En estos días he aprendido a diferenciar
un cocodrilo de un caimán. He convido con ellos. El tamaño nos puede confundir.
El cocodrilo es más grande, pero ojo,
podemos estar viendo un cocodrilo joven y confundirlo con un caimán maduro. Los cocodrilos tienen la
mandíbula superior e inferior del mismo tamaño. Los caimanes tienen una
mandíbula inferior más delgada. En consecuencia, al caimán no se le ven los dientes inferiores cuando
tiene su mandíbula cerrada.
Existen otras diferencias no físicas, de
comportamiento. Los cocodrilos suelen actuar de forma más violenta. Sus
conductas sociales son mucho más complejas y son muy territoriales. Los
caimanes son menos propensos a atacar a los humanos, a menos que hayan sido
provocados.
La valía y el reconocimiento del
profesor no se recuperan creando una ley
de autoridad. Esto tan solo dará poder y mando
en los juzgados y donde necesitamos
legitimidad es en las aulas. Me temo que el prestigio y la imagen no se
recuperan con autoridad.
Difícilmente recuperaremos la imagen dañada si aceptamos
lo impuesto como dogma. Hemos de romper
con los paradigmas falsos de la ortodoxia educativa que inunda nuestros colegios. Hemos de romper con
lo irracionalmente establecido, con la
hipocresía. No nos valoraran, si no nos
valoramos nosotros mismos y para ello, tenemos que empezar por impulsar primero
nuestro sentido crítico, haciendo frente a las imposiciones del sistema y a
ciertos cocodrilos que el sistema coloca a modo de furiosos guardianes.
En ocasiones hemos de enseñar los
dientes ante ciertas provocaciones, que
lo único que pretenden es quitarnos lo
que legítimamente es nuestro. Ahí, es donde hemos de ser fieros y furiosos. Así
podremos empezar a ser respetados. La manera en que te trates a ti mismo
establece la forma en la que los demás te tratan a ti. O sea hazte valer.
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