IZQUIERDA UNIDA ENTRA EN EL GOBIERNO ANDALUZ
No sé si los líderes andaluces de
Izquierda Unida son enteramente conscientes del precio que habrán de pagar por
su incorporación al Gobierno de coalición con el PSOE, que han deseado tanto
como para pactarlo antes de consultar con las bases, llamadas a refrendarlo el
martes en plebiscito. Se puede resumir este precio: tendrán
que darse un baño de realidad insólito, por más que ya tengan numerosas
experiencias de coaliciones en el ámbito municipal, que no son lo mismo. La
primera realidad a asumir es que IU es el socio minoritario, a mucha distancia
en votos y escaños del PSOE, al que no pueden pretender imponer su programa sin
más. No va a ser un pacto entre iguales. Tienen la llave de la gobernación, sí,
pero con el lastre de que si rompen la alianza la alternativa es dejar que
mande la derecha.
Hay una derivada fundamental de este
estado de cosas, a saber, el firme compromiso de Griñán con la reducción del
déficit público que corresponde a la Junta de Andalucía. Lo ha afirmado por
activa y por pasiva, ha congelado de hecho 2.700 millones de euros de los
presupuestos de 2012 -que habrán de ser revisados a la baja- y los propios
dirigentes de la coalición han tenido que aceptarlo a regañadientes, por
imperativo legal (vamos, que la ley de estabilidad presupuestaria les obliga y
que si no la cumplen la comunidad autónoma andaluza puede ser intervenida en un
plazo de seis meses.
Ahora bien, veo francamente imposible
dar cumplimiento a esta exigencia ya asumida y, al mismo tiempo, rechazar los
recortes impuestos en las prestaciones sanitarias y educativas -y no aplicar
aquellos que dependen de las autonomías- y aumentar el gasto social para poner
en marcha el programazo (¡250 medidas!) acordado con los socialistas. Por
ejemplo, el fomento del empleo a base de inversiones públicas y deducciones
fiscales a las pymes o las políticas de inclusión social. ¿No ahorrar con
recortes, invertir y gastar más y reducir el déficit, todo a la vez? Las
cuentas no salen, sencillamente.
Cierto que se aprende mucho cuando a uno
le dan un presupuesto para su consejería mucho más escaso del esperado y ha de
ejecutarlo sin saltarse sus limitaciones, estableciendo prioridades y dejando
en el aire parte de las promesas y casi todas las utopías. Es fácil ponerse
detrás de todas las pancartas reivindicativas, y difícil satisfacer esas
reivindicaciones desde el despacho oficial, empezando por percatarse de que
algunas resultan ser contradictorias con otras (por ejemplo: exigir que haya
más encargo de barcos a los astilleros y también que baje el presupuesto de
Defensa, que es quien los encarga). En fin, la política mancha. IU ha elegido
mancharse, y yo creo que ha elegido bien. Pero ¿es consciente de la realidad en
la que tendrá que bañarse?
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