LAS
MOSCAS
Hace unos días leí en EL PAÍS que, según
un estudio publicado en Science, las moscas de la fruta macho se atiborran de
alcohol después de ser rechazadas por hembras atractivas (confieso que el
adjetivo atractivas me turbó: si hubieran sido feúchas, ¿les hubiera bastado
con libar horchata? Y, por otro lado, ¿las moscas hembras eran abstemias o
simplemente, como suele pasar, no habían centrado en ellas el estudio?). Lo
primero que pensé, aparte de constatar una vez más la alucinante proximidad de
las especies, es que las moscas de la fruta tienen suerte, porque sólo se
embriagan por penas de amores. O sea, no necesitan darse a la cazalla porque el
banco se ha quedado con su piso, porque sus ahorros se han esfumado en unos
bonos basura o porque ven el porvenir más negro que la tinta. A los humanos, en
cambio, todo esto también nos afecta muchísimo. Estamos deprimidos y
jeringados.
¿O no? El sábado, mientras se abatían
sobre nosotros los truenos del rescate, atravesé Madrid andando. Y fue como
haber aterrizado en medio de una inmensa celebración, en unas multitudinarias
bodas de Caná que hubieran convertido el agua de la crisis en alegre vino (por
seguir con el tema del alcohol). Hervía el centro de la ciudad de vida y estallaba
la primavera en el Retiro. Había músicos callejeros, jóvenes haciendo picnic en
la hierba, familias enteras deglutiendo helados, padres arrullando a sus bebés,
amos arrullando a sus perros, adolescentes arrullándose unos a otros envueltos
en una nube incandescente de feromonas. No quiero sonar cursi, pero pocas veces
he visto una tarde tan estruendosamente feliz. Y entonces pensé que tampoco
somos tan distintos a las moscas en cuanto a lo que son nuestras prioridades.
Hay otras cosas, además de las aterradoras noticias económicas. Pese a todo, lo
importante es esta pequeña y densa vida.
PUBLICADO EN EL PAÍS
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