LA
MALETA DE LA VIDA. NATALIA JUNQUERA
Un hombre llora inconsolable en la
Terminal 4 del aeropuerto de Barajas desde hace dos horas. Tiene los ojos
rojos, inflados como nueces. La gente le mira, pero él no mira a nadie más que
a su hija y sus dos nietas, porque no sabe cuándo va a volver a verlas. “Nunca
pensé que la vida pudiera ser tan cruel. La crisis en España me parte el
corazón. ¡Me está separando de mi familia!”, grita Andrés Sammuesa,
ecuatoriano, de 47 años. Su hija Neli, de 28, y sus nietas, Gisela, de 9 y
Naidine, de 7, vuelven a Ecuador porque España, repiten, “ya no es mejor”.
Él
se siente obligado a quedarse porque conserva su trabajo de limpiacristales y
con su sueldo (1.050 euros) tiene que mantener a los otros cinco hijos que
viven con él. Se los fue trayendo poco a poco, con mucho esfuerzo. Ahora ha
empezado a despedirlos en el aeropuerto porque el único dinero que tienen es el
que les ha dado el Gobierno para marcharse, el del plan de retorno: 400 euros
por persona y un billete sin vuelta.
“Yo llegué con 17 años, hace 11”, explica
Neli. “He pasado casi la mitad de mi vida aquí. Durante mucho tiempo nos fue
muy bien. Mi marido trabajaba en la construcción, sin parar, y yo en el
servicio doméstico. Pero llegó la crisis y nos despidieron. Él lleva cuatro
años sin trabajar y yo dos. La casa que compramos se la quedó el banco. Ya no
podíamos pagarla. Nos volvemos con menos de lo que teníamos cuando vinimos.
Hemos fracasado aquí”.
José, su marido, ya está en Ecuador. La
menor de sus hijas, Naidine, ni siquiera conoce el país. Sin soltar a su
muñeca, muestra su maleta, llena de gominolas para 15 primos a los que no ha
visto nunca. “Te quiero, eh”, la abraza su abuelo, Andrés. “En cuanto me quede
sin trabajo, no lo pienso dos veces y me vuelvo”, le repite. “Yo vine en el año
2000, cuando España aún era en pesetas. España era mucho mejor en pesetas. Vine
con la ilusión de sobresalir, pero si llego a saber esto, mil veces me quedo en
mi puto país”, dirá luego, tirado frente al control de seguridad del aeropuerto
después de haberse despedido de su hija y nietas.
En ese mismo avión, Ana Carchipulla y su
marido, Norberto, regresan a Ecuador sin billete de vuelta tras 13 años en
España. Les acompañan sus hijas, Daiana, de 14, y Ana Cristina, de 11, y un
perro, “lo más valioso” de su equipaje y de su estancia en España. Se llama
Curro, fue un regalo y ladra inquieto en una jaula-maleta antes de ser
facturado. “Vine con 18 años porque aquí había más oportunidades y me voy
porque con la crisis ha dejado de haberlas”, explica Ana. Su caso es casi idéntico
al de la familia Sammuesa. Ella, empleada en el servicio doméstico; él,
enganchando una obra con otra hasta que estalló la burbuja inmobiliaria y dejó
de haber trabajo en la construcción; un banco que les ofreció un crédito en
cuanto entraron por la puerta; una casa embargada; nada que llevarse de España,
más que recuerdos.
“Me vuelvo igual que me fui. Intento no
pensar en el fracaso. Pero para vivir mal aquí,vivo mal en mi país”, zanja Ana.
Cuando vino a España, dejó a su hija mayor en Ecuador. “Estuve dos años
separada de ella. Era un esfuerzo inmenso, pero ganabas dinero. Ahora no vale
la pena estar separado de tu familia”.
Vladimir Paspuel, presidente de la
asociación Rumiñahui, una de las 11 ONG que gestionan los programas de retorno,
les da los últimos consejos. Ha despedido a muchos compatriotas en el
aeropuerto. En 2003, cuando el Gobierno puso en marcha el plan de retorno
voluntario de atención social, se acogieron a él 604 inmigrantes, la mayoría,
colombianos (190) y ecuatorianos (175). El año pasado esa cifra subió hasta los
2.119 y solo en los tres primeros meses de 2012 lo solicitaron 480. Existe otro
plan de retorno, el que el entonces ministro de Trabajo, el socialista
Celestino Corbacho, puso en marcha en 2008 para los extranjeros que se hubieran
quedado en paro: podían cobrar todo el subsidio de desempleo de una vez (el 40%
en España y el resto una vez en su país) con el compromiso de no regresar a
España en tres años. Al principio convenció a pocos, pero la cifra ha ido en
aumento a medida que se agravaba la crisis. Desde noviembre de 2008 hasta abril
de este año lo pidieron 18.265 inmigrantes, la mayoría ecuatorianos. Más de
2.500 se apuntaron en los últimos cinco meses.
“La situación es extrema”, explica
Paspuel. “Vienen de desahucios, de comedores sociales, incluso de la
mendicidad, después de haber trabajado tanto; de haber ayudado a tantas
españolas a reincorporarse al trabajo después de ser madres. Los inmigrantes
han sido personas muy importantes en el desarrollo económico de este país. Y
ahora, con la crisis se les lanza el mensaje de que sobran”.
Paspuel denuncia que los fondos del plan
de retorno se han agotado justo cuando más solicitudes hay. Tras armarse de
valor para reconocer el fracaso en España y pedir ayuda para irse, muchos de
esos compatriotas están oyendo que tampoco pueden porque ya no hay dinero. El
Ejecutivo prepara una nueva subvención para el año que viene pero vista la
lista de espera, podría empezar a gastarse ahora, explican fuentes del
Ministerio de Empleo. En Ecuador hay un programa de ayuda —Bienvenido a casa—
para los retornados. “También se ha quedado sin fondos”, explica Paspuel. Y una
vez allí, las cosas no son fáciles. “Hay familias que reciben a los retornados
con mucha alegría pero al ver que vuelven sin nada, empiezan a verlos de otra
manera. Siempre se ha asociado al emigrante a maletas llenas de dinero. Ahora
vuelven con las manos vacías, ya no pueden ayudar a nadie. Son un problema
más”.
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