DEMOCRACIA
A DEDO
EL pasado miércoles, en la siempre
excelente contra de La Vanguardia, el Nobel de Economía Finn Kydland -no todo
va a ser Krugman en el apocalipsis financiero- advertía a la sociedad civil
española de la importancia de aprender a "preservar sus instituciones y su
sistema económico de los intereses partidistas a corto plazo". "La
enemiga de la prosperidad es la incertidumbre. Y la vida ya tiene de por sí
bastante incertidumbre como para que los políticos le añadan más todavía",
sentenciaba el miembro de la Reserva Federal de EEUU.
Efectivamente, uno de los grandes males
de nuestra acosada, enferma y débil nación es la extensión que ha alcanzado el
virus de la política y el partidismo. Porque si un país es lo que no cambia
después de que cambie su Gobierno, como concluía la entrevista, a nosotros no
nos queda nada sin contaminar. Desde los órganos judiciales hasta las
direcciones de los colegios; desde las televisiones públicas hasta las empresas
ambientales, los consorcios de bomberos y la gestión de los hospitales. Desde
los sindicatos a las organizaciones empresariales, tan lejos y tan cerca ambas,
pasando por la universidad, las cámaras de cuentas y, claro, las cajas de
ahorros.
Y aunque en teoría son representantes,
garantes e incluso expresión de la democracia, en la práctica hay pocas cosas
menos democráticas que un partido político en España. Sí, oficialmente cumplen
sus estatutos y normas, y los miembros de las direcciones, los comités y las
agrupaciones se reúnen para votar -casi siempre por unanimidad- y otros paripés
similares, pero de hecho las formaciones políticas que luego gobiernan las
instituciones públicas -es decir, de todos- funcionan a golpe de capricho,
dedazo o simpatía de unos pocos dirigentes. Conclusión: nuestra democracia está
secuestrada por unos partidos que funcionan como una dictadura, cuando
funcionan relativamente bien, o por una serie de satrapillas y sus séquitos,
cuando lo hacen como habitualmente lo hacen.
Lo estamos viendo estos días con el
proceso de sucesión de Javier Arenas al frente del PP andaluz, como hace
semanas cuando José Antonio Griñán se dedicó a señalar a sus secretarios
provinciales del PSOE favoritos en pleno proceso congresual, empezando por
Miguel Ángel Heredia. No ha habido ni una sola votación, ni un miserable piedra
papel o tijera entre los aspirantes, que haberlos haylos, y ya es Juan Ignacio
Zoido el presidente in pectore por designación digital, esto es, del dedo del
propio Arenas. Y aunque hay que reconocerle a Francisco de la Torre el valor de
ser el único que públicamente ha mostrado su recelo, tampoco el alcalde de
Málaga y senador parece la persona más apropiada para decir que Zoido acumula
mucho trabajo.
Los inconvenientes del juez al que casi
procesionan por el Corpus son evidentes y notorios. Y ni siquiera esos.
Empezando porque se trata de alguien impuesto sin un mínimo consenso y
siguiendo por el pequeño detalle de que no sólo es el alcalde de Sevilla en una
comunidad tan dada a los agravios y recelos ante el centralismo, sino que
además hace gala de ello. "Cuando tenga que elegir siempre quedará
Sevilla; siempre Sevilla y los sevillanos", dijo tras subrayar que su
"compromiso, preocupación y ocupación" será el Ayuntamiento
hispalense. En boca de quien llevará las riendas de una organización regional y
que posiblemente aspire a presidir la Junta algún día, se agradece por una vez
la sinceridad, pero esas palabras parecen un tiro en el pie.
El conflicto de intereses será
inevitable y continuo, como cuando vuelva a salir ese empeño de Zoido por dotar
a Sevilla de un estatuto de capitalidad que otorgue a su ciudad unos ingresos y
beneficios extra por su ya de por si extrabeneficiosa condición de capital
andaluza. Los entrenadores-jugadores nunca fueron una buena idea, porque suelen
ponerse de titulares aunque no estén en las mejores condiciones físicas. Y
Zoido barrerá siempre para casa, ya lo está anunciando. Su elección, en un partido
que parece aspirar a batir todos los récords de derrotas electorales
consecutivas en Occidente, no aportará al PP nada más que malestar en sus
principales caladeros de votos y militantes: los de la Andalucía oriental que
tan lejos se siente de Sevilla. Y tan olvidada.
PUBLICADO EN MÁLAGA HOY
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