no hubiese caído simpático, hubiese muerto y jamás hubiera podido dar este otro paso». Évole, Salvados, explica Jordi, parte desde la ingenuidad. «Nadie lo sabe todo sobre un tema. Es más, no tenemos por qué saberlo todo. No nos hacemos los tontos, qué va, simplemente no sabemos más y utilizamos el programa para aprender y que la gente aprenda con nosotros».
Aquella mirada de Pujol
Recién salido de la facultad, Évole entró como becario en Radio Barcelona. Y le tocó cubrir informativamente el pacto del Majestic entre José María Aznar y Jordi Pujol. Ya entonces tenía maneras de Follonero. «Recuerdo haberle preguntado a Pujol cosas que no le preguntaba nadie, por atrevido sería, por ignorante, ¡qué sé yo!, pero las preguntaba. Y recuerdo, como si fuese ahora, la mirada taladradora de Pujol, como pensando 'pero este niñato de qué va'. Pues, mira, 16 años después, todo el mundo me consiente esas preguntas, esperan esas preguntas de mí, a la gente le encanta que alguien haga esas preguntas». Y él ya no es considerado un bicho raro.
«La audiencia te da autoridad, y cosas que hace un año te parecían imposibles de hacer y difundir porque no eran comerciales, las emites y funcionan», explica Ramón Lara, la mano derecha de Évole, a quien conoció y del que se hizo inseparable en una asociación de vecinos de Cornellà donde ambos, que se negaron a hacer la mili, cumplían la prestación social sustitutoria haciendo de cobradores del frac de los vecinos que no pagaban la cuota. Lara refuerza la tesis de Évole de que la inspiración te tiene que pillar currando. A ambos les gusta probar, porque tienen todo un equipo que les respalda. Esa es la evolución del Follonero a Évole.
La entrevista de Gabilondo
A muchos sitios han llegado por intuición, casi por casualidad. Aunque, viéndolos trabajar, compartiendo equipo, observando lo minuciosos que son, intuyes que la suerte ha sido conocerse. Y unir a un equipo de amigos, de excompañeros en otros sitios, todo muy generacional. En esta evolución, en este experimentar continuo, un día se encontraron con una entrevista con Iñaki Gabilondo sobre el 23-F. «Larga, sin ritmo, sin gags, sin posibilidad de ironía, de broma, de picardía», explica Évole. «La vimos todos juntos y, en efecto, no tenía nada de lo que nos distingue a nosotros. Pero funcionaba. Nos gustó y dijimos, ¡qué caray!, la damos. Y fue un éxito». Un paso más. Otra aportación a Salvados. Lo mismo les ocurrió con un reportaje sobre El Ejido, donde aparecía un grupo de parados que buscaban curro y, cada día, se reunían en una gasolinera para ver si venía una furgoneta, los reclutaba y se ganaban un jornal. Tampoco era lo suyo. Pero les gustó. Y lo dieron. Y la audiencia no lo rechazó, todo lo contrario.
Suena mi móvil. Es Matías Vallés desde la redacción de Diario de Mallorca.«Me olvidaba decirte que, mientras estuve con él, Jaume Matas llamó a Jordi. No me lo podía creer. Matas le dijo que quería hablar con él para contarle algunas cosas. Por la cara que puso Évole», explica Vallés, «le debió de ofrecer un desgarrador, y dudoso, off the record. 'Lo siento, señor Matas, pero yo, si no tengo una cámara delante, no tomo café con políticos'. A los pocos días, Matas accedió a hablar para él. Ya ves, el mundo al revés, las perdices disparando a los cazadores».
La entrevista la veremos esta noche. Dicen que está plagada de silencios. ¿Respuestas?, al parecer pocas. Pero los silencios retratan al expresidente mallorquín. «Era la primera vez en mi vida que me sentaba delante de alguien que lleva tres años preparándose para defenderse. Tres días míos de preparación contra tres años de él». Por suerte, fue Matas quien quiso hablar con Évole. Los japonesitos se lo curraron un montón, están todas las preguntas, incluso esa en la que Évole le dice «pero, señor Matas, ¿cómo es que usted no se sorprende, no le cuenta a su mujer al volver a casa, que ha venido a verle el yerno del Rey a proponerle un negocio?». Y Matas, a lo suyo: «Yo no firmé esos contratos, yo solo soy el responsable político».
Ir a las prisiones
Vamos recogiendo. Marta Mas ha ido a por el coche, que tiene en no sé qué aparcamiento. David Mata, el sonidista, repasa el último audio, apoyado en la pared del hotel de Fèlix Millet. Marc González, el mejor cámara de la zona euro, visiona la última toma grabada en su Sony Z7 DVCAM de pequeñas cintas. David Cabrera, el realizador del día, habla por el móvil buscando un hotel para otra entrevista, otra historia, otro día. Ya saben, 30 horas por reportaje.
Y dos hombres enormes, casi luchadores de sumo, se acercan a Évole. «Eres grande, tío, pero deberías tener cojones de venir a ver en qué condiciones trabajamos», le dice el más follonero. ¿Dónde trabajáis?, le pregunta Évole. «Somos funcionarios de prisiones, bueno, él es jefecillo. Estamos con 1.800 presos donde solo caben mil. Tendrías que ver cómo remueven el estofado con un remo o hacen las tortillas con aguachirri de huevos. Tienes que venir. Eso sí es un `Salvados¿, tío». Que lo sepas, les responde Évole: «Hace más de un año que persigo a Instituciones Penitenciarias y cada semana me dicen que sí, que iré, pero sigo esperando a que me den el OK».
Robin Hood en la prisión. Eso hay que verlo. Con todo el equipo.
PUBLICADO EN EL PERIÓDICO.COM
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