EL
EMPRESARIADO, ÚNICA SOLUCIÓN
Con anterioridad al 2007, España venía
disfrutando de la gran década del rápido crecimiento y convergencia con las
economías de mayor renta per cápita de la Unión Europea, alcanzando un
crecimiento del PIB superior al 0,5 por ciento de la media de la Unión.
Se pasó de un déficit del 5,5 por ciento
de las Administraciones Públicas a un superávit del 2,4 en el 2006. El fuerte
crecimiento se basó en el dinamismo de la demanda interna, sostenida por la
abundancia incontrolada del crédito que alimentó los beneficios del sector
empresarial, las ganancias de capital y la construcción. La falta de sincronía
económica de España con la política monetaria del Eurosistema condujo al gran
desequilibrio y al alto endeudamiento generalizado, fomentado por un sistema
financiero de pésima gestión, falta de visión a medio y largo plazo y una
indisciplina consentida, que jamás debe repetirse.
España está soportando un debilitamiento
de la actividad económica que repercute en la desaparición de empresas, y lo
que es aún peor, la destrucción ininterrumpida de puestos de trabajo, junto al
deterioro del sistema financiero, motor indispensable y necesario para pasar de
la recesión al crecimiento.
El deterioro de la economía ha
ocasionado la pérdida, también creciente, de los ingresos públicos, que junto
al endeudamiento disparatado de las Administraciones, ha derivado en
desequilibrios presupuestarios y financieros, viéndose obligados a recurrir a
los recursos de la banca y como consecuencia a la desaparición del crédito para
la economía real. La crisis de la deuda soberana ha perturbado a los flujos
financieros y minado la confianza de los agentes económicos al percibirla como
uno de los principales factores de riesgo. El Estado se ha visto obligado a la
corrección de los desequilibrios fiscales como tarea previa y urgente.
Políticos, financieros, empresas y
familias en general, deberíamos haber tenido presente lo que Marco Tulio
Cicerón advirtió 55 años a. de C. “El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro
debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia
de los funcionarios públicos debe ser moderada, y la ayuda a otros países debe
eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender
nuevamente a trabajar, en vez de vivir a costa del Estado”.
Lo que dijo Cicerón hace más de 2000
años puede servir de guía a la única solución posible: el impulso, la
innovación, el desarrollo y la ayuda a la creación de empresas y a la
consolidación de las que han sabido mantener su actividad durante los ya
transcurridos cuatro años de una de las crisis más profundas y pertinaces. Las
empresas son la columna vertebral y la única solución al crecimiento y a la
cohesión económica de todas las potencias mundiales, como se ha reconocido
recientemente en los debates que los líderes del grupo del G-8 mantuvieron en
la residencia presidencial de Camp David, instando a combinar la política del
crecimiento con la estabilidad fiscal. Los recortes de gasto y el incremento de
la presión fiscal en solitario, pueden ser necesarios y factibles, pero sin un
proyecto estructural que propicie emprendedores, gestores y líderes
empresariales, solo se obtendrá más déficit, menos recaudación impositiva y más
paro.
¿Hay talento suficiente en los políticos
y dirigentes de la economía política? ¿Hay que cambiar las estructuras
políticas de los Estados, como hay que cambiar las de la economía real?
¿Conocen que se está empezando a formar una nueva estructura global sustitutiva
de la arcaica que soportamos? Con cambio o sin él, la piedra angular de la
futura economía se llama "tejido empresarial", y el empresario
también está obligado a evolucionar hacia la ética, la creatividad, la visión
de futuro, la diferenciación, la organización, la especialización del equipo
humano que conforma el trabajo interno, el sentido de unidad, de la expansión
territorial a otros mercados, la consolidación financiera y patrimonial... y a
tener siempre presente no rebasar su nivel de competencia que establece el
esquema jerárquico, tan bien definido por Laurence J. Peter.
La urgencia de cambios estructurales
El empresario, en muchas ocasiones, actúa con
incompetencia y vanidad, frustrando a sus compañeros de trabajo erosionando la
eficiencia de la organización. Son conocidos los fracasos empresariales,
incluso multinacionales en la memoria de todos, cuyos líderes no se retiraron a
tiempo dejando el mando a otros más competentes y efectivos. Sin embargo, son
también muchos los bien dotados que, o no se inician en la creatividad por
falta de apoyos y estímulos, o emigran a otros países cuyas circunstancias
favorables y ayudas a la promoción son reales y efectivas, perdiendo y
regalando al exterior el esfuerzo e inversión en la creación de valores en
nuestros futuros jóvenes empresarios.
Es responsabilidad de todos, y
especialmente del Estado, acometer sin demora los cambios estructurales
imprescindibles e inaplazables que hagan posible la creación de nuevas
empresas, y la potenciación y crecimiento de las que aún se mantienen en
actividad. Para ello, ha de fluir el crédito, ha de reformarse el sistema
fiscal, asimilando los gravámenes y ayudas a los existentes en los países de
nuestro entorno - rechazando la demagogia de los políticos empeñados en
repetir, que nuestra presión contributiva es más baja que la de nuestros
vecinos - aseveración falsa de toda falsedad, y fácilmente demostrable.
Por otro lado, nadie va a traernos
crecimiento del exterior, hemos de impulsarlo nosotros, analizando primero las
fuentes de riqueza y experiencia regionales (agricultura y derivados
industriales, mineralogía, industria, turismo, artesanía, servicios,
distribución, investigación, alianzas, etc.), y colaborando a su recuperación e
impulso. La exportación, única actividad que crece, necesita de financiación y
apoyo, ausentes y olvidados. Los exportadores lo consiguen con esfuerzo,
trabajo y sacrificio, pero sin ayuda y colaboración.
Hemos preguntado a muchos si se han
servido de los departamentos y agregados comerciales de las Embajadas, y
siempre hemos obtenido las mismas respuestas: ni están preparados para ello, ni
conocen bien el mercado para el que han sido responsabilizados. Se han servido
de especialistas y asesores nativos. ¡Caras embajadas, para tan escasos
servicios!
PUBLICADO EN EXPANSIÓN
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