LA
TIRANÍA DEL INSTANTE
Hay quien afirma que el miedo es el peor
de los asesinos porque no mata, pero no deja vivir... Si asumimos esta
reflexión, entonces, no cabe duda de que más de uno pensará que tenemos por
delante un paisaje de pesadilla. De hecho, ¿acaso hay alguien que no crea ya
que el miedo se ha convertido en la estructura del mundo después de que la
despiadada crisis irrumpió en nuestras vidas? Un fantasma recorre Europa y no
es aquella revolución de la que hablaba Marx. El estremecimiento lo produce
ahora el miedo. O, para ser más exactos, ese miedo al miedo frente al que
Franklin D. Roosevelt prevenía en su discurso presidencial de 1933, cuando la
Gran Depresión aplastaba como una losa el sueño americano.
Pues bien, La administración del miedo
(2012), de Paul Virilio, trata de desmenuzar las teselas del mosaico de este
"aquí y ahora" atemorizante que padecemos debido a la implosión de la
seguridad que generaba la percepción lineal del progreso y la capacidad de
previsión que se tenía sobre la misma. En ello ha influido la crisis pero
también una mentalidad que ha sido fácil víctima de ella al sustituir lo real
por lo virtual, los hechos por los deseos y la acumulación por la aceleración
como referente del bienestar. Una mentalidad deslocalizada e hiperactiva que
sustituye los ojos del otro por la pantalla, la caricia por la pulsación de la
tecla y la policromía de la voz por el intercambio de mensajes.
Geógrafo de la velocidad y psicólogo de
la tecnología, Virilio hiende en La administración del miedo el escalpelo de la
sutileza sobre los abultados pliegues de una realidad multiplicada y acelerada
que no nos da tregua. Vivimos la tiranía del instante y el barullo agónico de
un tiempo real que impide reflexionar desde la distancia confiada de dejar
pasar las cosas para verlas decantarse y decidir sobre ellas. Nuestro campo de
visión sobre el mundo se ha reducido por un exceso de hiperconexión. "Todo
lo sólido se desvanece en el aire", como en La tempestad de Shakespeare y
al perder el suelo bajo nuestros pies, el abismo abre sus fauces y elimina
nuestra capacidad de análisis ante lo inesperado. Fundidos en el parabrisas de
un presente virtual acelerado, hemos perdido el sentido de lo lateral al
prestar nuestra atención tan sólo a lo que tenemos delante. La inercia del
instante se ha hecho totalitaria y anula nuestra identidad al incapacitarnos
para pensar y evaluar con templanza lo que sucede a nuestro alrededor. Con
todo, el mayor peligro que proyecta la emergente estructura de miedo que se
insinúa en el horizonte es que propicie la aparición de un nuevo Hobbes que
teorice sobre la necesidad de edificar el Leviatán del siglo XXI.
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