El Rey pidió perdón por haberse ido de
safari a cazar elefantes. Los responsables del banco Novagalicia pidieron
perdón a sus clientes por lo que definieron como una gestión
"mejorable". En el debate sobre un posible cambio en la política
penitenciaria respeto a ETA se considera imprescindible que los presos pidan
perdón a sus víctimas. Y Ana Fabra también terminará pidiendo perdón, si es que
no la hecho ya, por su "Que se jodan" (por cierto, da igual que fuera
dirigido a los parados o los socialistas: lo dijo en el Congreso de los
Diputados y por tanto su expresión atañe a todos los españoles). Quién sabe, es
posible que RNE pida perdón algún día a Juan Ramón Lucas. O la mejor la
Comisión Europea pide perdón a los parados españoles por haber jaleado y palmeado
cada medida aprobada desde el Gobierno contra ellos y sus familias. El perdón
es un argumento ético inefable. Es señal de nobleza en emperadores y de
autoridad en personas de moral intachable.
El cristianismo hizo del perdón su
categoría esencial cuando declaró a todos los hombres pecadores desde su
nacimiento y a Dios el único capaz de eliminar esa culpa. Pero hasta el
cristianismo (y me refiero al pensamiento cristiano en su origen; los curas y
la Iglesia hacen lo que pueden, o lo que quieren, como todo el mundo) señala a
la justicia como condición sine quanon para el alumbramiento de la paz, que es
fruto del perdón. Es decir, por mucho que éste se pida y se alcance, ningún
orden humano puede sobrevivir sin lo que atañe y corresponde a cada uno, como quería
Platón. Así que la gentuza que nos ha metido en todo este lío puede pedir todo
el perdón del mundo a los ciudadanos, y éstos son muy libres de concederlo.
Pero ni siquiera eso puede evitar que paguen por haber sumido a un país entero
en la desgracia. No se trata de llorar cuando se dan malas noticias. Se trata
de aliviar el sufrimiento que su incompetencia y su mala fe han ocasionado. Por
derecho.
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