Sin duda alguna y como tantas veces se
ha dicho, uno de los grandes problemas a los que se enfrenta la economía actual
es el de la imposibilidad de autocrítica. Ocurre lo mismo con la democracia representativa. Desde la perspectiva de sus defensores, el
modelo de estado democrático liberal supone la culminación de un proceso
histórico en el que la democracia representativa como paradigma político y el
capitalismo como económico configuran el mejor de los mundos posibles. Nuestra
organización política y económica no es un modelo, es el culmen de la
civilización humana, de ahí que podamos imponerlo por la fuerza en cualquier
parte del planeta.
Los demás pueblos y civilizaciones, por desgracia para ellos,
no han entendido que hemos llegado al final del camino de la historia, que no
hay más allá en el desarrollo lineal de la evolución social. Hagámosles entender, les ahorraremos ese
sufrimiento que ha tenido que sobrellevar occidente para llegar a la cúspide de
la historia, destruyámoslos, por su propio bien.
Y una se pregunta: ¿Cómo es posible
que un sistema económico, el capitalista, basado en la avaricia, el engaño, la
destrucción del planeta y la esclavitud pueda ser considerado el más apto de
todos los sistemas? Se podrían dar muchas razones para explicar este
comportamiento alucinado, pero creo que lo que mejor lo ilustra es la
posibilidad de elevar una acción personal aislada a imperativo categórico.
Recordemos que para Kant, el que formula la ética del deber (tan protestante,
tan capitalista) hemos de tratar de llevar a cabo nuestras acciones de tal
forma que se puedan trasformar en ley universal. Si olvidamos otras
formulaciones del imperativo categórico -como ha hecho el capitalismo-, las
acciones concretas que realicemos no están sujetas a ningún juicio previo, sino
que una vez puestas en abstracto, se
debe interpretar su capacidad para transformarse en ley universal. El asesinato, la tortura, la usura, la
avaricia, no deben ser juzgadas en sus formas concretas, esto es: el asesinato
de bin Laden, la tortura en Guantánamo, las “ayudas” para Grecia, no deben ser tratadas en sí mismas, sino
enfrentadas al hipotético bien común.
Por eso puede decirse, y se dice:
"el mundo es mejor sin bin Laden", "la tortura en Guatánamo
previno nuevos ataques terroristas" o "los recortes sociales
devolverán la confianza a los mercados". No puedo dejar de pensar que
estas actitudes son, por definición, psicopáticas. Se trata de acciones que
toman a las personas como objetos, sin poder empatizar con ellas. Igualmente,
no importa lo que se haga en el momento de invertir dinero, ya sea en armas,
bienes de primera necesidad o viviendas,
no existe ninguna acción que sea inmoral en sí misma, si es susceptible de
convertirse en ley universal. La inversión despiadada por el bien común es
precisamente lo que defendió el ultracapitalismo hoy imperante de los fascistas
financieros de la Escuela de Chicago y
más en concreto Milton Friedman. La avaricia como imperativo categórico, podría
decir: “sé avaro y usurero, así, si
todos somos avaros y usureros, ciegamente, sin mirar al vecino y sus pesares, a
todos nos irá de maravilla”. Pues bien, esta máxima esquizofrénica que defiende la avaricia por el bien común
tiene su fundamento en la interpretación superficial del imperativo categórico
kantiano, que en otra de sus formulaciones reza:
“Obra de tal modo que uses la humanidad,
tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca
sólo como un medio.” Pero esto debe formar parte del pensamiento utópico,
mientras que la usura y el asesinato que le es connatural son la cima de la
civilización. No dejemos que los inadaptados sociales y los psicópatas nos
gobiernen. Sal a la calle el día 12 de mayo.
1 comentario:
Cuando vemos la humanidad diferente a nosotros, fuera, ignorada en sus necesidades, es inevitable utilizarla como un medio. Ese espejismos nos persigue en la vida física, pero cuando disponemos de la inteligencia para analizar ese efecto de la materia y gracias a ella salimos de esta matrix, nuestro trabajo aquí cobra sentido hacia su verdadera finalidad, la humanidad.
Ese espejismo en cierto modo es una psicopatía colectiva, pero cuando la inteligencia se revuelve en su propósito y nos engaña poderosamente, nos afianza en esa psicopatía y el error se hace profundo, fuera del alcance de nuestra consciencia de luz, dejando una estela tremenda de dolor y sufrimiento. Esa máxima representación psicópata de este mundo no es más que la representación de la psicopatía colectiva. El psicópata cree ser dueño, a modos de dioses, del destino de la humanidad, de sus victimas, pero en la misma medida desconoce su propio destino, su pobre y terrorífico destino. Gente verdaderamente desgraciada que pronto o tarde tendrán que desandar el camino que han sembrado.
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